El año de la bestia para el PSOE

Hace ya casi medio año este diario tuvo a bien publicarme un artículo en el que me declaraba militante, pero cada vez menos simpatizante, del PSOE. El caso es que desde que lo publiqué hasta la fecha las cosas no han mejorado mucho para este partido político, con lo cual, desgraciadamente para mí, e imagino que para muchos otros que sienten lo mismo que yo, mi destino parece irremediablemente ligado a vivir ya de manera permanente en la disonancia cognitiva, cuando no en alguna que otra paranoia de peor gusto. La catarata de acontecimientos que han tenido lugar al comienzo de 2013 podría hacer pensar a cualquiera que en realidad la cabalística es mucho más científica de lo que a priori pudiera parecer, y que, por tanto, éste podría ser el año en el que el infierno se consumara para el PSOE. Dios, o su equivalente laico, no lo quiera, por favor.

Dejando a un lado asuntos igualmente lamentables pero de menor enjundia, el año 2013 se estrenaba con un profundo desencuentro entre el PSOE y su partido hermano en Cataluña, el PSC. Este desencuentro se saldó con varios heridos, pero la cosa no acabó ahí, porque acto seguido se produjo una segunda conflagración, esta vez entre el PSOE y el Partido Socialista de Galicia. Finalmente, para poner la guinda a todo lo anterior, se produjo el asunto de Ponferrada, que de todos los anteriores fue el peor, porque ilustra no ya un desencuentro interno, entre familias del PSOE, sino lo que es mucho más grave, un divorcio entre este partido y la gente.

Pues bien, todos estos episodios tienen bastantes cosas en común. Para empezar, todos ellos ponen de manifiesto que el problema que tiene el PSOE en estos momentos está sobre todo en su forma de pensar. El PSOE se ha convertido en un partido reactivo a todo lo que pueda suponer una innovación, una nueva forma de ver las cosas. Yo proponía, en estas mismas páginas, que una de las posibles vías de salida para el asunto catalán podría ser que el PSOE asumiera en su programa una reforma de la Constitución para que las nacionalidades integradas en nuestro país pudieran ejercer el derecho a decidir.

Lo que se votó hace unas semanas en el Congreso de los Diputados no era exactamente eso, pero de alguna manera se le acercaba bastante, ya que al permitir el Parlamento la consulta no vinculante, se establecía un camino intermedio entre mi propuesta y prohibir la consulta. En el segundo de los episodios antes analizados, en el que el PSdG pidió primarias para la elección de su secretario general, la reacción de Ferraz fue una vez más negar la mayor, para pasar, seguidamente, a aceptar lo inevitable, y es que se produzcan una especie de primarias. Finalmente, en el tercero, en el de Ponferrada, lo que se produjo fue la obtención de la silla consistorial con los votos de un acosador. No hubiera estado de más que en este caso el PSOE hubiera dado muestras del conservadurismo mostrado en los dos casos anteriores, y hubiera actuado de manera algo más prudente.

El caso es que cuando algunos nos empeñamos en señalar que el PSOE se está volviendo irreconocible, y se nos critica por ello, estos hechos parecen estar destinados por las estrellas a darnos tozudamente la razón. El PSOE es un partido que siempre ha estado a favor de la libertad, a pesar de lo cual se la niega a los catalanes para que decidan si quieren seguir siendo parte de España. El PSOE dice apostar por las primarias como forma más democrática de elegir a sus candidatos, a pesar de los cual se las niega, en un impulso casi estomacal, a sus compañeros de Galicia. Finalmente, el PSOE dice estar con las mujeres, por la igualdad, a pesar de lo cual no tiene ningún reparo en urdir todo un entramado para encaramar al poder a uno de los suyos pactando con un acosador.

Por tanto, estamos ante algo más profundo que ante la presencia de meros errores: en realidad, estamos ante un conjunto de pautas de comportamiento. Primera pauta, no al cambio. Segunda, sí a poner en entredicho los principios que ha mantenido este partido desde tiempos inmemoriales. La tercera pauta es que como decía una pintada que hoy ya ha creado escuela, aunque “dimitir no es un nombre ruso”, parece que para el PSOE sí lo es (debe ser influencia soviética). En el PSOE no dimite nadie por meter la pata hasta el fondo: basta con pedir perdón y ponerse a lloriquear por las esquinas. Pero es que además las excusas que se dan para justificar esta nueva y curiosa forma de asumir responsabilidades son de lo más pintoresco, puesto que van desde la supuesta valía de los que metieron la pata (si eran tan válidos no se entiende por qué la metieron tan hasta el fondo) hasta su supuesta legitimidad democrática (como si eso de la legitimidad de origen y de ejercicio fuera algo que no se les hubiera ocurrido, hace mucho, a alguno de sus más insignes representantes).

Todo esto ocurre, viene bien recordarlo, en un contexto en el que estamos siendo gobernados por un grupito de incompetentes de primera división, que lo único que van a hacer es poner al país en una situación en la que o bien cualquier hedge fund nos comprará alguno de estos días a precio de saldo o bien nadie nos comprará porque ya nos habremos ido todos del país. A pesar de ello, al PSOE se le valora peor que al PP, a su líder peor que al líder del PP, las perspectivas electorales son peores que las el PP, y así podríamos seguir sucesivamente. Nunca las circunstancias fueron tan favorables para la remontada; nunca el PSOE lo hizo peor; y jamás el PSOE fue tan necesario. Las tres cosas se dan pues al mismo tiempo, siendo la primera vez que esto pasa en la historia de nuestra democracia.

¿Qué hacer? Lo primero, contradecir a la pintada, e ilustrar que efectivamente también para el PSOE dimitir no es un nombre ruso, sino un concepto socialista. Como socialdemócrata, me da exactamente igual que en el PP no dimita nadie. Eso ya lo sabíamos. Lo que nos deja estupefactos es que en el PSOE pase lo mismo. Y lo segundo que hay que hacer es dejar de montar conferencias políticas y grupos de discusión sobre no importa qué tema para volver a ganar legitimidad. Lamentablemente, ésta no volverá, si solamente el PSOE hace eso.

La única forma de ganar legitimidad, como ya he señalado en alguna que otra ocasión, es presentarse con un equipo de gente nueva, que diga las cosas de siempre: más justicia social, más igualdad, más libertad. Gente nueva no quiere decir ni joven ni mayor. Nueva quiere decir que no tenga pasado, o que el que tenga sea de exposición. El malogrado Stéphane Hessel era viejo y sin embargo muy nuevo. Y hemos conocido estos últimos meses algunos ejemplos de gente muy joven que era tan vieja como para emular prácticas que solamente serían posibles en un sainete de los hermanos Álvarez Quintero. La juventud está en el espíritu, y también en el pasado. Y ambas cosas se pueden referir tanto a la edad como a las ideas.