Para que luego no se diga, la RAE acaba de aprobar una serie de palabros entre los que destaca el término “buenismo” así como su definición por ser actitud de quien, ante los conflictos, rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con extrema tolerancia. Tras la definición aprobada por la RAE, se añade que este término es usado más en sentido despectivo. Yo agregaría que más o menos.
Porque el término “buenismo” no tiene otro uso que el uso que le dan los malotes para despreciar a todos aquellos que manifiestan un sentimiento solidario, señalando así a todos los que dan una oportunidad a nuestra naturaleza primitiva. Denunciar los males no es malo, sino todo lo contrario, es más revolucionario y más incómodo que ponerse de parte del mal.
Hay que apuntar que, en las primeras edades del hombre, la guerra no existía. Las excavaciones así nos lo aseguran cuando revelaron la ausencia de armas en las antiguas civilizaciones neolíticas. La guerra vino después, cuando empiezan los primeros rasgos de la sociedad capitalista condicionados por la acumulación. Fueron las exuberantes cosechas las que trajeron consigo el exceso y por consiguiente la mala interpretación del acopio. Hasta entonces, el hombre estaba atareado en conseguir la caza del día a día.
Pero estas cosas, los malotes las desconocen y subidos al carro del capitalismo actual, imitan a las hormigas. Su actitud guerrera y de sacrificio por la excedencia acumulativa, así como la división del trabajo y las escalas sociales, no son otra cosa que imitaciones de los hormigueros en la sociedad actual. Unos insectos sociales como las hormigas inventaron las instituciones mucho antes que el hombre. Sin ir más lejos, la institución de la monarquía la inventaron las hormigas. Llegados aquí, podemos afirmar que reyes y reinas son asunto de insectos. La mutación del hombre en hormiga ha traído la patología del poder, la primera especialización de todas. Estas cosas las cuenta mejor que yo Lewis Mumford en su obra ‘El mito de la máquina’.
Sugiero su lectura para comprender que la guerra, al igual que la RAE, es una institución cultural que deberíamos evitar, así como deberíamos evitar la palabra “buenismo” a no ser que sea para usarla contra aquellos miembros de la RAE que ceden con extrema benevolencia sus concesiones al capital privado y actúan con igual resignación ante una monarquía heredera de nuestra España más negra. Necesitamos un diccionario que nos defienda ante la plaga de malotes que toleran el capitalismo. Un insecticida compuesto de palabras.
Ah, y Feliz Navidad.