Las buenas compañías de Lamine Yamal

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El punto de inflexión en la vida de Lamine Yamal no se produjo en el partido del martes ante Francia. No fue el instante en que su zurdazo marcó un gol que ha dejado boquiabierto a medio mundo. El momento decisivo tuvo lugar años antes. De madre ecuatoguineana y de padre marroquí, la vida de Lamine Yamal se encaminaba por derroteros adversos. De bebé protagonizó la foto, ahora célebre, en la que Leo Messi lo bautiza para la religión del fútbol. Tampoco aquel baño significó un punto de inflexión, pero nos da información. El pequeño regordete está ahí por azar. El FC Barcelona elaboraba un calendario y para elegir a los niños que se fotografiarían con sus futbolistas hizo un sorteo entre familias en riesgo de exclusión social. Le tocó a Lamine Yamal.

A los trece años, aquel niño con suerte entró en La Masía. Ese fue el punto de inflexión en su vida. Por eso el próximo domingo va a jugar, con diecisiete años, una final de la Eurocopa con la selección absoluta. Cualquier cosa podía haberse torcido, porque, unos años antes, los padres de Lamine Yamal tenían trabajos de subsistencia y vivían como podían. El niño entrenaba ya en las categorías inferiores del club y recibía una beca, pero la administración de ese dinero y la separación de sus padres le complicó la vida. Cualquier soplido de adversidad puede complicar la vida de un niño que se ha fotografiado en un barreño por la buena suerte de ser pobre. Lamine Yamal frecuentaba lo que mi abuela llamaba “malas compañías”. Al entrar en La Masía ocurrió lo esperable. Alguien que podía, alguien como un club de fútbol, puso los recursos económicos y humanos para asegurarse de que tuviera una buena alimentación, horas regulares de sueño, un plan de entrenamientos y un tiempo dedicado a los estudios: ha terminado la ESO durante la Eurocopa. Ese fue el punto de inflexión de su vida: aquel en que una institución le permitió desarrollar su potencial. La madre de Lamine Yamal se mudó a Sant Joan Despí, la localidad donde se encuentra La Masía, para seguir dándole cariño. 

No es el triunfo de la integración, no nos engañemos; es el triunfo del genio. Lamine Yamal es un genio del fútbol. Y por su genialidad lo rescataron de una adolescencia que apuntaba en una dirección más triste, dickensiana. Le cambiaron las malas compañías por la tutela. Se vuelve a demostrar que cuando hay alguien prestando atención los niños salen adelante. Hay un momento crítico en que una niña despunta o, al revés, un adolescente está a punto de torcerse. Y nos la jugamos: o se les ofrece un futuro o no se les ofrece. Es así de sencillo y no requiere mayor evidencia a estas alturas. Desde la Ilustración escocesa sabemos que la educación universal aumenta el número de genios. Escocia fue el primer lugar de Europa donde se implantó un sistema de educación pública. A mediados del siglo XVIII estaba alfabetizado el 75% de la población. De ahí salieron David Hume, Adam Smith, Francis Hutcheson, James Watt, y un largo etcétera. Se llamó a Edimburgo la Atenas del Norte. No es que los escoceses fueran más listos, es que les dieron oportunidades de desarrollar su talento.

En estos momentos hay varios miles de niños, niñas y adolescentes en España a los que no se  presta suficiente atención. Ni siquiera los tenemos bien contados. Según la Policía Nacional son 13.600, pero otras fuentes hablan de 6.000, 4.000, 3.000.  En todo caso, son pocos. Un país de 48 millones de habitantes puede prestar atención a unos miles de niños solos. Se trata de quitarles de las manos las nefastas papeletas que les han tocado en el sorteo de la vida. Se trata de que en toda España distintas masías, públicas y por tanto menos vistosas, tutelen de verdad a los que no son genios del fútbol. Ofrecerles un futuro o no ofrecérselo: esa es la disyuntiva. Muchos no marcarán en una semifinal, pero harán otras cosas. El gol de Lamine Yamal vale mucho más que el pase a una final: demuestra que darles una oportunidad es dárnosla a nosotros mismos como país.