Exposición de los hechos:
I. Martes 12/12/2017. En el marco de un encuentro con académicos, políticos y activistas, organizado en Londres por los colectivos Rethinking Economics y New Weather Institute, se redacta un manifiesto con 33 tesis para una reforma en la Economía. Al terminar el encuentro parte de los participantes se trasladaron a la London School of Economics y pegaron sus demandas en la puerta.
II. Domingo 17/12/2017. En la columna en The Guardian “¡Bienvenidos herejes! La Economía necesita una nueva Reforma” Larry Elliott, editor de la sección de Economía, escribe sobre lo sucedido y apoya la causa.
III. Miércoles 20/12/2017. En respuesta a Larry Elliott, profesorado del University College London y la London School of Economics publican en el medio digital Prospect una columna titulada “Lúgubre ignorancia de la ”ciencia lúgubre“: una respuesta a Larry Elliot”.
IV. Lunes 25/12/2017. Antonio Cabrales, profesor del University College London, publica en el blog de Economía “Nada es Gratis” la entrada “¿Econo-ignorantes o algo peor?”. En ella arremete contra las 33 tesis y la columna de Larry Elliott, que tacha de “infame articulillo”.
De los hechos expuestos se desprenden dos visiones enfrentadas en lo que respecta al diagnóstico sobre la situación en la que se encuentra la ciencia económica contemporánea. Mientras que para los y las firmantes de las 33 tesis, la ciencia económica no está en un buen momento sino más bien todo lo contrario, para el profesor Cabrales y colegas la Economía no solo pasa por su mejor época sino que los “eslóganes” del señor Elliott y compañía son, citando a Cabrales, fake news y denotan ignorancia. Los argumentos que da al respecto pueden condensarse en que actualmente la Economía “es más empírica, tiene mayor credibilidad, está menos aislada del resto de las ciencias sociales y, por tanto, es más útil que nunca”.
Para fundamentar sus tesis y que no sean únicamente de autoridad, entre otras fuentes alude a un artículo publicado en la Journal of Economic Literature, donde se muestra cómo entre 1963 y 2011 ha aumentado considerablemente la publicación tanto de trabajos empíricos que usan datos generados por los propios autores/as, como de experimentos de laboratorio o de campo. Sin entrar a discutir si la ciencia económica es más o menos empírica que antes y aceptando a regañadientes que pudiera serlo, mi pregunta es: ¿y qué si lo es?
Que algo sea empírico no conlleva que esté bien, ni mucho menos que sea útil para la sociedad. Sin duda, las investigaciones que dieron lugar a que la multinacional alimenticia británica Tesco pusiera a sus empleados pulseras para medir la rapidez con que descargaban y colocaban stock en el almacén, gozaron de solidez empírica y probablemente se publicaran en las “mejores” journals de Economía o Management. Pero, ¿a quiénes beneficiaron esas investigaciones? A Tesco seguro, permitiéndole contar con un 20% menos de personal. ¿Y al resto de ciudadanos y a los empleados que continuaron trabajando?, ¿afectó a su nivel de fatiga física y mental, a sus relaciones familiares?
Con datos podemos hacer eficientes e ineficientes muchas cosas según lo que tengamos en consideración. Los datos se utilizan en multitud de ocasiones para respaldar intereses particulares y legitimar políticas. También eran empíricos los informes de organismos internacionales cuyas recomendaciones llevaron a décadas perdidas en América Latina; los rankings de competitividad de Chile elaborados por el Banco Mundial que han desembocado en la renuncia de Paul Romer; o los análisis de reconocidos think tank donde auguraban déficits en las pensiones públicas desde el año 2000. Con empirismo se han justificado desde reformas perjudiciales para las condiciones laborales o privatizaciones ineficientes social y económicamente, hasta guerras. Suponer que el empirismo mejora la utilidad per sé, del mismo modo que justificar que la educación o la inversión son positivas per sé, es también una fake new. Dependerá del tipo de empirismo, del tipo de educación o del tipo de inversión. Y perdónenme pero que el empirismo provenga de revistas de enorme prestigio académico, no es sinónimo de que sea bueno. Son famosos los casos de mal empirismo en este tipo de revistas, y si no se dan más escándalos es porque los incentivos a replicar investigaciones o indagar en errores existentes de trabajos ya publicados son prácticamente nulos. Para utilizar un argumento de autoridad al respecto, puede leerse una columna publicada originariamente en The Guardian por el premio Nobel de medicina Randy Schekman, donde sostiene que las revistas académicas de élite, en particular Nature, Science y Cell, distorsionan el proceso científico, ejerciendo lo que denomina como “tiranía” de las revistas top.
