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La batalla de Pere

El presidente del grupo Mediapro, Jaume Roures.
11 de noviembre de 2021 22:46 h

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Conocí a Pere Rusiñol hace algo más de una década, cuando llegó al diario Público con el rimbombante cargo de adjunto al director. Pere nunca ha sido amigo de las jerarquías, pero ese título confiere a su portador una patente de verso suelto que le permitía liberarse de los afanes informativos cotidianos y centrar sus energías en lo que realmente le gustaba: realizar investigaciones y reportajes de fondo sobre las andanzas, muchas veces inconfesables, de los poderosos del país. Tenía la convicción entusiasta de que había llegado al medio de comunicación apropiado para desarrollar con plena libertad su forma de entender el periodismo. 

Público era, sin duda, un gran proyecto. Cuando llegué en 2008, de la mano de su primer director, Ignacio Escolar, me encontré con una redacción predominantemente joven, que trabajaba sin límites horarios, con la ilusión contagiosa de que el producto de su esfuerzo no era una mera mercancía que al día siguiente serviría para envolver pescado, sino un instrumento insuperable para mejorar el mundo. Público conectó como ningún otro medio con los jóvenes progresistas y se convirtió en el referente del movimiento de los Indignados, que de algún modo cambió la historia del país. Por mi cargo de jefe de Opinión, yo tenía el privilegio de participar en las reuniones semanales de la dirección con los dueños del periódico –Jaume Roures y Tatxo Benet-, y he de decir que esos encuentros eran intelectualmente estimulantes.

Sin embargo, el 23 de febrero (¡vaya día!) de 2012 cayó el mazazo. La gerencia anunció el cierre del periódico con el argumento de su insostenibilidad financiera. Ciertamente los números del balance se mantenían aún en rojo, pero estaban dentro de las proyecciones del plan de negocios de la empresa. Uno de los argumentos que esgrimió el administrador concursal para justificar el cierre fue que la sociedad se había escorado a la derecha al dar la mayoría absoluta al PP y que en el nuevo escenario un diario como Público quedaba sin mercado. En realidad, era más probable que ocurriera lo contrario: que el nuevo contexto contribuyese a hacer aun más necesario el periódico. Roures, considerado una persona de inmensa fortuna, compareció ante la redacción y sostuvo que su patrimonio era “cero”, que todo se lo había “gastado en Público”. Para despedir a los empleados, la empresa se acogió a la reforma laboral aprobada poco antes por el Gobierno de Rajoy, que había sido duramente criticada desde las páginas del diario. 

Un grupo de periodistas que se resistía al entierro del periódico creó una cooperativa con el fin de comprar la cabecera y mantener vivo el proyecto. Aunque yo, por razones personales, no preveía sumarme a esa iniciativa, intervine en un par de reuniones para transmitirles mi voz de aliento y contribuir a la reflexión. Aún recuerdo el entusiasmo de los participantes en aquellos debates. Tras muchos desvelos, presentaron por fin al administrador concursal una propuesta para adquirir la cabecera, pero, de repente, llegó otra oferta, del entorno de los mismos dueños que se habían declarado en quiebra, y ganó la puja. Poco después se anunció la reapertura de la versión digital de Público. 

Han transcurrido casi diez años desde aquel episodio, y nunca hasta ahora había escrito sobre él. Fue una aventura apasionante, con un pésimo final. Hasta el día de hoy sigue flotando la duda de si el cierre estuvo motivado más por razones políticas que financieras. Y muchos tenemos la convicción de que había otras opciones para la liquidación de la empresa que enviar a los trabajadores al Fogasa. Siempre me ha consolado saber que de los buenos profesionales que conocí en Público surgieron proyectos periodísticos que se han consolidado como medios de referencia en la constelación mediática del país: elDiario.es, Materia, Mongolia, La Marea, Infolibre, Alternativas Económicas, Líbero… Si ahora rompo mi silencio es porque Roures ha interpuesto una querella criminal por injurias y calumnias contra Pere Rusiñol, quien, en una entrevista que concedió hace un año a un modesto diario local, Regió 7, dijo muchas cosas sobre los negocios del magnate que ya había contado en otros medios y lo tachó de “estafador”.

Pere es uno de los mejores periodistas que he conocido en mi larga trayectoria profesional, y asumo que tiene la prueba de cada una de las afirmaciones que ha vertido sobre Roures. Presumo además que el calificativo de estafador lo utilizó en la acepción no delictiva del término que recoge la RAE; en ese sentido, somos muchos los que podríamos decir que nos sentimos estafados por lo que sucedió. De cualquier modo, no es fácil para un periodista, incluso por mucha razón jurídica que lo pueda asistir, defenderse de las acciones de un hombre poderoso que seguro cuenta con una maquinaria bien engrasada de hábiles abogados. Pere ha activado en Verkami una campaña para recaudar fondos que le permitan sufragar su defensa, y en cuestión de horas consiguió recursos para contratar a su abogado, lo que demuestra que no está solo en su batalla. En el momento de escribir esta columna, viene inevitablemente a mi memoria la imagen de Pere entrando por primera vez a Público, con una sonrisa luminosa, decidido a poner todo su talento al servicio de lo que mejor sabe hacer en este mundo: periodismo. 

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