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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El caos se apodera de ERC

3 de julio de 2024 22:37 h

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Entre los gags ya clásicos del programa ‘Polònia’ está el de las conversaciones que Lluís Companys y Francesc Macià mantienen en el cielo. Desde ahí debaten sobre la política catalana, celebran la Diada, descubren series o dan la bienvenida a recién llegados. Solo han regresado una vez a la Tierra para poder asistir la investidura de Pere Aragonès, la primera de un presidente de ERC en 80 años.

Companys y Macià participaron, en 1931, en la creación de la plataforma Esquerra Republicana de Catalunya. El primero era el líder del Partit Català Republicà y el segundo lo era de Estat Català y se convirtió en el político de referencia de la recién nacida ERC. En el programa satírico de TV3 ambos aparecen siempre discutiendo como reflejo de la imagen de dos políticos que, tal y como describió el periodista Toni Soler en ‘Macià contra Companys’ (Columna) tenían dos maneras distintas de entender el catalanismo.

No hace falta retrotraerse al 14 de abril del 31 para entender que en ERC lo habitual es que convivan y se confronten distintos liderazgos. Como explicó Manel Lucas, autor de ‘Breve historia de ERC’ (Catarata), en una entrevista en este diario, la división que sufre actualmente esta formación no es ideológica, sino por el poder, aunque el resultado electoral les ha llevado a una encrucijada que no es nueva para ellos: se trata de escoger entre los herederos de Convergència o el PSC. Porque aunque su intención sea irse a la oposición, pase lo que pase, si invisten a Salvador Illa ya habrán tomado partido contra los intereses de Carles Puigdemont. Y si no permiten que el candidato socialista sea president, los republicanos deberán prepararse para obtener un resultado aún peor. 

En el 2010 pasaron de formar parte del Govern a quedarse en 10 diputados o sea que todo es posible. La única alternativa sería convertirse de nuevo en la muleta de Junts en una lista conjunta. Ese cáliz ya lo probaron y todavía se lamentan, pero a saber a qué puede llevarles la actual situación de desconcierto.

Oriol Junqueras y Marta Rovira habían conseguido una paz interna casi inédita en el partido. Por la duración y la estabilidad. Ambos pretendían que esta transición a una nueva etapa fuese lo menos tumultuosa posible. Pero es evidente que no lo es. Primero porque Junqueras, a diferencia de Rovira, ha decidido que quiere seguir al frente de ERC aunque formalmente se ha borrado de las decisiones que deban tomarse de aquí al congreso extraordinario de noviembre. 

Esta semana se ha evidenciado que la guerra interna entre el sector de Rovira y el de Junqueras es y va a ser cruenta. La actual portavoz reconoció que la dirección, con Junqueras y Rovira al frente, fueron conocedores de que tras los carteles difamatorios contra Ernest Maragall y su hermano y expresident estaban militantes del partido. A Junqueras le faltó tiempo para replicar en X que él no sabía nada, a la vez que se mostró “sorprendido y decepcionado”. 

Casi haría falta un árbol genealógico para situar a los protagonistas de este episodio de guerra fratricida pero a modo de esquema basta con saber que los actuales dirigentes de ERC señalan al entonces director de comunicación, Tolo Moya, del sector junquerista, como responsable de haber relacionado a Ernest Maragall con la enfermedad del Alzheimer que padece su hermano. La actual cúpula, que ya ha anunciado que no seguirá al frente de la formación tras el cónclave de otoño, no quiere que otros nombres, como el de la mano derecha de Pere Aragonès y representante del sector rovirista, Sergi Sabrià, salgan aún más salpicados. Las relaciones entre Junqueras y Sabrià, entre el partido y el Palau de la Generalitat, fueron empeorando a medida que pasaban los meses y antes del fin de la legislatura precipitado por el adelanto electoral, su enfrentamiento era algo más que conocido en las filas del partido.

Ahora la cuestión es si los carteles son solo un ejemplo de una estrategia de guerra sucia y marketing para redes en las que sería clave una empresa llamada Relevance. Porque sería extraño que solo el jefe de comunicación estuviese al corriente de su existencia. La cuestión es cuántos dirigentes más del partido lo sabían. Cosa distinta es qué se podrá demostrar. Porque para averiguarlo quienes deberían impulsar la investigación tal vez no sean los más interesados en aclararlo. Y menos en este momento. En sus manos está evitar que el partido implosione. No sería la primera vez. Las más sonadas fueron en el Palau de Vidre de Lleida durante el congreso celebrado en noviembre de 1989 y en el 2009 con el desenlace de la guerra entre Carod-Rovira y Joan Puigcercós y que se saldó con una victoria del segundo y una nueva escisión del partido con un grupo dirigido por Joan Carretero que acabaría al final en Convergència.  

Rovira ha roto su silencio solo a través de las redes y para negar que exista una crisis interna y rechaza que se hable de bloques entre junqueristas y roviristas. “Esto no va de sectores porque en Esquerra no hay. El Rovirismo no existe”, ha escrito en X. El nombre que unos y otros citan es el de Sabrià. Los de Junqueras para culparle. Los de Rovira para salvarlo.

¿La guerra interna favorece las opciones de Illa para que ERC le apoye? La respuesta es que vaya usted a saber. Los socialistas, que siguen siendo optimistas, creen que con Junqueras sería más fácil cerrar un acuerdo. Pero él se ha borrado de la partida. El domingo se desplazó a Waterloo para reunirse con Carles Puigdemont. Estuvieron cinco horas. Pueden parecer muchas pero tienen tantas conversaciones y cuentas pendientes desde octubre del 2017 que en realidad son aún pocas.    

Seguro que a Companys y Macià no les sorprendería ver que su partido vuelve a estar hecho unos zorros. Del mismo modo que, al igual que a sus militantes, probablemente les consolaría pensar que aunque llevan desde 1931 con altibajos, han sobrevivido a muchas otras formaciones, de la vieja política o de la llamada nueva, que se las prometían mejores.