Vaya por delante que soy el que menos ganas tiene de otra campaña electoral, si al final hay un 26J. Pero cada vez que oigo a dirigentes políticos sugerir que en caso de repetición se recorte o directamente suprima la campaña, salto como una fiera: ¿unas elecciones sin campaña? ¡Ni se os ocurra! Si hay que ir otra vez a las urnas, vamos; ¡pero con todas las consecuencias! Incluida la campaña.
Ayer era el ministro de Justicia quien pedía un consenso para reducir su duración en caso de nuevas urnas. “Para no dar tanto la lata a los ciudadanos”, dijo el simpático; y enseguida entraron al trapo los de Ciudadanos, encantados con la propuesta; y el PSOE, que no vio claro lo de acortar pero sí pidió recortar subvenciones y por tanto menos acciones electorales. Se suman a otras voces que la semana pasada avanzaron lo que con seguridad será un debate en próximos días: la posibilidad de ir otra vez a las urnas pero sin la parafernalia previa, reducida al mínimo o eliminada.
Pues no, no cuela. Aunque parezca que nos están haciendo un favor, en realidad se lo hacen ellos a sí mismos. Quitar la campaña, o al menos su parte más visible (pues callados no iban a estar en cualquier caso), es la mejor manera de disimular el estropicio actual, invisibilizar el fracaso político. Una “no campaña”, presentada además como renuncia generosa, es la mejor campaña posible que pueden hacer, pues saben que no tenemos cuerpo de mitin y no andamos muy contentos con la forma en que han gestionado “el mandato de las urnas”. Ya verán, cuanto más presuman de no hacer campaña, más campaña estarán haciendo.
Estoy por abrir un change.org exigiendo que no me quiten ni un minuto de campaña. La quiero entera, las dos semanas completas. Y la quiero con todo: si tengo que votar otra vez, exijo que haya grandes mítines con banderitas y jóvenes felices sentados tras el candidato. Eso sí, reciclando el material de la anterior campaña, para ahorrar y que se note más la decrepitud del momento político. También quiero debates televisivos a dos, a tres, a cuatro y a nueve; carteles en las farolas, caravanas con megafonía por el barrio, visitas al mercado, besos a niños.
No pienso re-votar si antes los candidatos no pasan por el programa de Bertín, el de María Teresa, el de Motos. Y no vale con ir: deben bailar, cantar, contar intimidades y lanzar guiños a los jubilados. Como mucho, estoy dispuesto a que no me revienten el buzón con cartas ilusionantes, que el mailing es lo más caro. Pero a cambio exigiré ración doble de chistes a costa del rival, meteduras de pata, argumentario cansino, escándalos precocinados, frases hechas para el telediario de la noche.
Tranquilos, no les voy a pedir a ustedes que acudan otra vez a mítines o echen horas de sofá viéndola en la tele. Yo al menos no pienso hacerlo, salvo que eldiario.es me pague por ello. Son los dirigentes políticos los que tienen que cumplir, no nosotros. De hecho, no se me ocurre mejor campaña para el 26J que una en la que pronuncien mítines en auditorios desangelados, se peleen en debates sin audiencia y paseen sonrientes por calles donde la gente huye a su paso. Qué menos que pasar esa penitencia por el fracaso de estos meses, ¿no?