La falta de vergüenza de esta derecha española a algunos nos resulta obscena, pero no a ellos evidentemente. Muchos sentimos vergüenza ajena pero ellos ninguna. ¿Cómo pueden tener la cara tan dura de meter de presidente nada menos que del Tribunal Constitucional a un militante conspicuo del PP? ¿Un individuo que publicó además sus opiniones xenófobas de los catalanes? ¿Y cómo puede tener él la cara tan dura de callarse su militancia y aceptar ese cargo que debiera ser garantía de juego limpio y arbitrio aceptado por las partes? Ese nombramiento anula definitivamente la confianza que podamos tener en el sistema político constitucional y refleja el daño que le han hecho a la justicia conscientemente, pero sobre todo es la guinda de la corrupción del sistema político y de la desvergüenza de la derecha española.
Me pregunto de donde viene esa falta de vergüenza, cual es su origen, y creo que se trata de algo muy simple y evidente aunque todos estos años pasados hemos preferido no verlo: ganaron la guerra, el estado es suyo y nosotros somos su botín. Parece exagerado y difícil de creer pero con el franquismo y su continuidad sucede lo que se le atribuye al diablo, su mejor truco es hacer creer que no existe.
Las guerras se hacen para algo, para liquidar al adversario y quedarse con lo que tiene, el botín. Una parte del botín son las personas, unas trabajarán como esclavas y otras, singularmente los niños, serán educados ya en el culto a la nueva patria.
Mi madre recordó un día fugazmente cuando en la escuela desapareció el maestro y dejaron de cantar el himno gallego, un himno melancólico y socrático que se interroga y se contesta a sí mismo, y aprendieron el “Cara al sol”, que les enseñaba a las niñas que su lugar era bordarle en rojo la camisa azul al joven fascista, aquel que soñaba con banderas victoriosas y una suerte de muerte heroica.
Pero en otra ocasión mi padre me refirió un recuerdo suyo que me resultó más cercano, como siendo muchacho llegaron a su pueblo los falangistas y después de su labor de castigo juntaron a los niños, los vistieron con correajes y los pusieron a desfilar. Pocas cosas le gustaban más a los niños de antes, cuando no había videouegos y se jugaba a la muerte en la realidad. Aquella remembranza me recordó mi propia infancia y las clases de gimnasia, también desfilando pues los profesores de gimnasia solían ser militares o falangistas y en el caso de los niños constituían una preparación para el servicio militar a la patria. Aprendíamos a parar firmes y desfilar cantando “Cara al sol”, “Gibraltar” y todo tipo de cancioncillas salerosa como “Isabel y Fernando /el espíritu impera/moriremos besando/la sagrada bandera./Nuestra España gloriosa/nuevamente ha de ser/la nación poderosa/que jamás dejó de vencer.” La letra no es muy veraz pero la intención era clara, educarnos como nacionalistas fascistas españoles. El adoctrinamiento en la escuela, en el servicio militar y posteriormente a través de los medios de comunicación fue fundamental para crear generaciones de personas sumisas. ¿Sumisas a quién? A los vencedores. Sumisos los hijos de unos y altaneros los hijos y nietos de los vencedores.
El derecho de conquista y el botín son la clave de nuestras vidas. Los papeles robados a los catalanes por los fascistas y custodiados en el archivo de Salamanca no debían ser devueltos a sus dueños pues eran botín por “derecho de conquista”, esto lo decía desde un balcón salmantino, probablemente del ayuntamiento, un buen y conocido escritor hace pocos años. En la calentura de la movilización nacionalista local aquel intelectual verbalizó lo que no debía, lo que debe de permanecer velado para que pueda actuar, dijo la verdad oculta: aquí hubo una guerra y tuvo consecuencias, y esas consecuencias no desaparecieron mágicamente con la mágica Transición, lo que hizo ésta fue velarlas y pedirnos a todos que confiásemos en que nuestros deseos se harían realidad.
Si queremos podemos creer que es por casualidad y que no tiene consecuencias el que los dirigentes del PP hayan sido todos, desde su fundador, descendientes de familias con cargos y prebendas durante el fascismo pero eso sólo demuestra una buena voluntad mal entendida por nuestra parte.
Los franquistas son una casta. Rajoy es lo contrario de lo que dice ser y cuando dice que tardó en entrar en política se refiere a lo contrario: en vida de Franco él era un joven franquista y como tantos siguió la indicación que el general explicitó a los suyos, “haga como yo, no se meta en política”. y sólo entró en política cuando murió Franco y hubo que posicionarse en el nuevo juego. Él lo hizo en un grupúsculo, Unión Nacional Española, dirigido por Gonzalo Fernández de la Mora, un curioso intelectual reaccionario exministro franquista y totalmente leal al Régimen, naturalmente era contrarios a la Constitución que se pactó y, lógicamente, absolutamente contrario a la recuperación del estatuto de autonomía de Galicia.
