El posible indulto a los presos catalanes del procés vuelve a sacudir el tablero político, como si no hubiera eventos que lo sacudieran casi a diario. En un contexto de placidez informativa, este tema sería considerado una bomba. Pero la placidez informativa es cosa de tiempos remotos. En la situación a la que nos enfrentamos desde hace tiempo, con noticias que ponen los pelos de punta casi a diario y la guinda de la “invasión” marroquí de Ceuta y sus repercusiones como colofón, la noticia parece una más. Pero no lo es.
Es de mucho calado, y por eso un par de expresidentes, Felipe González y José María Aznar, se han mostrado contrarios al posible indulto, coinciden en ello con Elisenda Paluzie, presidenta de la organización independentista Asamblea Nacional Catalana, quien considera que los indultos desarmarían al independentismo.
El contencioso catalán viene de lejos. La cosa pareció calmarse con la Transición. Jordi Pujol, el presidente de la Generalitat, impuso un pragmatismo que dio años de gloria al nacionalismo catalán en su influencia en la política española. Hasta potenció un gobierno de José María Aznar impulsado por los votos de nacionalistas catalanes y nacionalistas vascos.
En los últimos años el proceso catalán ha derivado de tal forma que nos encontramos con políticos presos a los que el Gobierno trata de dar una solución. Moverse en esas aguas es peligroso. Un indulto, que es la fórmula que maneja el Ejecutivo y acepta Aragonés, “toda medida que alivie el dolor será bienvenida”, va a ser utilizado por los “defensores” del Estado como una traición. Para estos últimos, la Catalunya del procés ha sustituido como ariete, a la Euskadi de ETA.
El pasado jueves en comparecencia parlamentaria, el director del gabinete de Presidencia, Iván Redondo, aportó su visión de la necesidad de un liderazgo valiente para soluciones que no son fáciles y en las que es precisa una palabra: Concordia. ¡Ay, concordia! Acuerdo o armonía entre personas. Qué difícil encontrarla hoy. En política hay quien desde un “liderazgo valiente”, trata de atacar el problema a la busca de una solución por muy complicada y enrevesada que sea, y hay quien prefiere esperar a que escampe aunque, generalmente, no escampa. Según nos cuenta José Manuel García Margallo, su ministro de Exteriores cuando Mariano Rajoy era presidente, no entraba a solucionar los grandes problemas porque “era un lío”. Así dejó pasar el caso catalán hasta que le estalló en las manos.
García Margallo dice que cuando le propuso a Rajoy atacar el problema de Gibraltar mediante un acuerdo de cosoberanía, “la explicación oficial que me dio el presidente fue que eso era un lío”. Y Margallo nos informa de que le contestó: “Le dije que naturalmente que es un lío, si lo perdimos hace 300 años, no nos lo van a devolver a la hora del desayuno con una caja de bombones, habrá que pelearlo”. Se entiende que pelearlo diplomáticamente, políticamente, porque Gibraltar pasó a ser parte del Reino Unido a partir de la Guerra de Sucesión en la que se enfrentaron el rey Felipe V, primer borbón, y el pretendiente Carlos Francisco de Habsburgo. Por medio hubo una guerra de 12 años que terminó con el Tratado de Utrecht.
Tampoco el problema catalán se va a solucionar enviando una caja de bombones a cada uno de los políticos presos, y otra más, con magnanimidad a cuenta del Estado, para el presidente de la Generalitat. Por muy buenos que sean los bombones, seguramente habrá que hacer algo más para tratar de encarrilarlo si tenemos en cuenta que esos políticos, en realidad, no son sino representantes de una voluntad popular que agrupa a un buen número de catalanes. Es un problema que viene de antaño y que tiene resonancias, precisamente, en aquella Guerra de Sucesión. Ahí está para demostrarlo ese Catalan Bay en pleno Gibraltar.
Hace casi 90 años, el 6 de octubre de 1934, en plena era republicana, no hubo precisamente bombones, sino el ataque de una compañía de infantería, otra de ametralladoras y algunos cañones, para acabar con la proclamación del Estat Català que había anunciado el presidente de la Generalitat, Lluís Companys. Companys proclamó la independencia con una fórmula muy especial, “proclama el Estado Catalán en la República Federal Española”, y en un contexto más especial. Lo que sí hubo fueron tiros y muertos. El propio Companys fue detenido y la experiencia acabó en unas horas. La situación podría haber sido aún más complicada si al otro lado no hubiera estado un militar templado como el capitán general de Catalunya, el tarraconense Domingo Batet, años más tarde fusilado por Franco. Uno se imagina a otro militar como el soriano Yagüe entrando a sangre y fuego “por Dios y por España”.
