El otro día en Zaragoza los aragonesistas rendíamos homenaje a Emilio Gastón, una figura irrepetible de nuestra Historia más reciente. Gastón es abogado y poeta, fundó el Partido Socialista de Aragón (PSA) en los setenta, fue elegido diputado en las Cortes Constituyentes, encarnó en 1987 al primer Justicia de Aragón contemporáneo y recientemente encabezó una iniciativa legislativa popular para que el Canto a la Libertad de su amigo José Antonio Labordeta fuera oficialmente el Himno de Aragón, lo que concitó el rechazo de la actual mayoría PP-PAR. Un hombre entrañable al que el presidente de Chunta Aragonesista (CHA), José Luis Soro, dedicó el mejor elogio posible: “En política hacen faltan menos abogados y menos ingenieros, y más poetas”. Personas que puedan ver más allá de las cortinas que envuelven la realidad, que puedan denunciar con palabras que rompan con el manual archisabido, que puedan soñar otros futuros que construir entre todos y todas.
Quizá por eso en los grandes debates acudo a los poetas. Incluso este año que ya no estoy en el Congreso, me he refugiado estos días en el excelente poemario de Ana Pérez Cañamares, Economía de guerra. Versos combativos y lúcidos para tiempos de crisis y de imprescindible revuelta. Sin perder la ternura jamás, como aconseja el buen revolucionario.
Por eso, escucho a Rajoy en su discurso cínico y fantasioso del Debate que llaman del estado de la nación, su último debate sin duda en este acelerado final de ciclo histórico, e imagino que desde la tribuna le responde la poeta, disfrazada de diputada sin corbata, y le dispara los versos certeros que la mayoría social sufriente lleva años esperando escuchar:
“Cuando desollasteis al gato negro
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando acusasteis de bruja a la anciana
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando quemasteis aquel bosque
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando la mujer abortó por vuestras patadas
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando colgasteis del árbol al negro
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando arrancasteis la uña del meñique
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando os quedasteis mirando la agonía
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando sonreísteis al recibir el soborno
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando lanzasteis la bomba número uno
hubiera bastado para hacer la revolución
Ahora el estupor nos impide calcular
cuál sería vuestro merecido
y nuestro resarcimiento“.
(Ana Pérez Cañamares, Economía de guerra, Lupercalia, 2014).