Vestirse de una forma u otra no deja de ser una manera de expresarse. Es como una tarjeta de presentación que utilizamos según el día, el contexto o nuestras opciones del momento. Además, antes de tomar la decisión de qué ponernos, tenemos que tomar la decisión de qué y dónde compramos.
Ese comprar ya es la primera decisión hacia el “yo” que estás construyendo y que quieres proyectar: una marca más cara con un logo más visible, otra un poco más barata pero con el logo disimulado, aquella chaqueta que le viste a aquel famoso al que te quieres parecer… Más a menudo de lo que me gustaría caigo en el juego de utilizar las camisetas o las chapas en la mochila como forma de expresar un posicionamiento político.
A veces es la camiseta de “Esta es nuestra manada”, con el mensaje de No es No, otras es una bolsa de tela con una frase de una poeta o con algún mensaje antirracista. Me siento completamente descrita por Noelia Ramírez cuando habla de treintañeras (sin ser yo nada de eso) que buscan “colgarse simbólicamente y a bajo coste la cara de alguna escritora, porque en el pastel capitalista de la identificación femenina, aquí hay ración para todas”.
Así que aquí me tenéis, utilizando accesorios tan inútiles como chapas de colores que no aportan nada práctico o decorando camisetas para que parezcan alternativas y a la vez griten cosas como “estoy en contra de la islamofobia” o “este lazo morado significa que me importa el 8 de marzo”. Así, absurdamente, se va llenando un cajón en el que guardo las bolsas de tela que “me empoderan”, junto a la promocional de la última edición de Operación Triunfo y la de la tienda aquella en la que han decidido que no venden más bolsas de plástico.
Y así de absurdamente, o no, entre el camino que me lleva a decidir dónde consumo, qué visto y qué dice todo esto de mí y de lo que pienso; me encuentro comprando números para la lotería del Sindicato Mantero, porque tiene más sentido gastarse ese dinero en un sindicato autogestionado que en la última colección de H&M o Stradivarius. Me hago las fotos con la chaqueta del sorteo que me han prestado, la que en la espalda lleva la frase “Migration is Not a Crime”, y pienso en que tengo que devolverla, pero lo que quiero es pasearme por Barcelona con ella puesta, pensando en que ya me puedo hartar a escribir libros o artículos que, al fin y al cabo, quizás es más efectivo un mensaje en una camiseta que pueda captar la atención de la gente con la que me cruce.
Mis pantalones son de Zara y las bambas son Vans. Nuestras contradicciones serán nuestras esperanzas, o esa es la excusa que me doy. Al menos he dejado de comprar las camisetas que el IBEX35 pone en sus líneas, las del “merchandising de la causa”, en las que la industria que explota a mujeres y niñas en otras partes del mundo les pide a esas mismas que cosan camisetas con mensajes muy feministas para que las de “aquí” podamos llevarlas pagando 3.99€ en las rebajas de enero. “Mujer guapa es la que lucha y la que se viste bien pagando poco”.
Ahora las grandes marcas sacan campañas de moda inclusiva, intentando llegar a nuevos mercados e incorporando la diversidad™ en sus anuncios, sin haberla tenido en cuenta en sus oficinas centrales.
Las causas que las grandes marcas defienden en su merchandansing para un mundo mejor ™ siguen sin estar representadas en su práctica. Mientras tanto, nosotras, con la ilusión de formar parte de un movimiento global o buscando la identificación de la que hablaba Noelia Ramírez, financiamos con nuestro dinero y hábitos de consumo las marcas que deberíamos detestar, dando la espalda a aquellas, las pequeñas, las que se lo creen, que sí que necesitan nuestro apoyo. Soy culpable.
Ahora Nike ha incluido a deportistas musulmanas en sus campañas de marketing, y se supone que debería aplaudirlo, pero hay algo en todo esto que me incomoda profundamente. Tiene que ver con la mercantilización de nuestros ideales y valores y todavía no lo he resuelto. Hay algo que me hace fruncir el ceño cada vez que una de las grandes marcas saca un anuncio que busca emocionarnos hablándonos de todo lo que nos une y nos hace mejores personas.
Así que cierro el año con más dudas que certezas, esquivando los anuncios navideños de las marcas que quieren humanizarse compartidas por gente que quiere mejorar su marca personal. Mi propósito de 2020 va a ser llevar la chaqueta de la Lotería Mantera por Barcelona y empezar a pensar más en aquello que consumo, intentando tener cada vez menos contradicciones.