Hay discursos que suenan a nada, a hueco, a madera… Son esas palabras que mueren nada más ser pronunciadas. Apenas tienen contenido. Buscan cubrir el expediente o seguir los usos y costumbres establecidos. Ha pasado cada 6 de diciembre, ante el pie de micro que el Congreso de los Diputados instala a la entrada de Palacio para que autoridades, presidentes, ministros, líderes políticos o sindicales hagan sus respectivos juicios o fabriquen sus eslóganes sobre la Constitución o hablen a su gusto del camino recorrido para llegar donde llegamos. Qué pasó y cómo para romper con las cadenas de la dictadura, por qué fue posible que gente tan dispar se entendiera en torno a una mesa del Parador de Gredos, qué es ahora necesario hacer para mantener los sólidos cimientos de la democracia, qué reformas necesitamos... Bla, bla, bla…
En la Cámara Baja hace tiempo que no queda rastro de intervención elaborada o de discurso improvisado y tampoco de la solemnidad que acompañaba hasta ahora los fastos de cada aniversario constitucional. Dicen que porque la pandemia ha obligado a cambiar los protocolos, pero el caso es que las autoridades han alejado a los ciudadanos de los alrededores para evitar que les jaleen o les abucheen.
La Carrera de San Jerónimo y la plaza de las Cortes ahora pertenecen a los políticos. El perímetro de seguridad que separa a los representantes de los representados estaba este año a varias manzanas de la imponente fachada que custodian los leones. Nadie podía circular libremente por el barrio de las Letras, ni pasear por Ventura de la Vega, ni andar por la calle Prado, ni caminar por Cedaceros, ni cruzar por Neptuno... Salvo que estuviera debidamente acreditado, claro.
Los que van a derogar la Ley Mordaza no quieren a los ciudadanos demasiado cerca. Y para esto cuentan con el apoyo del resto de grupos parlamentarios. Nunca antes un aniversario de la Constitución –salvo el de 2020 por motivos obvios– tuvo menos sustancia y menos empaque que el de este año. Por no estar, no estaban ni los parlamentarios. Apenas 50 de los 350 diputados y una docena de senadores. El resto, todos de puente. Presidentes autonómicos faltaron 9. Los de siempre –como el lehendakari y el de la Generalitat de Catalunya– y otros que habitualmente no suelen perderse la cita. Quizá la conversación pública no da para más, ha perdido sustancia y ya no ofrece claves ni siquiera para que los medios puedan explorar la realidad y la transmitan para que cada cual pueda formarse su propio juicio.
Sabemos, eso sí, que Sánchez quiere aprobar la reforma laboral antes del 31 de diciembre, a ser posible con el apoyo de la patronal; que España es un país fiable porque Europa ya ha enviado 10.000 millones de euros y que la renovación del CGPJ no será posible si el PP no sale de su propio bucle porque el PSOE no tiene intención de cambiar la ley con la que el Poder Judicial se ha renovado desde que la democracia es democracia. Sabemos también que Casado y Ayuso se han dado una tregua; que tras varias semanas de tensión este 6 de diciembre se han saludado y conversado; que en el PP barruntan un adelanto electoral en Andalucía y quizá Castilla y León, y que entre los populares se vislumbran más destrozos orgánicos que vínculos que ayuden a una pronta recuperación electoral.
¿Y la Constitución? Bien, gracias, pero dice la presidenta del Congreso, la socialista Meritxell Batet, que hay que tener la “lealtad” con el texto, incluso cuando no se está de acuerdo. Más claro: que hay que respetar las mayorías; evitar la judicialización innecesaria de la política porque las democracias se enfrentan a “nuevos riesgos” que no son externos al Parlamento, sino que están dentro. Hablaba alto y claro. Y hablaba con una claridad que rara vez se escucha en esos discursos huecos y de madera tan habituales entre las autoridades. Batet puso el dedo en la llaga de las dinámicas de enfrentamiento, del populismo y de la deslegitimación de las instituciones, que es lo que está haciendo de este país una democracia cada día más insana. Se puede hablar más alto, pero no más claro: “Quien discute el cumplimiento de la Constitución pretende situarse por encima de ella”. A buen entendedor… La tercera autoridad del Estado no se resigna y apuesta por el uso de un lenguaje directo que seguramente no despierte muchas simpatías, pero es muy necesario para comprender el alcance de lo que nos estamos jugando.