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Brasil comienza a salir del 'lawfare'

16 de marzo de 2021 23:10 h

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La expresión en inglés designa la judicialización de la política, la connivencia entre el Poder Judicial y los medios de comunicación para criminalizar a los líderes de izquierda. Y la nueva estrategia de la derecha –también llamada guerra híbrida– que llegó a Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador.

Una estrategia que, rompiendo con la democracia de forma más o menos abierta, permitió la interrupción de los gobiernos democráticos y progresistas en América Latina, y promovió el retorno de la derecha al gobierno de estos países. Un retorno breve, efímero, porque lo que la derecha tiene que ofrecer a los pueblos del continente es ajuste fiscal, menos democracia y renuncia a la soberanía nacional. Por eso volvieron a ser derrotados en Argentina, en Bolivia, están en proceso de serlo también en Ecuador.

Esta estrategia se inició en Brasil con el golpe de Estado contra Dilma, quien destituyó del gobierno a una presidenta recientemente reelegida por el voto democrático del pueblo, pero víctima de un proceso sin fundamento legal, que rompió con la democracia, reinstalado en Brasil unos 30 años, luego de una dictadura militar de 21 años.

Una estrategia de lawfare, de judicialización de la política, de guerra híbrida, que tuvo su segundo capítulo en la prisión, condena y prohibición de que Lula fuera candidato en las elecciones presidenciales de 2018, cuando ganaría en la primera vuelta, según todas las encuestas. Y que tuvo en la monstruosa operación mediática –con el consentimiento del Poder Judicial y los medios– para elegir a Bolsonaro como presidente de Brasil, en un proceso absolutamente antidemocrático.

Brasil vive todo el sufrimiento de la ruptura de la democracia, que nunca es buena ni para el pueblo ni para el país. Recesión económica, crisis social, muertes ilimitadas por la pandemia, vacunación lenta, pérdida de la soberanía nacional, el pueblo abandonado, la herida de muerte democrática.

La decisión judicial de restaurar públicamente la inocencia de Lula representa el principio del fin de todo. Los otros países, Argentina, Bolivia, Ecuador, han encontrado la manera de salir de la guerra. Argentina, tras la derrota electoral de 2015 y el aplastante fracaso del gobierno de Mauricio Macri, eligió a Alberto Fernández, quien retoma, a su manera, el camino de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, de antineoliberalismo, democracia, soberanía nacional, de Integración latinoamericana.

En Bolivia, luego del golpe de Estado que derrocó al gobierno de Evo Morales, el gobierno de restauración neoliberal duró poco. En cuanto se recuperó el derecho democrático a elegir presidente de la república, el candidato vinculó a Evo Morales y al MAS, Luis Arce, como nuevo presidente del país. Ecuador va por el mismo camino, proyectando la elección del candidato vinculado a Rafael Correa, Andrés Arauz, como probable nuevo presidente del país.

Brasil comienza a caminar, a su manera, fuera del lawfare, la judicialización, la guerra híbrida, la ruptura de la democracia, con la restitución de los derechos políticos plenos a Lula. Es un camino largo, todavía lleno de obstáculos, pero que cobra un nuevo impulso con el regreso de Lula a la vida política brasileña.

Su discurso tuvo un eco generalizado en todo el país, inspirando lo que todos sintieron: esperanza. Un país masacrado y desesperado volvió a mirar su presente y su futuro con un nuevo horizonte, representado por él. El propio Poder Judicial debe reconocer que todos los cargos en su contra fueron manipulaciones antidemocráticas, llevadas a cabo por jueces al servicio no solo de impedir que Lula vuelva a ser presidente de Brasil, sino de destruir los cimientos de la democracia e incluso de la construcción económica de un país libre y soberano.

Con Lula, Brasil se reencuentra consigo mismo, vuelve a darse cuenta de que solo en democracia la mayoría impone su voluntad, que solo en democracia se hacen realidad los intereses del pueblo. Que sólo en democracia Brasil vuelve a recuperar su imagen de gran país, los brasileños pueden volver a sentirse orgullosos de su país y de ser brasileños.

Es un camino que apenas se comienza a recorrer, pero que ya se refleja en todo el campo político, que comienza a reaccionar a las propuestas de la presencia de Lula, no solo como perspectiva de futuro, sino como referente fundamental para derrotar a Bolsonaro y su gobierno, incapaz de conducir al país en la peor crisis de su historia.

Será un largo período de varios meses para un país que llora más de 2.000 muertos cada día, que sufre de hambre y desamparo todos los días, que se siente impotente y desanimado. La esperanza nuevamente es vencer el miedo, la miseria, el autoritarismo, la arbitrariedad, la falta de justicia y la solidaridad. Lula representa todo eso. Así, Brasil comienza a salir de la guerra de la ley para volver a la democracia y a un gobierno legítimo elegido por el pueblo brasileño.