Pasan los años pero conservo la imagen nítida de aquel momento. Llovía con intensidad en la carretera y la visibilidad, dificultada por el intenso aguacero, obligaba a detener la marcha de los coches al llegar a la rotonda. Fue entonces cuando lo vi.
Inquieto, empapado hasta los huesos, temblando como un pajarillo, pero no de frío sino de estremecimiento, un perro de tamaño medio, un hermoso border collie, daba vueltas a aquella rotonda mirando al interior de los coches a través de los cristales.
Con gesto de pánico, aquel solitario animal buscaba a alguien dentro de los vehículos. “Seguro que son éstos –semejaba pensar–. No. Bueno, ahí viene otro. Vaya, tampoco son ellos. Pero dónde están, porque me han hecho bajar y se han marchado…”.
Aquel perro abandonado, rondando a los coches bajo la lluvia, brindaba una de las estampas más tristes que recuerdo haber contemplado. Y más descorazonadoras. Una imagen que, como todos los veranos, se va a repetir en muchas de nuestras carreteras.
Según el último estudio sobre abandono de animales de la Fundación Affinity, el año pasado se recogieron en España casi 110.000 perros abandonados por sus dueños, lo que supone un nuevo incremento en unos datos que no dejan de crecer año tras año. Esos son los recogidos. Sobre el número real de animales abandonados solo existen cifras estimadas. Podrían rondar el cuarto de millón.
España encabeza el funesto ranking de abandono de animales en la UE. Entre las principales causas de abandono, una que se te clava en el corazón: la pérdida de interés en el animal. Así de cruda es la realidad. Un 40% de los animales abandonados habían sido regalados. La moda de cosificar a los animales de compañía para convertirlos en obsequio está detrás de ese dato.
El verano es la época del año en la que se producen más abandonos. Buena parte de los cachorrillos que se dejaron bajo el árbol de Navidad con su lazo rojo en el cuello, se han convertido en un problema ahora que nos vamos de vacaciones y no tenemos con quien dejar al perro. La solución del desalmado es fácil. Se abre la puerta del coche, se le incita a salir, se cierra la puerta y se pisa el acelerador. Para el canalla se ha acabado el problema: para el perro empieza la pesadilla.
La semana que viene entra en vigor la última reforma del Código Penal, una revisión que recoge un endurecimiento de las penas por maltrato animal. Seguimos muy lejos de lo que todos los amantes de los animales desearíamos, pero aporta algunos avances. Entre ellos el de que el abandono deje de ser tipificado como falta y pase a ser constitutivo de delito: leve, pero delito. Las sanciones varían por comunidades pero pueden superar los 15.000 euros y la inhabilitación de por vida para la tenencia de un animal de compañía. Somos muchos los que seguimos exigiendo que esa conducta criminal se sancione con altas penas de prisión.
Y digo criminal porque en España, y para nuestra deshonra, todavía una cuarta parte de los perros y gatos que son recogidos en las calles tras ser abandonados son sacrificados. Otros acaban atropellados o enfermos. Muchos mueren de pena.
No alcanzo a entender cómo alguien es capaz de abandonar y condenar a la peor de las agonías a su amigo más leal, más desinteresado, más noble. Es insufrible aceptar que compartimos ciudadanía con este tipo de monstruos. La pena es que ninguno de ellos leerá este apunte, entre otras cosas porque ninguno es lector de eldiario.es, aquí se defienden ideas y valores que resultan muy incómodos para los que tienen el alma negra.
Pero no quiero acabar con este regusto a derrota. Como decía Saramago, finalmente se llega a un punto en el que solo nos queda la esperanza, y la esperanza nos la brinda ese 44% de perros abandonados que son adoptados por gente de alma transparente y corazón inmenso. Gente de Alta Calidad a la que nunca me cansaré de agradecer su existencia.