El beso de Rubiales no es un “pico entre dos amigos”, es un gesto de poder

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Era el gran día de la selección femenina de fútbol, una fecha que quedaría ya para la historia del deporte, pero también un símbolo social. Era una celebración para las jugadoras, y también para miles de personas; era, de alguna forma, una victoria contra el machismo más rancio. Hasta que el machismo más rancio impuso su presencia para recordar que se cuela sin permiso hasta en los momentos más dulces.

En plena entrega de medallas, el presidente de la Federación de Fútbol, Luis Rubiales, agarra la cabeza de la jugadora Jenni Hermoso y le planta un beso en la boca. La familiaridad con la que lo hace asombra. Poco después, en el vestuario, en medio de la celebración y de un directo en Instagram, la jugadora expresa su impresión cuando alguien le pregunta por lo sucedido. “Eh, pero no me ha gustado, eh”, dice, medio sonriendo. Alguien desde el fondo insiste: “¿no te ha gustado?”, “¿qué has dicho?”, “Pues vale”, subraya ella. Otra voz más se suma para añadir un “¿qué haces tía?”. Y ella insiste: “Pero qué hago yo, mírame a mí, mírame”.

A partir de ahí asistimos a un guión más o menos predecible: una polémica que escala veloz, también internacionalmente; medios y periodistas deportivos que quitan importancia a lo sucedido y lo comparan con el beso del Mundial del 2010 entre Iker Casillas y Sara Carbonero, que por entonces eran pareja, unas declaraciones de Hermoso difundidas por la Federación en la que minimiza el hecho, y Luis Rubiales insultando a quien le critica.

Rubiales asegura que es “un pico entre dos amigos celebrando algo”. Hay quien podría preguntarse si el presidente de la Federación se ha dado picos con Carvajal, con Asensio, con Unai Simón o con Morata. La respuesta es no. Y ha habido, incluso, una ocasión reciente: el 18 de junio la selección masculina ganaba a Croacia la final de la Nations League.

No hay besos en la boca entre Rubiales y ningún jugador porque Rubiales no se hubiera permitido ese gesto con un hombre. Son los cuerpos de las mujeres los tocables y piropeables, somos nosotras las que llevamos años intentando hacer entender que no es aceptable que nos silben ni nos griten por la calle, que nos toquen o nos rocen en un bar, en un autobús o en la oficina.

Aunque le suene fuerte a algunos, se llama cultura de la violación: un patrón sociocultural que reproduce la idea de que los cuerpos de las mujeres están siempre disponibles para los hombres. Ese patrón se reproduce, precisamente, mediante ideas que buscan normalizar esos actos, atacar a quienes los señalan, y poner el foco en las mujeres que los reciben. Nosotras siempre somos unas exageradas, y los hombres que ejercen esos comportamientos nunca tienen mala intención. Solo son bromas o gestos sin importancia, aunque intimiden –y lo sepan–, aunque contesten hostiles si una mujer les rechaza (¿no era una broma?, ¿no era para agradar?), o aunque no se les ocurriría hacerlos si esa mujer tiene a una pareja (hombre) a su lado.

Pero es que, además, quien busca equiparar el beso de Luis Rubiales a lo que puede suceder entre dos colegas obvia el contexto. No son dos personas en igualdad de condiciones, y se trata de un escenario profesional: los dos son parte de una jerarquía en la que él está por encima, Rubiales tiene poder sobre Hermoso.

Las posibilidades de reaccionar de Jenni Hermoso eran, y son, limitadas por varias razones. Por la sorpresividad del beso y por el momento en que se da, cuando están a punto de coronarla como campeona del mundo frente a miles y miles de personas. Por su posición en la jerarquía, y por la presión que va a recibir para quitarle importancia a lo sucedido y para que se centre en lo importante, el triunfo. Marcharte o apartarte, o estar en disposición de mostrar tu rechazo a lo que alguien haga, parece condición imprescindible para determinar tu grado de libertad y consentimiento.

Con la Federación apretando y la prensa deportiva alentando, parece poco probable que Hermoso quiera dejar su rol de campeona del mundo para pasar a ser protagonista como la mujer que señala a Rubiales. Convertirte en la exagerada de turno para los tuyos nunca es plato de buen gusto. Dejar mal a tu jefe, tampoco. Por eso, buscar en la jugadora una reacción perfecta es una trampa. Pero hay quienes van a seguir quitando importancia al beso de Rubiales y, para hacerlo, pondrán tramposamente todo el peso sobre ella.

Convendría recordar entonces cuáles fueron sus primeras palabras, cuál fue su reacción espontánea antes del revuelo y la polémica. “Mírame a mí”, responde en el vestuario. Porque si la miras a ella la imagen muestra a una mujer que se queda paralizada ante un hombre que la agarra por la cara y la besa en la boca. “No me ha gustado, eh”.

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