En cuanto a que la Economía está menos aislada. Quizás sea así respecto a hace treinta años pero cuando indagamos minuciosamente en el pensamiento económico, podemos encontrar otros contextos históricos donde la multidisciplinaridad ha sido más notoria. Independientemente de ello, sigue habiendo muestras empíricas reseñables donde se expone que los economistas seguimos siendo bastante de mirarnos el ombligo. A este respecto el artículo de Marion Fourcade y colegas señala que en el periodo 2000-2009 el 40,3% de las citas en la American Economic Review son a trabajos publicados en las otras 25 revistas más prestigiosas de Economía, frente al insignificante 0,8% de citas a revistas de Ciencia Política, y al 0,3% de Sociología.
Pese a lo descrito anteriormente, coincido con Wendy Carlin y con Antonio Cabrales, ambos miembros del proyecto CORE, en que en la actualidad podríamos estar viviendo una edad dorada para la Economía. Sin embargo, no creo que el conseguirlo sea para nada cuestión de introducir en los planes de estudio, que de hecho ya está haciéndose, los avances recientes de la Economía en teoría, historia y métodos cuantitativos. Me da la sensación de que salvo excepciones, el error de los “nuevos” avances sigue siendo el que señalaba Sampedro (que no San Pedro) en 1983. Pese a su estilizada elegancia empírica continúan trabajando sobre relojería, a lo sumo sobre gatos, para actuar sobre Madagascar. Este es el caso para mí de los trabajos más reseñables de Daron Acemoglu o Esther Dufló. Sus posicionamientos conllevan desgeografiar y deshistorizar la Economía, invisibilizando no solo los conflictos inherentes entre el capital y la vida, sino también su posicionamiento epistemológico y ontológico, y la existencia de un “paradigma otro” subalterno, como por ejemplo el pensamiento feminista (eco-, queer, postcolonial) o las epistemologías del sur (América Latina, África, Asia).
Resolver problemas acuciantes como la desigualdad o el cambio climático no es una cuestión de innovación empírica sino de discusión política, y por ende ética, ideológica, de conflictos de intereses y de relaciones de poder. Por todo ello, que vivamos una edad dorada en la Economía dependerá en primera instancia de nuestra capacidad para debatir estas cuestiones a nivel político y académico, asumiendo que el objetivo central de la Economía no es la asignación eficiente de recursos escasos sino la sostenibilidad de la vida humana y de la naturaleza. Si observamos los planes de estudio de Economía, la tendencia es más bien la opuesta. En la mayoría de las facultades del mundo, el pensamiento económico está denostado e incluso ha pasado a ser una asignatura optativa por lo que cientos de miles de “economistas” pueden serlo sin haber leído una letra no ya de enfoques críticos fronterizos, sino incluso de clásicos, pre-clásicos, y sus deudores contemporáneos.
Soy de la opinión de que todos somos ignorantes, puesto que es imposible abarcar el conocimiento en su totalidad. Cuanto más sé, más me percato de mi ignorancia en general y de mi econo-ignorancia en particular. Sin embargo también me doy cuenta de que la única manera de ir reduciéndola es discutir crítica pero asertivamente con compañeros y compañeras que tienen el mismo interés final que yo, hacer del mundo un lugar mejor. No me cabe duda de que esta es la motivación de las personas a las que he aludido en esta columna. En ese sentido las conversaciones con ellos y ellas, con mis familiares, amigos, colegas y las gentes con la que coincido en lugares comunes, son mis antídotos para minimizar mi ignorancia. Que cada cual busque los suyos. En fin, que con el tiempo y mi madurez en construcción cada vez tengo más claro, “que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos” (1, 2, 3).