Salvo sus protagonistas, nadie estaba en el secreto de la operación. Sin embargo, el movimiento hecho por Jeff Bezos con la compra del Washington Post no puede resultar algo extraño.
Los cambios y las catástrofes que desde hace años se están produciendo en el mundo de los medios, singularmente en el ámbito de los diarios, no hacen más que acelerarse con esta decisión.
En EE UU las grandes cadenas de diarios empezaron a mover ficha en 2006. Knight Ridder y Tribune Company empezaron a agitar el mercado. El número de periódicos en venta creció y los precios empezaron a bajar.
Justo en ese momento en España estábamos en lo más alto de la burbuja, que también lo fue periodística. Las transacciones que se realizaron en 2007 (ya entonces a precios desorbitados) nos parecen hoy escandalosas. Recoletos fue comprada por Unidad Editorial por 1.100 millones de euros. El gratuito ¡Que! por Vocento en 132 millones de euros.
Pero todos esos movimientos, salvo alguna excepción (la venta de Newsweek al Daily Beast de Tina Brown, hoy deshecha con poca fortuna) se produjeron dentro del mismo círculo: el ámbito económico y gerencial de los medios tradicionales. Y ese factor, el apego a esa cultura empresarial, ha sido enormemente limitante y ha frenado sin duda la evolución acertada de la cabeceras tradicionales hacia el nuevo escenario digital.
Se produce por tanto ahora el primer gran salto gerencial en la historia reciente de la Prensa. La primera oportunidad que tiene un gran empresario claramente de la “nueva generación” de volcar lo aprendido en sus negocios digitales en un producto de la “vieja escuela”, con una cabecera tan atractiva como tradicional, el Washington Post.
No sabemos qué ocurrirá, pero la expectación y el optimismo están justificados. Los periódicos no pueden seguir atados a su pasado industrial, deben usar cuanto antes el valor de su marca y su comunidad para construir su futuro digital y estoy seguro de que independientemente del soporte en el que se apoye, Jeff Bezos es lo que ha valorado a la hora de comprar el Post. Y por qué no, también una cierta dosis de romanticismo.
¿Qué persona que ame el periodismo y tenga tanto dinero, o incluso la mitad o la cuarta parte, no sentiría la tentación de intentar comprar su periódico de toda la vida? Más aún si esa cabecera está en dificultades y debido a las deudas y a las malas perspectivas se puede adquirir a un precio de ganga. Y aún con más argumentos si ese supuesto comprador ha ganado su fortuna en el mundo digital y entiende las nuevas reglas del negocio.
Quizá lo que ocurre ya hoy en EE UU tarde dos o tres años en pasar en España, pero es muy probable que suceda, como ya han ido ocurriendo otras cosas que hace bien poco parecían increíbles. Es seguro que hoy los precios siguen inflados y los propietarios, a pesar de lo que les dice todo el rato el mercado (véase la cotización en bolsa de lo principales grupos), crean aún que poseen un tesoro. Pero ellos saben (aunque lógicamente no lo cuenten) que la realidad es otra.
Y lo más importante, con serlo, no es el dinero. Lo que no tienen los que deciden en los grandes grupos de prensa en España es criterio digital, el conocimiento que debe pilotar el salto de una industria obsoleta que ha muerto a un escenario incierto, complejo pero lleno de oportunidades.
Y ahí es dónde están las razones para el optimismo en la operación del Post. Y las que me llevan a indagar si en España podría darse en un futuro cercano una situación similar con alguna de las grandes cabeceras en problemas y qué empresario o grupo de empresarios de la nueva estirpe podría protagonizarla.
Evidentemente no valen los millonarios al uso, lo enriquecidos en la burbuja inmobiliaria. Creo que tampoco el más rico de nuestro ricos, el dueño de Inditex, al que no parece que estos asuntos interesen demasiado. Estoy pensando en empresarios de nuevo cuño, que han triunfado o están a punto de hacerlo en el mundo digital con empresas de muy diverso tipo.
Algunos proveen servicios, otros venden a través de la red o crean tecnología. Otros han sabido “robar” a los medios sus anuncios más tradicionales y rentables y tienen un éxito discreto pero sostenido en el tiempo.
Estoy pensando por tanto en personas que comprenden cómo funciona la Red, que saben moverse en el universo de las nuevas reglas digitales, que tienen la cabeza organizada de una manera diferente, tan distinta como inaccesible para los gerentes actuales de los medios. Y, además, gente que está interesada en el futuro del periodismo y de nuestra sociedad. Que quieren que este país salga adelante. Y que están dispuestos a participar en una acción colectiva para lograrlo. Y si además se puede ganar algo de dinero, mucho mejor, por supuesto.
Gumersindo Lafuente impulsa la Fundación porCausaFundación porCausa