Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Bezos como metáfora

Captura de un video facilitada este martes por Blue Origin en la que se registró al multimillonario estadounidense Jeff Bezos (d), al abandonar una cápsula de Blue Origin New Shepard, luego de un viaje al espacio. EFE/BLlue Origin

47

Ver lo que se tiene delante exige una lucha constante

George Orwell

Branson y Bezos ya han logrado lo que deseaban, como casi siempre. Han invertido millones en hacerlo y han gozado de sus respectivos minutos de ingravidez y de esa contemplación exclusiva del planeta azul desde fuera de su atmósfera, que hasta hoy día había estado vedada a cualquiera que no participara en una misión pública espacial o fuera lector imaginativo de Asimov. 

Han ido acompañados de quien pudo pujar 28 millones de dólares por un pasaje y de los que ellos eligieron para formar parte de esta élite de viajeros exclusivos. Ya no son exploradores ni descubridores, son la nueva hornada de los viajeros galácticos que disfrutarán de la experiencia exclusiva, hasta que sea buena idea volver a convertirla en masiva para seguir incrementando sus ganancias. Corramos lo que corramos, las élites siempre encontrarán un paraíso al que retirarse para huir de nuestra masiva presencia.

Hay muchas llamadas a la realidad en esta experiencia. Es posible que la pérdida de la gravedad produzca efectos similares a los del suero de la verdad. “Quiero dar las gracias a todos los trabajadores y clientes de Amazon. ¡Porque vosotros habéis pagado todo esto! De verdad gracias desde el fondo de mi corazón, os lo agradezco mucho”, ha manifestado el magnate sin ningún pudor. Es cierto, la plusvalía de sus trabajadores y nuestros esfuerzos por intentar ahorrarnos unos céntimos o no mover el culo hasta la esquina le han permitido utilizar una suma astronómica para sus sueños astrales. El subidón le ha debido dar también algún bajón de conciencia porque le ha largado cien millones al chef José Andrés para sus filantropías. Junto a él viajaba un joven de 18 años cuyos progenitores han encontrado conveniente y educativo pagar un pasaje de semejante importe, convirtiéndolo en el primer pasajero espacial de pago. Ignoro qué tienen previsto regalarle en sucesivos cumpleaños y espero no tener que saberlo.

Los muy ricos ya se han ido. La concentración de la riqueza en manos de una minoría les ha permitido alcanzar niveles nunca jamás conocidos en la historia de la Humanidad. Ni Craso soñó tal cosa. Así que se alejan, salen de nuestra órbita, ya no viven en nuestro mundo ni les interesa nuestra política ni temen a los gobiernos que no pueden ni recaudarles los impuestos que serían justos. Están fuera. No podemos ni rozarlos. Sus corporaciones tienen ya más poder que muchos Estados y a eso es en realidad a lo que aspiran. Ensayan fórmulas para crear sus propias ciudades y convertirlas en ciudades-estado que se rijan por sus propias normas. No les basta ya con comprarse islas. No se conforman con los campus corporativos en los que ya les resultaba difícil meter el morro a las autoridades. Piensan ahora en diseñar sus propias ciudades con un urbanismo propio y, atención, unas leyes tan suyas como las que rigen sus empresas sin que los gobiernos hayan sido capaces de obligarles a acompasarlas con las emanadas de las democracias.

Se van y hay una cohorte de pánfilos aspiracionales que les aplauden. Esos que ven tan lógico que una tecnológica pueda establecer censuras propias sobre contenidos plenamente legales y que ningún juez español podría tocar. “Son sus normas y tú las aceptas al abrir la cuenta y blablabla”. Van a ser sus normas también cuando le planten descaradamente cara a los Estados de Derecho en esas ciudades en las que, supongo, al penetrar en el paraíso de la corporación estarás abjurando de tus derechos como ciudadano para entrar en un club privado cuyas leyes marca aquel que la controla. Luego nos darán educadamente las gracias por haberles convertido en soberanos de un mundo en el que volveremos a ser súbditos de pleno grado. Tal vez por eso Orwell nos recomendaría que comencemos a luchar contra estas nuevas ceocracias en vez de desgañitarnos contra las comedidas y domesticadas monarquías parlamentarias, que son totalmente inofensivas para nuestros intereses si las comparamos con los imperios tecnológicos que se ciernen sobre nosotros.

No van a ser las únicas élites que digan adiós. Élites, en todo momento de la historia humana han existido, la lucha ha sido por ver quién las integraba y cómo se podía llegar a ellas. El deterioro del pensamiento discursivo, de la racionalidad en el manejo de los conceptos y las ideas, el abuso de la emocionalidad, la pretendida democratización de la sabiduría -que ha convertido en opinables, por ignorancia, hasta las certezas que la humanidad ha tardado siglos en alcanzar-, la muerte de la verdad y el asesinato de la realidad; el ruido, el absurdo, el individualismo relativista, las ruedas de molino con las que se pretende aplastar la razón o la ciencia, todo ello acabará produciendo la defección de las élites intelectuales si es que no lo ha logrado ya.

La ilusión de los ciudadanos que creen vivir en un perpetuo debate abierto en las redes, en las que la igualdad consiste en pretender que todos los criterios son iguales, que los sentimientos individuales pueden suplir la falta de argumentación o que toda opinión tiene el mismo valor, se caerá en pedazos cuando descubran que las élites intelectuales están soltando amarras de ese piélago en el que algunos están empeñados en convertir la verdadera democracia. Algunos ya sólo conservan la vara de medir de lo que les gusta oír y lo que no soportan escuchar. Ignoran que las élites siguen hablando aunque sean de ideologías opuestas, que son capaces de entenderse cuando no están bajo los focos de la gran comedia y que conservan un lenguaje común basado en los principios del saber humano que saben emplear mediante las normas de la lógica y el razonamiento. Como dijo Albert Camus: “La verdadera aristocracia consiste(…) sobre todo en no mentir. La libertad consiste sobre todo en no mentir. Allá donde la mentira prolifera, la tiranía se anuncia”.

La humanidad está amenazada por la sedición y no precisamente con la que tanto preocupa a algunos. La lucha de clases acaba si alguna de ellas logra secesionarse y abandonar el espacio común. Ese será su verdadero triunfo. Lo de Bezos y su escapada galáctica es toda una metáfora. Ya ven hasta dónde ha llegado el nieto de un señor de un pueblo de Valladolid, la pregunta es a dónde quiere llevarnos a nosotros. Por si acaso sigamos dándole al botón y recibiendo sus paquetes, aún no sabemos qué nuevas aventuras podrá agradecernos en un futuro. No le defraudemos. 

Etiquetas
stats