El abrazo de la Puerta del Sol ha sellado el pacto Podemos-IU, pero no es suficiente. Si de verdad queremos tener un gobierno diferente al frente de España vamos a necesitar, tras las elecciones, ampliar el perímetro de los acuerdos. Y no va a ser fácil. La última campaña electoral y los meses de intentos fracasados de formar gobierno han producido un creciente alejamiento entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. El cortante “no, gracias” del líder del PSOE a la propuesta de Podemos sobre una alianza para arrebatarle el control del Senado al PP es un mensaje claro del estado de ánimo en las filas socialistas. Pero no nos engañemos, si atendemos al precedente en las urnas y a las encuestas, el nuevo modelo cuatripartidista obligará a la izquierda, si quiere gobernar, a desvestirse de prejuicios y negociar un programa de cambios imprescindibles para, al final, abrazarse sin complejos.
No será una boda fácil, pero si se pactan objetivos, se reparten bien los papeles y se olvidan los protagonismos, puede ser eficiente. De las tres condiciones sin duda la más complicada será la última. Los líderes han de terminar con la lucha de egos. Quizá les sirva de ejemplo Alberto Garzón, que poco a poco y pese a ser el líder de un partido claramente de izquierdas ha ido escalando posiciones hasta colocarse en el primer lugar de la valoración ciudadana según el CIS. Justo lo contrario que le ha sucedido a Pablo Iglesias, que en los últimos sondeos no ha dejado de bajar en apreciación ciudadana, incluso entre sus propios seguidores.
Sinceramente, no creo que Iglesias sea un cantamañanas como decía el otro día mi querida Rosa Montero (ni siquiera en la acepción de hablar mucho y hacer poco, que era a la que ella se refería), pero en lo que sí coincido con Rosa plenamente es que en los últimos meses el líder de Podemos ha dilapidado una parte importante de su capital político, de su credibilidad. Una verdadera fortuna. Y él mismo debe ser muy consciente de sus meteduras de pata, casi siempre verbales. Ha empezado a moderar su discurso, incluso ayer, en la entrevista publicada en este diario, entonaba un cierto mea culpa: “Cuando cometemos errores, y lo digo especialmente por mí, tienen que ver con que no soy un político profesional y tengo gestos de profe universitario o de activista”.>
Pues bien, el 26J se acerca y ya no habrá lugar para más equivocaciones. No necesitamos políticos bravucones, ni discursos pendencieros. Mucha gente, sobre todo la que peor lo está pasando con la crisis, reclama ideas, seriedad, solidaridad y trabajo. Los cientos de miles de personas que hace cinco años inundaron las plazas hartas de la corrupción y la desidia de la clase política tradicional están esperando un cambio real. Ya sabemos que los que controlan el sistema se resisten, tienen miedo o no les viene bien, quizá por eso algunos ministros, policías, jueces y periodistas se afanan en embarrar el terreno para crear confusión. Pero no hay que caer en la trampa. Lo que ha sido posible en Barcelona, Valencia o Madrid, debe serlo en España. Si el PSOE no se sube a este carro, muy probablemente va a perder el futuro. Su electorado no sólo mengua, también envejece. La brecha de edad en la izquierda es tremenda y el Partido Socialista parece haber perdido la batalla de los jóvenes, y no creo que sus últimos fichajes le ayuden a recuperarse en ese terreno. Hay pasados que ilusionan y otros que provocan una heladora indiferencia.