Por fin, un Borbón bueno

28 de septiembre de 2024 22:42 h

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Las fotos del emérito con Bárbara Rey no aportan grandes novedades. Añaden, en cualquier caso, un puntito de sordidez (el niño de 11 años detrás de la cámara, la madre coleccionando pruebas para asegurar la rentabilidad del negocio, el entonces rey con su habitual y constitucional irresponsabilidad) a una historia ya conocida.

Ofrece un cierto interés la fecha de las imágenes: 1994. Juan Carlos I tenía 56 años y era inmensamente popular. ¿Qué sabía la sociedad española de su rey? Pocas cosas y todas buenas: que había frenado un intento golpista y había respaldado la democracia, que gozaba de prestigio internacional, que era guapo, simpático y “moderno”, y, por la vía del rumor y el codazo cómplice, que tenía novietas aquí y allá. Esto último, en la España de la anterior generación, añadía gracejo a la figura del monarca.

¿Qué sabía la prensa? Algo más, sólo un poco más, que el conjunto de la sociedad. De ello hablaba aquí mismo José María Izquierdo, un veterano de diversas redacciones. Lo de los amoríos estaba más que comprobado, porque Juan Carlos I no era demasiado discreto. Un ejemplo: el piso barcelonés donde se veía con una de sus amantes estaba en el mismo edificio donde vivía el periodista Màrius Carol.

Sobre lo otro, sólo rumores. Yo había oído lo de los céntimos que cobraba el monarca como comisión sobre cada barril de petróleo árabe importado por España, pero quienes conocían bien el asunto (Francisco Fernández Ordóñez o Roberto Centeno, por ejemplo) se limitaban a hacer guiños y, por otra parte, no había forma de obtener pruebas documentales. Los directivos periodísticos tampoco estimulaban que se investigara a Juan Carlos I porque entonces, como ahora, la prensa más solvente, la que intenta contar la verdad, estaba obligada a contar el tipo de verdad que demandaba su público. Y el público, en general, no tenía interés en saber cosas feas del monarca. Tan simple como eso.

Por interés comercial, la prensa protegió a Juan Carlos I hasta que, en lo peor de la Gran Crisis (2008), se atrevió a publicar la foto del elefante muerto. Y se acabó el pastel.

Conviene recordar que cuando Francisco Franco designó a Juan Carlos de Borbón como sucesor, en 1969, la dinastía borbónica, y la monarquía en general, carecían del menor prestigio. El rey anterior, Alfonso XIII, había robado a manos llenas (la guerra de Marruecos no fue ajena al interés pecuniario del rey por las minas rifeñas), había apostado por la dictadura de Primo de Rivera y en 1931 había huido de España llevándose un dineral: entre 50 y 150 millones de euros actuales, según distintas estimaciones. De los reyes anteriores (la larga regencia habsbúrgica de María Cristina, el efímero Alfonso XII, el baile de espadones de Isabel II, la catástrofe cerril de Fernando VII) pocas cosas positivas podían decirse.

Juan Carlos I pareció cambiar la desastrosa trayectoria borbónica. Tras unos inicios titubeantes, en los que muy pocos confiaban en que fuera a durar, su popularidad empezó a subir de forma vertiginosa. Su imagen pública se configuró a partir de tres acontecimientos: las elecciones de 1977, la aprobación de la Constitución en 1978 y el fracaso del golpe el 23 de febrero de 1981. Era el rey de la democracia. Por fin un Borbón había salido bueno.

A la espera de lo que podamos saber cuando el trasfondo de aquellos acontecimientos deje de estar sepultado bajo la ley de secretos oficiales (si eso ocurre algún día), cuesta discutir la aportación de Juan Carlos I a la democratización y modernización de España. También cuesta discutir que el origen franquista de su trono (los céntimos del petróleo desde 1973), el blindaje que le garantizó la Constitución, la protección institucional de que gozó (los jefes del CNI ejerciendo de alcahuetes a cargo del contribuyente) y el peloteo furibundo que le dispensó la casi totalidad de la prensa contribuyeron a que el hombre se sintiera por encima del bien y del mal.

Nos referíamos antes a la fecha en que el hijo de Bárbara Rey fotografió a su madre con Juan Carlos I: 1994. El rey tenía 56 años. Exactamente los mismos que tiene hoy su hijo y sucesor, Felipe VI, del que también se dice a veces que es por fin “un Borbón bueno”. No conocemos con exactitud el nivel de popularidad del actual monarca (el Centro de Investigaciones Sociológicas le excluye de sus encuestas desde hace una década) y no existen indicios fiables de que ande por ahí robando o cometiendo tropelías, como no existían sobre el padre en 1994. ¿Qué pasaría si surgiera alguna sospecha fundamentada sobre Felipe VI? ¿Qué harían los grandes medios? Quiero pensar que actuarían de forma distinta a como lo hacían hace 30 años. Pero no estoy seguro.