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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La verdad sobre Bill Gates

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El fin de semana, el hashtag #BillGatesBioTerrorist llegó a trending topic mundial gracias a miles de entregados entusiastas de la conspiración. El motivo, según creí entender entre la maraña de chaladuras, es que Bill Gates ha especulado en varias ocasiones con problemas globales que, con el tiempo, se han hecho realidad. Por ejemplo, la pandemia. No es el único que advirtió de ello, pero, claro, los otros no son Bill Gates.

Hay dos formas de ver este fenómeno. Se podría pensar que Gates, envuelto de un círculo relacional que solo la filantropía de alto nivel puede propiciar (traduzco: tiene amigos listos porque les financia), está puntualmente informado de cuestiones que la mayoría solo intuimos vagamente. Súmale a eso que, cada vez que este hombre dice algo, por insustancial que sea, provoca una cascada de titulares; hace un par de días, sin ir más lejos, fue “noticia” que tiene un móvil Samsung.

Segunda hipótesis: Gates, de naturaleza obviamente demoniaca, está detrás de las principales crisis mundiales y las anuncia con unos años de antelación porque, en fin, los genios del mal son así. Excéntricos y juguetones.

La navaja de Ockham no nos ayuda mucho en esto. Al no ser un método científico, depende completamente de quién la empuñe. La hipótesis que a alguien pueda resultarle más simple y por tanto más probable, a mí me puede parecer el delirio de un majara. Ockham, visto con el tiempo, era o muy ingenuo o muy optimista.

Con todo, me gustaría poner sobre la mesa una tercera hipótesis. Advierto que es menos colorida. Más costumbrista. Al fin y al cabo, la vida suele parecerse más a Ingmar Bergman que a La Liga de la Justicia.

Creo que Bill Gates no es más que un jubilado sin límite presupuestario. La versión Silicon Valley de uno de esos ancianos ociosos que se apoyan en la valla de una obra y aburren a los obreros con un asesoramiento que nadie les ha pedido. La diferencia es que la valla de Gates es su fundación (51.000 millones de dólares en activos) y la obra, el mundo entero.

Gates, acodado y con un zumo detox en la mano, señala al fondo y nos dice a todos: “ojo con las pandemias, que ya veréis”. O bien: “atentos a la superpoblación, que ya somos muchos”. “Cuidado con el bioterrorismo, que se puede armar la marimorena”. “Vigilad la singularidad tecnológica, os lo dice un informático”.

Soluciones no aporta. Como mucho, desparrama algunos consejos sin muchas posibilidades de acabar en Wikiquote del tipo: “no comáis murciélagos”. Pero ¿por qué iba a darnos soluciones? No es su papel. Él es nuestro Hermes, el heraldo de los dioses, y su misión se limita a trasmitir los mensajes que le llegan de allá arriba. Quizá confía en que, en la ONU o en la OMS, haya alguien mirando sus TED para, nada más acabarlas, ponerse en pie de un salto y gritar: “¡Bill ha encontrado otra falla en el sistema! ¡Añadid un nuevo Objetivo del Milenio!” Por desgracia para Gates y quizá para la humanidad, la estrategia no siempre funciona.

Lo que subyace en el fondo de todo esto, me parece a mí, es que Gates no se fía un pelo de nosotros. No es que sea muy mayor, solo tiene 66 años, pero sabe que no estará aquí para siempre. Y teme que, cuando (póngase por caso) nos visiten los extraterrestres, sus átomos ya vaguen libremente por el cosmos con la consiguiente pérdida de influencia social.

Apuesto a que eso le inquieta por las noches, cuando, desvelado, se pregunte quién será el idiota elegido para el primer contacto. Me lo imagino agobiadísimo, convencido de que, sin él, la humanidad se irá al traste en cuestión de décadas. Si no es por los marcianos, será por la IA, los virus, las hambrunas, o un poco por todo. Normal que Melinda haya hecho las maletas. ¿Quién podría compartir baño con alguien que deposita sobre sus hombros la responsabilidad entera del devenir del homo sapiens?