Los calzoncillos

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Nada molesta más a la extrema derecha que unos calzoncillos, porque para calzoncillos ya estaban los del capitán Cortés, que se han exhibido históricamente en el Museo del Ejército, de Madrid, como símbolo de nuestra entereza y resistencia frente al asedio. Donde están prietas las filas, está prieto el esfínter. Fuera del orden del nacionalcatolicismo, lo que no son calzoncillos son gayumbos.

Por esta razón, la concejal de Cultura de Quintanar de la Orden, municipio de Toledo, ha mandando cancelar una obra de teatro donde los actores salían en calzoncillos civiles, es decir, en gayumbos. En España, tenemos muy clara la diferencia entre ambas prendas, y más aún en Quintanar de la Orden, epicentro de los calzoncillos del mundo.

Dicha edil, María del Carmen Vallejo, responsable, además de Cultura, de las áreas de Nuevas Tecnologías, Turismo, Medios de Comunicación (es decir, todo lo relacionado con el calzoncillo), y militante del Partido Popular, contó para esta orden de censura con el respaldo de sus aliados municipales de Vox; pues, como el propio nombre indica, desde Vox defienden el uso de los bóxer ante la lacra del gayumbo, cuya descontrolada propagación no se había visto, en nuestro país, desde los tiempos de la UHP.

Ahora ya nadie se acuerda de qué era la UHP. Si leemos a don Ricardo de la Cierva con la atención que merece, sabremos que hay que agradecerle al Caudillo, no solo que recogiera España en alpargatas y la dejara en automóvil, sino que, encima, la encontrara en UHP y la dejara en UHF. Pero aún recordará menos gente qué fue la UHF, y en absoluto a don Ricardo de la Cierva.

Don Ricardo de la Cierva era un sabio, al lado de Pío Moa, por citar a otro de los pioneros de lo que hoy se llama la batalla cultural, y que ha desembocado, como no podía ser de otra manera, en la guerra de los calzoncillos. La cultura ya no es lo que era, y por eso hay tanta gente que toma fruta entre comidas. Se ha perdido la tradición gastronómica en nuestras regiones, y esto explica la proliferación de fruterías en todas las ciudades de España. Vuelve uno una esquina, y lo primero que se encuentra es a alguien comprando kiwis porque le gusta la fruta.

Del morteruelo, del atascaburras, del bacalao ajoarriero, ¿qué se hizo? ¿Por qué creen que le dieron el Nobel de literatura a Camilo José Cela? ¿Por sus libros? ¡Olvídense de esa idea! Para recibir el Nobel de literatura no es necesario escribir libros, ahí tienen a Bob Dylan, y a Echegaray. Camilo José Cela fue reconocido literariamente porque comía bien. Ya lo decía Cela en su obra maestra de la cultura popular, el anuncio de la guía Campsa: ¿Un plato de caldereta, don Camilo? ¡Venga!

La obra de teatro censurada se titula Qué difícil es, y desde ahora trata de lo difícil que es dedicarse a la cultura en el país de los calzoncillos. La dirige Esteban Roel, con su productora La Mandanga, y previamente se había puesto en escena en el teatro Alfil, de Madrid. Al equipo de gobierno municipal de Quintanar de la Orden le ha parecido, sin embargo, que una representación en ropa interior no resultaría de gusto público y podría escandalizar a los asistentes.

La derecha sólo consiente el escándalo en las canciones de Raphael, lo que, por supuesto, es un escándalo. Vamos hacia atrás en este país, donde hemos estado siempre a la vanguardia de todas las artes. ¡Qué tiempos los de la Transición! Ahora, no hay más pianistas que Lang Lang, Vikingur Ólaffson y James Rhodes; pero, entonces, mientras en el extranjero tenían que conformarse con Richard Clayderman, aquí hacíamos gala internacional del piano de Felipe Campuzano, compositor, por otra parte, de éxitos tan nuestros como La minifalda y Te estoy amando locamente.

