El retraso de España

En el último año, la prensa española ha estado informándonos puntualmente de todo lo referente a corrupción política, cuentas en Suiza y dinero negro de nuestros dirigentes. Vale que nos está informando con diez años de retraso, pero lo que importa es el detalle.

Después de decirnos hace unos meses que, a lo mejor, el Partido Popular nos está robando desde hace diez años, la prensa vuelve a revolucionar el país con unas fotos (de hace sólo dieciocho años) del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, de vacaciones en el yate de un narcotraficante. Todavía no habíamos terminado de hacer chistes al respecto cuando de repente salta otra noticia sobre cómo el rey de España heredó (esta vez el retraso informativo es de apenas veinte años) 375 millones de pesetas y, en un arrebato de campechanía, los metió en una cuenta en Suiza. Su Majestad aún no ha salido por ninguna tele de plasma para disipar las dudas sobre si el dinero sigue allí o si está aquí. O si no está ya en ninguna parte.

Nos vamos enterando con cuentagotas y con retraso, para que no colapsemos. Es una especie de Doctrina del Shock cutre, que es como la Doctrina del Shock pero en España. Pero está bien así, estamos acostumbrados al retraso en tantos aspectos que ya no nos enfadamos. Ni siquiera nos mosquea no saber si la prensa ha estado guardando en el cajón informaciones así para usarla en su interés y en momentos políticos estratégicos o es que ahora tenemos a un montón de gente filtrando información para que se use como arma arrojadiza.

Lo indudable de todo lo publicado con retraso es el tufo rancio a Transición mal curada que desprende. España huele a cerrao, a puro y a repeinados para atrás; esto ha sido siempre muy nuestro. Por mucho trasnochado que haya luego enarbolando la bandera republicana.

Además, quién sabe, quizás dentro de treinta años nos enteremos de los verdaderos negocios de la Casa Real, de la Iglesia, del Opus, de Botín... Lo que nadie tiene muy claro es por qué los gobiernos suelen temer tanto a la opinión pública si, aunque nos enteremos, protestemos y nos manifestemos, nada cambia, nadie se ve en la obligación moral de dimitir y ni siquiera es necesario responder preguntas.

De hecho hace unos días, Mariano Rajoy, el presidente de todos los españoles pero de unos más que de otros, en uno de sus ejercicios de transparencia, habló por la tele ante la prensa.

Podríamos decir que compareció ante la prensa, pero según la RAE mentiríamos:

Comparecer:

“Dicho de una persona: Presentarse ante una autoridad u otra persona”.

O bien:

“Dicho de una persona: Presentarse personalmente o por poder ante un órgano público (...)”.

Podríamos llamarlo “rueda de prensa”, pero la RAE desde que aceptó la acepción de matrimonio homosexual está de un rojerío insoportable y dice que una rueda de prensa tampoco fue:

“1. f. Reunión de periodistas en torno a una figura pública para escuchar sus declaraciones y dirigirle preguntas.”

Así que digamos que Rajoy salió hablando por la tele. Se dijo él que ya tocaba, que hacía casi un mes y medio que no se le veía (hablando por la tele).

Pero el cuarto poder, una vez más, dijo que ni hablar, que se empieza con un apagón informativo y se termina pagando a los becarios.

Rajoy empezó diciendo que hablaría de los temas que más importaban al conjunto de los españoles. Podría haber hablado de sus extesoreros imputados, del presidente de la Xunta y el narco, de por qué desobedecen la orden del tribunal europeo de cambiar la ley hipotecaria, o incluso podría haber aprovechado la imputación de la infanta para hablar de otras cosas que no estuvieran relacionadas con su partido directamente, pero al final acabó hablando del escrache, que es lo que más nos importa al conjunto de los españoles.

Porque, ¿qué nos quita más el sueño que el acoso que están sufriendo los políticos con tanta pegatina y tanta mierda? Todavía no sabemos la opinión de Rajoy sobre Bárcenas pero ya sabemos qué opina de los abucheos a los políticos. No dejó pasar la oportunidad tampoco de lamentarse por los desahucios pero recordó que eso “no es nada nuevo”. No como el escrache, que sí lo es y vergüenza debería darnos andar con moderneces. Pidió además la colaboración ciudadana para denunciar el acoso a políticos. No el acoso de políticos a la ciudadanía, cuidado con esto y no os liéis; hay que denunciar el escrache sólo en la dirección correcta.

No se da cuenta uno del nivel de ninguneo al que nos tienen acostumbrados hasta que Griñán da la cara en el Parlamento por el asunto de los ERE y se nos saltan hasta las lágrimas. Como si fuera un acto heróico. Igual.

Y no se puso ni colorá.

Lo que sorprende es que no hayamos importado el escrache (desde Argentina) hasta 2013, teniendo en cuenta que esta es la gente que nos gobierna desde 1978. Otra prueba del retraso de los españoles.