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El “bloquismo” era esto

Felipe González contó no hace mucho en presencia de Mariano Rajoy que una vez Tsipras le preguntó si cuando fue presidente le había producido alguna frustración el choque con la realidad, y que él respondió: “No tanto como a ti porque tú eras un revolucionario que chocaba con la realidad y yo sólo era un reformista de mierda que intentaba reformar la realidad”. Ambos expresidentes coincidieron, en un diálogo público el pasado noviembre, y estuvieron de acuerdo en que gobernar obliga a un ejercicio de realismo que convierte en pequeñas las diferencias ideológicas.

Tanto es así que el exlíder del PP contaba: “Fui el presidente de un gobierno de derechas y la primera decisión que tomé fue subir el impuesto sobre la renta en 20 puntos; la segunda, nacionalizar unos cuantos bancos y la tercera, permitir más endeudamiento público, que como se sabe son todas medidas muy de derechas. El peor enemigo de la economía es el sectarismo”. A lo que el exmandatario del PSOE añadió: “La mejor dieta para un político es comerse sus propias recetas”.

González y Rajoy lamentaban en amistosa charla, con la perspectiva que da el no tener ya responsabilidades institucionales, que España hubiera pasado sin apenas tránsito del bipartidismo imperfecto a una especie de “bloquismo” en el que se hacía imposible acordar asuntos fundamentales para el país y unas cuantas reformas estructurales. Nada como salir de La Moncloa para olvidarse de lo que el socialista llamó “el sentimiento trágico de la existencia” para llegar a la conclusión de que nada es imposible y de que, aún entre adversarios, si se antepone el interés general al particular o al partidista, no puede haber tantas diferencias.

Haberlas, haylas siempre. Otra cosa es que se esté dispuesto a buscar puntos de encuentro, que es a lo que no parece estar dispuesto Pablo Casado, a tenor de lo que ha planteado a Pedro Sánchez en su última visita a La Moncloa. Las condiciones impuestas por el presidente del PP al jefe de Gobierno para pactar la renovación de los órganos constitucionales no es que sean una transacción, sino más bien toda una enmienda de sustitución del proyecto político del gobierno de coalición por el suyo propio, por más que lo haya bautizado con el nombre de “compromiso por España”. España no se le cae nunca de la boca, aunque lo que diga y haga en nada ayude al interés común de esa patria que con tanto entusiasmo invoca.

Lo que plantea Casado es que Sánchez siga en La Moncloa, sí, pero ser él quien dicte la política en la medida que su planteamiento exige que el PSOE rompa su acuerdo con Unidas Podemos y el diálogo con ERC, que no suba impuestos y que no derogue la reforma laboral, entre otros asuntos comprometidos legítimamente en el acuerdo suscrito para la coalición de Gobierno. Dicho de otro modo: que la izquierda despliegue las políticas de derechas. Un trágala como la catedral de Burgos que no deja el más mínimo espacio para el acuerdo y tras el que subyace de nuevo la particular concepción que la derecha tiene de la democracia, del resultado que arrojan las urnas y de su sentido patrimonialista de las instituciones.

Si gana el PP, gobierna el PP. Y si gana el PSOE, también gobierna el PP porque él decide cuáles sí y cuáles no son las políticas que más convienen. Y si no es así, no hay acuerdo. El mensaje es nítido. O pasas por el aro o no se renueva ni el CGPJ, ni el Constitucional, ni la RTVE, ni al Defensor del Pueblo. Pero luego, eso sí, se declaran muy inquietos por el deterioro institucional que ellos mismos han provocado con su inamovible y chantajista posición. ¿Lo siguiente? Pedir que no haya elecciones y que gobierne siempre por decreto la derecha. ¿O no es eso? Total, siempre suena la misma música. Cuando ostentan el poder, exigen lealtad y compromiso. Y cuando no lo tienen, la fidelidad y el pacto se convierten en retórica. Son estadistas, claro, pero solo cuando ellos mandan.

La pregunta es si por esa senda, Casado está en condiciones de convertir de nuevo al PP en alternativa de gobierno o se quedará solo en lo que es hoy, una mera comparsa de la ultraderecha de Abascal. La única certeza es que el “bloquismo” sobre el que hablaban González y Rajoy era exactamente esto, la imposibilidad de alcanzar acuerdos fundamentales para el país.