Va a ser difícil echar la cuenta de los muertos que ha dejado en Libia el ciclón Daniel: el agua arrastró a muchos hasta el mar, y días después siguen apareciendo cientos de cadáveres en las playas de la región. Y no vale ir contándolos sin más: ¿cómo sabes si son víctimas de las inundaciones, o migrantes ahogados de alguna embarcación hundida en la zona?
Pongan en Google “cadáveres playas Libia”, ya verán qué panorama: salen primero las noticias de esta última semana, claro, pero también muchas otras de los últimos años: “117 cadáveres en una playa de Libia”, “Hallan 85 cadáveres en una playa de Libia tras un naufragio”, “Hallan 16 cadáveres en una playa de Libia”, “Aparecen en una playa de Libia los cuerpos de tres niños refugiados”… Podría llenar el artículo entero con titulares similares. Y eso contando solo los que acaban en playas, pues otros van al fondo del mar sin tiempo de anotarlos, o a playas más lejanas, como las más de 600 personas (repito: más de 600 personas) que se ahogaron el pasado junio en la costa griega al hundirse un barco procedente… de Libia.
Tampoco será fácil identificar a muchos de los ahogados en las inundaciones, pues entre ellos habrá migrantes llegados de otros países africanos así como de Siria, Egipto o Pakistán, siendo Libia una de las rutas más concurridas del Mediterráneo. Tampoco sabemos si la rotura de la presa se llevó por delante algún centro de detención de migrantes, repartidos por todo el país y donde decenas de miles de personas son encerradas y a menudo violadas, torturadas, extorsionadas o entregadas a mafias para tráfico de personas y esclavitud sexual.
En cuanto a los cadáveres que queden flotando en el mar, serán fácilmente localizados con ayuda europea: Frontex, la agencia europea de fronteras y costas, tiene desplegados aviones y drones en la zona desde hace años. Si ve algún cadáver de la inundación, puede avisar a la guardia costera libia, formada y financiada también con dinero europeo y equipada con barcos pagados por Europa. Habitualmente le avisa cuando localiza embarcaciones con migrantes, que son recogidos por los guardias libios con poca delicadeza y enviados a los citados centros de detención, cuando no mueren en el abordaje, el traslado o abandonados en el desierto.
“Estado fallido” es la expresión más repetida en las noticias estos días para explicar cómo es posible que una tormenta, por grande que sea, deje más de diez mil muertos. “Estado fallido”: un país dividido, sin autoridad reconocida, con dos gobiernos enfrentados, grupos armados imponiendo su ley, mafias y el abandono total de la población, los servicios básicos y las infraestructuras (entre ellas las presas rotas).
Decimos “Estado fallido”, sin mucha más explicación. Como si “Estado fallido” fuese un accidente geográfico, un fenómeno natural o mala suerte; como si en el mundo hubiera Estados fallidos igual que hay Estados acertados. En este caso, un “Estado fallido” al que hemos subcontratado nuestra política de fronteras. No sé, voy a buscar en Wikipedia qué pasó en Libia para convertirse en “Estado fallido”. A lo mejor también fue un ciclón y no me acuerdo.