Los mismos ciudadanos de orden que antiguamente se manifestaron contra la minifalda en los toros, censuran hoy los calzoncillos en el teatro. De este modo actualizan la popular copla, que ahora diría así: “No me gusta que, al teatro, te pongas los calzoncillos...”. A esto se le llama, desde la ultraderecha, guerra cultural, pero salta a la vista que se trata de una guerra contra la cultura, ya que no ofrecen una alternativa, otra cultura, sino la nada, la censura, el vacío, el no calzoncillo, la enagua, los pleitos de la asociación de Abogados Cristianos (conocidos por sus mongólicas obsesiones), la desaparición de festivales de reconocimiento internacional, como Periferias, en Huesca, el despotrique de la “tertulia sacerdotal contrarrevolucionaria” del podcast La Sacristía de La Vendée... No hay una batalla cultural, sino un mecanismo sistemático de censura, prohibición y aniquilación de la cultura desde el cerrilismo más anacrónico y pintoresco.

Fiel a los baños en público de su fundador, Manuel Fraga Iribarne, el Partido Popular es más de Meyba que de calzoncillos. Por eso son partidarios del burkini en el teatro. Un calzoncillo completo, que cubra desde el cuello hasta los tobillos, como los de las películas del Oeste. No vayamos a comparar a las carnes incorruptas de Fraga Iribarne, invulnerables a la radiactividad, con la corrupción de la carne de unos artistas, que tan solo aspiran a actuar a calzón quitado.

Y tampoco vayamos a comparar los maltrechos, pero incorruptos, calzoncillos del capitán de la Guardia Civil Santiago Cortés (“única prenda interior que vestía en el momento de su captura”, así decía el rótulo en la vitrina), defensor durante meses del asedio de los milicianos y, luego las brigadas internacionales, al santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, en Andújar, con los calzoncillos, ya gayumbos (según vimos en las fotos del Interviú, que mostraban sus orgías de cubata y tresillo), del corrupto Luis Roldán, primer civil que ocupó el cargo de Director General de la Benemérita. Cuando un socialista aparece en gayumbos, España se rompe.

Por eso, en el ayuntamiento de Quintanar de la Orden, son más de orden que de Quintanar. Para que España no se rompa. A punto estuvo de suceder en los tiempos de la UHP, la Unión de Hermanos Proletarios, consigna que compartieron socialistas, anarquistas, trotskistas y comunistas ortodoxos españoles, desde los días de la revolución de Asturias hasta el fin de la guerra civil.

Transcurridos unos treinta años, o así, en l966, el poeta José Miguel Ullán le dio a una de sus obras, editada en El Bardo, el título de 'Un Humano Poder'. La censura franquista captó el sentido de las iniciales y, como la ultraderecha ahora, le puso un juicio a Ullán, que se exilió en París. Entonces, llamaron a comparecer a su editor, el poeta José Batlló, y este mandó como editora titular a su mujer, Amelia Romero, que estaba embarazada, y así declaró ante los tribunales.

Fue aquel mismo año de 1966, cuando, bajo el mandato del ministro franquista de Información y Turismo, Fraga Iribarne, RTVE inició sus emisiones regulares en UHF (en inglés, siglas de Ultra High Frequency, aunque luego la gente lo llamaría el segundo canal). Se convirtió en una cadena eminentemente cultural, en la que empezaron a trabajar los estudiantes de la Escuela de Cine de Madrid, y como sintonía de la carta de ajuste se emitían obras del compositor de música contemporánea Luis de Pablo.

Al año siguiente, en 1967, TVE emitió el programa Historia de la frivolidad, una sátira de la censura del desnudo a través de los tiempos. Se burlaba del escándalo de los bien pensantes ante gente que aparecía en paños menores. Sus creadores eran Jaime de Armiñán y Chicho Ibáñez Serrador, y lo dirigía este último. La cabecera y los decorados eran obra del viñetista del ABC y La Codorniz, Antonio Mingote, antiguo requeté. El programa recibió la Ninfa de Oro del festival de Montecarlo y, asimismo, fue galardonado en Milán y en Montreux. Hoy, censuramos calzoncillos en un teatro de Quintanar de la Orden para evitar el escándalo público. Todo esto es lo que hemos retrocedido. Esta es la batalla cultural de la derecha.