Bertín Osborne y la transición demográfica
Mientras tanto llovía. Caminaba junto al erial frente al colegio a la hora de comer entre un mar de paraguas y botas katiuskas, de mochilas y de correteos hacia una hilera de coches aparcados en doble fila. Los agentes de la ORA hacían su agosto, arremolinándose junto a cada coche recién apartado como cuando lanzas un cacho de carne a un acuario con pirañas. Una niña rubia con trenzas llevaba a su hermano pequeño de la mano, cobijados bajo el común de los paraguas en dirección a mi edificio. Eran los hijos de mis vecinos, que son un matrimonio algo mayores que yo, pero de la misma quinta. De principios de los noventa, vaya. Somos más jóvenes que el edificio en el que vivimos.
Aunque una -gran- parte de mí no se siente preparada para ello, hay una pulsión interna que me hace tenerles un poquito de envidia sana. Son jóvenes y guapos, aunque no más que yo, y tienen una casa en propiedad -pero yo vivo en el ático y ellos en el cuarto- y tienen dos hijos preciosos y un coche de alta gama. En fin, envidia sana aunque envidia igualmente, ya sabéis, pero son buena gente y buenos vecinos y no puede pedírsele más a un par de desconocidos como ellos.
Hace unos días leí un artículo cuyo titular decía que los jóvenes nos estamos resistiendo a tener hijos, que no nos lo planteamos en el corto plazo. Hay muchísimos factores que nos han llevado a esta situación, pero el principal es la precariedad generalizada en la que vivimos los nacidos a partir de finales de los ochenta. Sin embargo, parece que recae sobre nuestros hombros la obligación de mantener la pirámide poblacional en una geometría equilibrada y sostenible a largo plazo que permita mantener el Estado del Bienestar funcionando a pleno rendimiento. Recae sobre nosotros por una cuestión de pura lógica: somos los que estamos en la edad de tener hijos, aunque, más allá de la edad, solo podamos engendrarlos. Cuidar de ellos una vez nacidos es más complicado. Esto lo sabe bien Bertín Osborne, que para dar ejemplo a la generación de cristal, sigue trayendo chiquillos a este mundo como un pez luna poniendo huevos. 69 años tiene. Los testículos de un hombre no resisten demasiado bien la fuerza de la gravedad, pero por alguna razón que desconozco permanecen impasibles ante el paso del tiempo.
No obstante, el autor de ‘Yo debí enamorarme de tu madre’ -esto se lo dice a todo el mundo menos a sus propios hijos- ha declarado que lo de ejercer de padre no lo ve del todo claro, que no le apetece y por tanto no lo va a hacer. Como si eso de la paternidad fuese algo obligatorio, faltaría más. Todo el mundo sabe, evidentemente, que la única que está obligada moralmente a hacerse cargo de un bebé es la madre, que lo de ser padre -o buen padre- es poco más que un añadido, un suplemento, una virtud. También ha dicho que va a pedir una prueba de paternidad porque ya tiene muchos hijos, o nietos o váyanse ustedes a saber. Esos temas no los lleva él. En caso de que sí que sea suyo, sí que dice que “ayudará”, así que nadie podrá decir de Bertín Osborne que es un mal padre.
El que me haya leído con cierta frecuencia sabrá de mis ganas de ser padre. No se me dan especialmente bien los niños, pero me encantan. No obstante, soy muy consciente de que es probable que no llegue a serlo nunca, bien porque mi situación laboral o económica lo retrasen hasta una edad en que deje de tener sentido para alguien que no ha dedicado su carrera profesional a cantar rancheras, o bien porque decida que mis hijos no van a vivir en el páramo desértico en el que parece que va a convertirse nuestro país -y más concretamente mi Murcia querida- dentro de cincuenta años.
Lo único que tienen en común mi vecino del cuarto y Bertín Osborne es que los dos pueden permitirse tener un hijo. Bertín, de hecho, puede permitirse tener tantos que ya ni los quiere, aunque los siga teniendo. Es el Sísifo del sexo sin anticonceptivo. La paternidad se parece cada vez más a las plazas de catedrático: ocupadas por viejos que no tienen ni ganas ni interés mientras los chavales esperan las jubilaciones como agua de mayo. Transición demográfica sí, pero sin Bertín Osborne de ministro.
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