Rajoy se incorporó posteriormente al partido de Manuel Fraga Iribarne, AP, y siendo un señor adulto, habíendo ocupado cargos públicos y ocupando la presidencia de la diputación provincial de Pontevedra publicó dos artículos en la prensa viguesa explicando su ideario. Para ello glosó un libro de un periodista fascista, Luis Moure Mariño. Moure Mariño participó en los primeros días del golpe en el 36 y entró en la corte de intelectuales de la corte de los generales nacionalistas en Burgos a las órdenes de Dionisio Ridruejo con funciones de propaganda. En su libro argumentaba que la desigualdades sociales respondían a una necesidad humana impuesta por la genética y que Rajoy defendía y resumía en la constatación de que “los hijos de ”buena estirpe“ superaban a los demás”. El clasismo argumentado desde el racismo.
¿Cambió de ideología en algún momento? No consta en ningún lado y en cambio eso nos permite comprender el sentido profundo de la “Ley Wert”, una ley clasista que se basa en una concepción racista de la sociedad, o los recortes sanitarios, además de quedarse con lo que era público y nuestro consiguen que los pobres enfermos o viejos mueran antes y cuesten menos. En conjunto, la derecha española nunca renunció a heredar la victoria por las armas en la guerra, nunca. Si no se avergüenzan de heredar ese derecho de conquista sobre la población civil cómo van a sentir vergüenza de nada. Por qué no van a condecorar a la División Azul o amenazar con el Ejército a loso catalanes o a quien sea.
El Estado, este Estado, es suyo, de los de “la estirpe” y por eso ni se molestan en disimularlo. Ellos no creen tener cara dura, simplemente disponen de lo que creen que es suyo y por eso, tras décadas de dimes y diretes, es evidente que patrimonializaron el estado: el estado español es suyo porque ellos son España. Cómo no va a ser suyo el Tribunal Constitucional para ponerle al frente a quien ellos quieran. Y ahora nos vamos a los toros a fumar un puro.
Aznar, con su tosquedad tan evidente, nos confundió y no supimos ver a Rajoy, que siendo mucho más cortés y comedido en la expresión es muchísimo más reaccionario. Aznar es una personalidad infantil y emocional pero Rajoy es muchísimo más taimado y consciente de lo que hace. Aznar se emocionó como un niño y se embriagó de vanidad cuando Bush, necesitado de apoyos europeos, le confió un papel de embajador europeo de sus planes para atacar Irak, pero fue Rajoy, que se había mostrado inicialmente escéptico, el que finalmente defendió en el parlamento la existencia de armas de destrucción masiva y la pertinencia de la invasión. Fue Aznar, quien en medio de aquel trasiego de embajadas entre Washington y Europa se vio importunado por el naufragio del “Prestige” y la gestión culpable que hizo su gobierno, pero fue Rajoy quien vino a Galicia, donde había pasado parte de su adolescencia y su juventud, a negar la marea negra y a repartir “galletas”, “lentejas” e “hilillos de plastilina”. No, Rajoy no es ingenuo ni inocente.
Su comportamiento ante su evidente implicación en el “caso Blesa” revela tanto ese descaro y sinvergonzonería de la derecha española como su profunda cultura antidemocrática: se comporta como si no tuviese que dar cuentas a nadie de sus actos. Para nosotros eso es un escándalo, para él es lo normal entre “la gente normal, como Dios manda”. La gente “de estirpe” no tiene porque dar cuenta de sus faltas o delitos a “los demás”. Los miembros de esa estirpe tienen un sentido particular para la palabra “dignidad” que es exactamente el contrario al que le damos “los demás”.
Aunque eso sí, quien lo retrate como un creador de política o cosa semejante tiene que echarle mucha imaginación, sus aportaciones y sus comentarios son los del personaje de “Mr Chance” (“Being there”, Hal Ashby). Pero un Mr Chance que escapa del parlamento y de la prensa.
De todos modos Rajoy ya es pasado y su retirada de un modo u otro es cosa de semanas o meses. Si algo indica esto es la insistencia de ministros y dirigentes del partido en reivindicar “la honradez” y “honorabilidad” de su presidente y en afirmar la “estabilidad” del gobierno. La suerte del partido y del gobierno van unidas por Rajoy, presidente de ambos.
Veremos como acaba todo, pero acaba. Ganaron la guerra, la posguerra y la democracia salida de la Transición. Consiguieron la hegemonía de sus ideas fundamentales entre la población (“la unidad de la patria”, “¡soy español, español, español!”) y nos entretuvieron a todos hipnotizados por un juego de trileros: lo privado funciona mejor que lo público, hay que concentrar las entidades financieras en unas pocas, hay que privatizar porque si no no dan las cuentas, hay que hacerse seguros privados porque el futuro aguarda, Rajoy era menos malo que Aznar, Wert o Gallardón eran “liberales y modernos”...
Hay que dejar el juego. Llegados a un final de etapa histórica toca balance en el juego en este casino: la banca gana y se queda con todo. Ellos, los franquistas, eran los dueños del casino. Hay que dejar el juego.