En la calle, codo a codo, somos mucho más que dos

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En Madrid, llegamos al 8M con la pregunta de a cuál de las dos manifestaciones convocadas hay que ir. La apariencia de división dentro del movimiento feminista amenaza con teñir de grises la histórica fecha, pero ¿es real esa división o es más bien el reflejo de otras divisiones, de otras luchas que poco tienen que ver con los feminismos? Decía Rita Segato, hace pocos días, en el Encuentro Internacional Feminista, que “la lucha por el protagonismo dentro de nuestro movimiento es fatal, es despreciable”. Totalmente de acuerdo. También decía que cuando el feminismo es capturado por el Estado y se institucionaliza es desastroso para la consecución de las demandas del movimiento. También de acuerdo. 

En la convocatoria de esa “otra” marcha del 8M, una manifestación alternativa a la que se viene convocando en la última década, más bien pareciera estar en juego la propiedad del feminismo dentro del gobierno de Sánchez. Como si al usurpar el protagonismo de esa fecha y apropiarse del “liderazgo” del movimiento feminista el 8M se estuviera reconquistando una posición de privilegio, un prestigio perdido. Como si poder, protagonismo y prestigio tuvieran algo que ver con los feminismos, algo que ver con lo que se reivindica el 8M. “Con influencia cambiamos el mundo, con poder no”, decía Segato. 

Si algo hace de los feminismos el movimiento emancipador con mayor capacidad de influencia y transformación de la Historia no son precisamente las instituciones y despachos que se ocupan. El feminismo no es inquisición ni es obediencia, es un movimiento colectivo plural y democrático. El feminismo no es uno, son feminismos y son mucho más que las disputas de poder con disfraz de debate setentero que protagonizan teóricas y políticas que quieren que les den la razón y recuperar el protagonismo que tenían por ser “institución”. El feminismo es movimiento, es un viaje colectivo y comunal que emprenden las mujeres, pero también las disidencias sexuales que tanto irritan al patriarcado cishetero y binario. Son quienes experimentan en sus cuerpos y sus vidas la violencia neoliberal de las élites racistas, clasistas, machistas y lgtbófobas. 

“La lucha feminista no es contra los hombres, sino contra un sistema político que es el patriarcado” (Rita Segato, de nuevo). Un sistema político que ataca la soberanía de nuestros cuerpos y su derecho a decidir, que desahucia y protege a los fondos de inversión, a los especuladores y las inmobiliarias del mercado de la vivienda. Un sistema político que hace negocio de nuestros problemas de salud. Un sistema que amenaza las vidas migrantes con la Ley de Extranjería… Un sistema político supremacista que sacrifica las vidas de las mujeres para aleccionar sobre su poder y mostrar su fuerza, para preservar un orden social definido. 

Hay luchas concretas que reivindicar este 8 de marzo, las luchas colectivas de las mujeres migrantes, de las mujeres gitanas, de las trabajadoras del hogar y los cuidados, de las racializadas, de las mujeres trans, de las pobres, de las que crían solas a su hijas e hijos, de las sin hogar, de las prostitutas, de las víctimas de la trata y la explotación, de las bolleras y bisexuales, de las locas, de las gordas, de las cuidadas… Las luchas de un movimiento feminista pluralista que no es perfecto y en el que muchas todavía tenemos que tomar de conciencia y renunciar a nuestros privilegios, pero que es un movimiento que aspira a ser de todas y de todos los días. Un movimiento feminista que es mucho más que la convocatoria de dos manifestaciones, porque sucede en todos los rincones y en todas las generaciones. Sucede codo a codo entre mujeres y no a codazos. Un movimiento que libera y no pide obediencia. Por un 8M feminista, otro más.