El caso es que enfrentarse ahora a una salida política a la crisis catalana encuentra de frente a una derecha envalentonada tras la victoria de Madrid, que obliga a Pablo Casado a resituarse estratégicamente. Su discurso anti Abascal, se lo tiene que comer con patatas si no quiere ser fagocitado por el ayusismo. Con el nuevo “vista a la derecha” de la política, la izquierda se ve obligada a jugar con inteligencia y visión de la jugada, porque en la nueva derecha no sólo entran los habituales, sino lo que algún comentarista ha denominado con precisión, “el sector caoba del PSOE”. Alguno de ese sector, Joaquín Leguina, ya anunció que no iba a votar al candidato socialista Gabilondo. Felipe González, más inteligente, aprovechó su entrevista en El Hormiguero para, en un horario de alta audiencia, recordar que él sí había votado a Gabilondo.
Pero González, aprovechó para enviar un recado: “En estas condiciones yo no haría un indulto y, repito, en estas condiciones, yo no haría un indulto”. Así que ya sabemos que en condiciones inadecuadas, González no repetiría el indulto del general Armada que él llevó a cabo. Hay que recordarlo una vez más, Armada fue condenado a 26 años, ocho meses y un día de reclusión mayor por ser la cúspide del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Unas horas antes del indulto, el ministro de Defensa, Narcís Serra, había asegurado que “era difícil” que el Gobierno indultara en esas fechas navideñas a Armada. Parecía que no se daban las condiciones. Pues nada, a las 24 horas llegó el indulto del gobierno de Felipe González, era el 23 de diciembre de 1988.
También, “las condiciones” del indulto del que fuera ministro de Interior en su gobierno, José Barrionuevo, debieron ser diferentes. Barrionuevo fue condenado por el secuestro en 1983 del ciudadano francés Segundo Marey, un viajante de comercio al que confundieron con un miembro de ETA. El secuestro fue reivindicado por el grupo terrorista GAL. Marey estuvo secuestrado durante diez días en condiciones infrahumanas en una cabaña en el monte en Cantabria. Tapados los ojos con una venda y luego con unos algodones y esparadrapo, sin zapatos y en camisa en pleno frío invierno, prácticamente no comió y se alimentó del humo de los cigarrillos que fumaba. Fue puesto en libertad en estado lamentable. No se recuperó nunca, y tuvo que recibir tratamiento psiquiátrico. De las vicisitudes del secuestro era informado puntualmente el ministro del Interior, José Barrionuevo, según consta en la condena de la Sala Segunda del Tribunal Supremo. En la famosa entrevista de El Hormiguero, refiriéndose al caso catalán, Felipe González sentenció: “La deslealtad a las reglas de juego se paga”. Este tipo de frases lapidarias tienen doble lectura.
Barrionuevo fue condenado por secuestro a diez años de prisión, a otros por menos les cae más, con el agravante de que este hombre estaba en el máximo nivel ejecutivo del país. Entró en la cárcel de Guadalajara arropado por compañeros como Felipe González, que le abrazó. La entrada se produjo el 10 de septiembre de 1998. El 24 de diciembre de ese mismo año, es decir, tres meses después, salía indultado por el gobierno de José María Aznar.
Aznar, como no podía ser menos, también se ha apuntado a las críticas pre indulto, y ha terciado: “La libertad es el derecho a hacer todo lo que las leyes permiten. Si un ciudadano puede hacer lo que prohiben, se acabó la libertad”. Se refería a los políticos catalanes presos, pero sirve también para el caso Barrionuevo, quien hizo lo que las leyes prohiben, y luego fue indultado por su gobierno, lo que permitió al exministro salir a los tres meses de la cárcel y no volver nunca más.
Al parecer, en este caso, sí se daban las condiciones de las que hablaba el expresidente González, y estamos ante el secuestro de un ciudadano francés inocente, asaltado en su domicilio y aterrorizado durante días a cuenta del Estado. La cuestión esencial estriba en saber cuándo se dan las condiciones, y quién dice cuándo se dan las condiciones. Una duda metafísica que nos será respondida en la próxima entrevista de alguno de los dos expresidentes.