“No hay ideas sino en las cosas”, decía William Carlos Williams, poeta norteamericano de origen caribeño. Sus poemas eran necesariamente breves porque los escribía en las recetas de su consulta pediátrica, entre paciente y paciente. Yo le digo a mi alumnado de escritura creativa que tiene que encontrar “sus cosas”, las que les hagan mirar el mundo como si hubiera ideas importantes que plasmar en un papel, un ticket, una receta, la aplicación de notas del móvil. Les hago hacer versiones de La carretilla roja, uno de los poemas de Williams más conocidos. Les comparto las distintas traducciones que hay mientras les insinúo que la buena es la de Ernesto Cardenal y no la Octavio Paz (toda ocasión es buena para seguir haciendo la guerrasión cultural): Tanto depende de / una carretilla roja / reluciente de gotas de lluvia / junto a las gallinas blancas. Finalmente les pido que encuentren su carretilla roja (algunos creen que me estoy choteando y citando a Manolo Escobar porque el ejercicio se llama: ¿Dónde estará mi carretilla roja?). En fin. Les animo a que usen los objetos para contarme su vida y sus ideas.
El domingo pasado nos dejamos un patinete azul en el Parque del Casino (Embajadores, Madrid). Un patín marca Globber que cuesta unos 75€. Se lo regalamos a V. cuando cumplió dos años. Con él habíamos hecho el camino al cole toda la semana de adaptación con idea de hacerlo de un modo divertido. Más que nada para que dejara de decir “al cole, no” o “yo al cole pero con mamá”. Y ahí estábamos, apurando el súper domingo de septiembre antes de volver a la rutina. Al día siguiente empezaba lo serio. Como dijo mi amigo Nacho Moreno, “el padre de todos los lunes”. Porque los lunes son patriarcales y capitalistas, aunque a mí, como buena niña empollona, siempre me encantaron. Y ese lunes nos tocaría hacer el camino al nuevo colegio simplemente a pie.
Se busca: Monopatín perdido azul. Parque del Casino. Fue visto por última vez el sábado por la noche. Tenía ganas de hacer carteles y pegarlos por el barrio, pero desde que nació G. hago un diez por ciento de las cosas que imagino y casi que debo. Suerte que pude entregar esta columna a tiempo. En un arrebato lírico creí ver en ese patín perdido todo a lo que estábamos renunciando al cambiar de la escuela infantil al colegio. Hablo en plural porque los hijos nos duelen y las familias somos un conglomerado emocional, pero en verdad es mi hijo quien estaba renunciando “al otro cole”. Es él quien se había quedado sin patín. En “el otro cole”, una escuela infantil del Ayuntamiento, disfrutaba de una ratio de 13 criaturas/ 2 educadoras, comía a eso de las 12:30, el cambio de pañal estaba planteado como uno de los momentos de aprendizaje y afectividad más importantes de la rutina de higiene, echaba la siesta en el aula, donde las instalaciones eran nuevas y los materiales pedagógicamente punteros. Cada día, le acompañábamos a la puerta del aula a la entrada y la salida, donde sus profes nos contaban cómo había estado, qué habían hecho, qué habían comido. Incluso bajo la égida de medidas sanitarias que nos atenazó el curso pasado la información fluía entre familias, escuela y peques.
En un mes, el que media de julio a septiembre, han pasado de eso a compartir clase con otras 24 criaturas y una sola educadora (¿tal vez la segunda pueda ser sustituida por una pizarra digital?), a entrar solo y a la fuerza a un edificio baqueteado cuya puerta las familias no podemos franquear en virtud de un protocolo anti COVID del que solo ha permanecido lo peor, ya que la bajada de ratios, sin embargo, no se ha mantenido; donde el pañal no tiene mucha cabida (me consta que hay coles que lo “prohíben” para no hacerse cargo de los cambios), no comerán hasta las 14h y les enchufarán dibujos para paliar el desborde de un personal a todas luces insuficiente, y con quien empatizo. Pero si las criaturas son las mismas, la escuela también es pública, ¿por qué ese salto cuántico que en tan poco tiempo deben asumir personas indefensas? ¿Por qué en 0-3 años sí se puede hacer bien y en 3-6 no? ¿Cómo podemos organizar entre toda la comunidad educativa la defensa de un modelo para la educación infantil que no se viva como una ruptura traumática con el modelo anterior? ¿Y cómo lo hacemos para todas las familias en una coyuntura de guerra abierta contra la Escuela Pública por parte de las instituciones que deberían cuidarla?
El patinete, como los días de la escuelita infantil, no ha aparecido ni aparecerá. ¿Qué nos hizo olvidarnos de él? ¿Nos lo dejamos o nos lo han robado? Somos otra familia expulsada del paraíso, haciendo el camino escolar como quien va a la trinchera. Olvidándonos cada día todos los relucientes patinetes azules a la puerta del colegio.