Qué bueno que viniste, Milei
Los excéntricos triunfan en la economía de la atención, pero si de Javier Milei nos fijamos en la motosierra o en sus perros clónicos, obviaremos lo más importante que puede suscitar: una discusión rigurosa sobre los límites del mercado. A su juicio no debería existir ninguno. Es un planteamiento radical en apariencia, pero visto de cerca resulta revelador sobre la configuración ya existente en nuestras sociedades.
Según Milei, el mercado de órganos, por ejemplo, debería ser libre: uno debería poder vender un riñón si encuentra comprador. Mucha gente, yo incluida, se escandaliza con esto, pero ¿por qué vender un riñón está mal y alquilar un vientre está bien, como defienden muchos sedicentes liberales? También afirma que cada uno debe pagarse la Sanidad y la Educación propias (a lo sumo con un bono público a modo de ayuda). Esto sin duda, nos parece aberrante a los europeos acostumbrados al Estado de Bienestar, pero a los que vivimos en Madrid, donde el 38% de la población tiene seguro privado, no nos resulta tan disruptivo. El deterioro deliberado de la Sanidad pública empuja a la clase media a pagarse la sanidad privada, para tener acceso a listas de espera de tres meses en vez de doce. Los ricos ya han huido de ahí. En Estados Unidos, por entre 1.500 y 25.000 dólares al año, uno puede disponer del móvil personal de su médico y cita en el día.
Así lo cuenta Michael Sandel en 'Lo que el dinero no puede comprar'. Presenta una lista de cosas en venta ya entonces (el libro se publicó en 2012 en España): el derecho a cazar un rinoceronte negro en peligro de extinción cuesta 150.000 dólares. Muchos ciudadanos viven preocupados por su huella ecológica, pero en la Unión Europea funciona un mercado de emisiones, por el cual uno puede comprar el derecho a emitir una tonelada de dióxido de carbono a la atmósfera por 13 euros, según Sandel. Hay compañías médicas que pagan a sus clientes 378 dólares si pierden seis kilos en cuatro meses. Por combatir en Afganistán para una compañía militar privada, de las que abundaron allí y en Irak, uno podía cobrar entre 250 dólares al mes y 1.000 dólares al día. En España el derecho a la residencia se compra con 500.000 euros invertidos en una propiedad inmobiliaria.
Milei se presenta como un loco porque no lo es. Su credo económico es el libertariano –me niego a llamarlo “libertario”, que en español es un término acuñado con un significado muy preciso como una expresión del anarquismo de izquierdas–. En realidad, Milei sólo pisa el acelerador de una tendencia asentada: la expansión de los mercados a todas las áreas de la vida. Él propone un tránsito definitivo de una economía de mercado a una sociedad de mercado, pero ese cambio ya se está produciendo y se trata de “uno de los hechos más significativos de nuestro tiempo”, según Sandel. En los últimos años, sin ruido alguno, se ha empezado a pagar por ir al baño en una estación de tren (un euro en Atocha o en Sants). También se paga para figurar en una lista electoral, como sucedió en el PP de Madrid (1.500 euros para un puesto de salida en las elecciones autonómicas de mayo).
El partido de Milei se llama La libertad Avanza, porque la libertad retrocede allí donde todo se puede comprar. El dinero como barrera de entrada genera desigualdad, hace la vida más difícil a la gente con menos recursos y resta posibilidades de elección, o sea, libertad. Como señala Sandel, aquello que se puede comprar cambia su naturaleza: se convierte en una mercancía. A veces ocurre con los derechos. En nuestro país el ejemplo más evidente es la vivienda: en la Constitución, un derecho; en la práctica, una mercancía, con drásticas consecuencias para la vida de mucha gente, sobre todo joven.
La oportunidad que ofrece Milei a la izquierda es la de pensar seriamente sobre la intromisión cada vez mayor del mercado en numerosos aspectos que tradicionalmente no se regían por normas mercantiles. Nombrar un estadio de fútbol o un teatro para honrar a una persona ilustre es muy distinto de designarlo con el nombre de una empresa porque paga. Como el honor no se compra, la irrupción del mercado en la ecuación hace desaparecer de los espacios públicos la idea de que figuras destacadas de nuestra historia merecen ser recordadas sin pagar por ello. Nos priva de encontrar significados comunes como sociedad.
Sandel habla de la “tendencia corrosiva” de los mercados. Cuando nos negamos a que algo se pueda comprar, le reconocemos un estatus especial. La idea de que un ser humano posee una dignidad esencial, y por ello no puede venderse, llevó a la abolición de la esclavitud. En la sociedad de mercado pura que propugna Milei, ¿qué impediría recuperar la esclavitud? Él asegura que necesita treinta y cinco años para culminar su proyecto. Pero quizá esté mucho más cerca de lo que parece.
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