Hay un gran contraste entre lo mucho que nos jugamos en las elecciones del domingo y el aparente desinterés con que la ciudadanía afronta esta circunstancia. Son muchas elecciones en un año. Es mucha la tabarra política de bajo nivel que nos rodea. A pesar de todo, convendría entender que Europa está en una encrucijada cuyo desenlace va a influir enormemente en nuestras vidas. La lejanía, la opacidad, el tecnicismo que rodea la dinámica política de la Unión Europea y de sus instituciones no nos debería ocultar el peso creciente que las decisiones comunitarias tienen en el futuro de todos y cada uno de nosotros. Las cifras indican que el 60% de las leyes aprobadas el último año en España han estado condicionadas por los reglamentos y directivas de la UE. Un resultado que crece cada año desde nuestra incorporación a Europa.
Hace poco más de 80 años Lord Beveridge presentó su informe sobre el futuro del Reino Unido tras las dos guerras mundiales. Un informe encargado por un ministro laborista del gobierno de coalición que presidía Winston Churchill. El Informe planteó como núcleo central la necesidad de luchar contra los cinco grandes gigantes que desde hacía años asolaban al país: la miseria, la enfermedad, la ignorancia, la necesidad y el desempleo. Problemas que se habían originado y se mezclaban con los impactos de la gran transformación industrial-fordista, la globalización de inicios de siglo y los efectos de la inestabilidad política, con las dos guerras mundiales y grandes sacudidas sistémicas. El plan implicaba un gran protagonismo del Estado en la construcción de un sistema de vivienda pública, de saneamiento urbano, de sanidad pública, de nacionalización de empresas, de acceso general al sistema educativo y una sanidad pública al alcance de todos. De ahí surgió el llamado “Espíritu del 45” (glosado en un extraordinario documental de Ken Loach), que sirvió de base a las reformas constitucionales y las iniciativas políticas de las democracias surgidas tras la derrota del nazi-fascismo.
Hoy tenemos problemas distintos, pero de alguna manera muy similares, a los que Beveridge proponía hacer frente. Tras décadas de hegemonía neoliberal que lograron poner en duda las virtudes del Estado de Bienestar, estamos atravesando un periodo de fuerte inestabilidad política, económica y social. Una inestabilidad fruto del cambio de época que supone la digitalización (cada vez más controlada por grandes corporaciones), la emergencia ambiental, las tensiones entre globalización y proteccionismo tras la pandemia, el retorno a la guerra cuando parecía que la interdependencia económica alejaba ese fantasma, y muchas tensiones geopolíticas en busca de hegemonías cada vez más difíciles de ejercer. La mezcla de individualización y de incertidumbre radical sobre lo que nos deparará el futuro genera miedo e inseguridad.
Los grandes gigantes que proyectan sombras y temores no son exactamente los mismos, ni pueden formularse de la misma manera que en los años 40. Pero si que obligan a escoger los caminos de respuesta. En Europa vimos como se enfrentó la crisis financiera del 2008 y hemos visto también como se reaccionó tras la emergencia que supuso la pandemia del Covid-19. La democracia tiene un talón de Aquiles cada vez más evidente y que genera un desapego creciente y es la desigualdad, expresada de maneras muy distintas en cada lugar y en cada momento vital. Milei entiende que cuanta menos intervención del Estado más posibilidades de generar progreso y bienestar. La senda que ha caracterizado Europa es la marcada hace 80 años. Una senda que hoy requiere una reformulación evidente, sin que ello implique alejarse de sus coordenadas fundamentales: la intervención de los poderes públicos para remover los obstáculos que impiden que la libertad y la igualdad sean efectivas para todos los ciudadanos (art.9.2 C.E.). Frente a la individualización de los riesgos y de la vida, acción comunitaria, generación de vínculos e intervención del Estado para asegurar que la deriva competitiva y desigual por naturaleza de la economía de mercado no desemboque en una situación irremediable.
Las elecciones europeas del domingo están plenamente insertas en estos dilemas. Los enemigos de la democracia, entendida como sistema que busca la igualdad, el reconocimiento y la dignidad para todos, saben que difícilmente podrán avanzar en sus designios en éste o aquel país sin erosionar el papel de la Unión Europea como mecanismo de regulación y compensación supranacional. Por eso Salvini defiende “Más Italia, menos Europa” en sus mítines. Los ultraderechistas de AfD quieren volver al marco en detrimento del euro. Y Meloni alude a las “eco-locuras” medioambientales que nos acabarán conduciendo a la miseria. Lo que ponen de relieve en sus ataques es que las políticas públicas europeas no reflejan el mínimo común denominador de los países que hoy conforman la Unión.
Cuando los países se interrelacionan y salen de sus agendas específicas, van más allá de sus mínimos y atienden desafíos geopolíticos y estratégicos. La menor proximidad que las instituciones europeas tienen con las batallas de cada país, las normativas e iniciativas europeas han logrado avanzar en espacios como la protección medioambiental, la regulación laboral, la igualdad de género o ahora recientemente la normativa sobre Inteligencia Artificial, con formulaciones que muy difícilmente se hubieran dado en muchos de los países que forman parte de la comunidad. Con perspectivas y matices distintos, todos los partidos de la extrema derecha coinciden en señalar precisamente a la UE como la culpable de un exceso de protección ambiental, un exceso de protección de derechos, un exceso de igualdad de genero y un exceso de apertura hacia la inmigración. En línea con lo que afirma Milei: un exceso de estado, un exceso de intervención pública. Y son sus críticas las que han contagiado muy sensiblemente a los partidos conservadores y liberales que, si bien fueron decisivos en la construcción europea, hoy ven con preocupación que muchos de sus votantes se dejan encandilar por los cantos de sirena de la extrema derecha y están así realineando sus alianzas.
Para los que pretendemos seguir defendiendo una democracia que no sea solo representativa sino también militante en la defensa de la igualdad y dignidad, que desde los poderes públicos preserve los servicios básicos en beneficio del interés general, un sistema político que actúe decididamente en la respuesta a la emergencia climática y que mantenga su capacidad de influencia en políticas que respeten los derechos humanos en todo el mundo, las elecciones del domingo son claves para reforzar la capacidad de protección de la UE avanzando en la Europa Social. Manteniendo así el pacto del 45 y actualizándolo en las nuevas coordenadas de este cambio de época que atravesamos.