En 2007, antes de la caída de Lehman Brothers y la crisis de 2008, Naomi Klein publicaba La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Se trata de un libro en el que la autora defiende que la doctrina económica defendida por el premio nobel de economía Milton Friedman y su Escuela de Chicago, ampliamente implantada en diversos países a partir de los años 80, es un recetario económico que no es elegido democráticamente por la gente en situaciones de normalidad política y social.
Las recetas neoliberales más agresivas han sido impuestas en situaciones excepcionales, justo cuando la población está en estado de shock tras un desastre imprevisto. Se trata de utilizar las crisis a gran escala para poner en marcha políticas económicas desreguladoras; tanto la Guerra de Irak como el desastre del Katrina fueron oportunidades para ello. En ambos casos se aprovechó el shock para poner en marcha políticas que privatizaron los beneficios y socializaron las pérdidas, que enriquecieron a las élites y acrecentaron la desigualdad.
La crisis de 2008 fue una ocasión para poner en marcha estas recetas: dar a los bancos un cheque en blanco e hipotecar durante años a unas mayorías sociales que han tenido que pagar la crisis a través de sucesivos ajustes, reformas laborales regresivas en derechos y recortes de servicios públicos. Entre los efectos de esos recortes está la privatización de la sanidad, una política de austeridad que ha tenido en la Comunidad de Madrid, foco principal del coronavirus en España, uno de sus principales laboratorios políticos.
Hoy algunos de nuestros hospitales pertenecen a fondos buitre y este desmantelamiento de nuestra sanidad pública que han practicado religiosamente los gobiernos 'populares' tiene hoy como consecuencia la precarización de las condiciones laborales de nuestro personal sanitario, la existencia de grandes plantas de hospitales vacías que nunca llegaron a funcionar, la ausencia de camas con una de las tasas más bajas de Europa o la falta de médicos y profesionales que descendieron durante la crisis y que nunca volvimos a recuperar.
Una crisis es una oportunidad. Lo saben bien los ideólogos del capitalismo del desastre, cuyas teorías se construyeron en oposición a las políticas keynesianas del New Deal para prevenirlas en el futuro y cuyas recetas se implantaron aprovechando estados de shock de la población justamente para evitar la inversión pública y protección de derechos sociales.
Por eso esta crisis, que sin duda querrá ser utilizada como una ocasión más para hacer negocios por parte de las élites (Mike Pence, que presidió el grupo de expertos encargado de buscar soluciones mercantiles a la crisis de Katrina es hoy vicepresidente de EEUU y está a cargo de la crisis del Coronavirus) es también una ocasión para ver las costuras de las políticas macroeconómicas que han sido hegemónicas y poner en duda los mantras que se han repetido durante décadas. Las grandes mentiras del neoliberalismo hoy se muestran más desnudas que nunca y todos esos recortes que se hicieron en nombre de la eficiencia revelan ser un absoluto peligro para la salud y el bienestar de la población.
Aún con toda la dificultad que implica atravesar una crisis que nos da miedo y que genera un enorme sentimiento de incertidumbre, ojalá seamos capaces de hacernos preguntas de fondo y nos atrevamos a replantear nuestro sistema a raíz de todo esto. Porque esta crisis saca a la luz muchas cosas que no deberíamos volver a tapar volviendo a la normalidad. La mayor de todas las locuras es vivir atrapados por un sistema económico que, aunque la humanidad pare, no se puede permitir parar y que nos cobrará inflexiblemente cada minuto que hemos restado a la economía para invertirlo en nuestra salud. Ya sabemos que después de ser atacados por el COVID-19 seremos atacados por nuestro propio sistema económico mundial, la diferencia es que el segundo lo hemos creado nosotros mismos.
Una de las grandes cuestiones de fondo que tras esta crisis deberíamos ser capaces de plantear es que la economía no es un huracán o un virus, es una producción humana y no un desastre natural. Los virus, como los huracanes -que si seguimos esquilmando nuestro planeta serán más frecuentes y más letales- no van a dejar de existir. La economía, que fue creada por la humanidad para garantizar nuestro sustento, nuestra reproducción y nuestra protección frente a la intemperie de ahí fuera sí depende de nosotros y nosotras.
Si algo consiguió asentar en nuestras cabezas la hegemonía neoliberal de los Chicago boys es que el capitalismo es una fuerza inexorable de la naturaleza y es esa creencia suicida la que ha dejado campar a sus anchas a los poderes salvajes que nos han hecho hoy sociedades más individualistas, más aisladas, más desiguales y también más débiles y más vulnerables para abordar esta enfermedad.
Una crisis es una oportunidad porque también, en los momentos más duros, se demuestran muchas cosas que los teóricos del mercado, de la racionalidad instrumental y del interés privado no pueden explicar. Vecinos organizándose en sus edificios para ayudar a las personas más mayores de su comunidad, voluntarios y voluntarias para cuidar a los niños que muchas madres no pueden cuidar, médicos y médicas jubilados que han pedido volver a trabajar, personal sanitario que se juega todos los días la vida, policías cantando para alegrar a los vecinos desde la calle y miles y miles de personas que salimos cada noche a los balcones a aplaudir.
Quizás, aunque sea solo quizás, la sociedad que elegiríamos se parece más a esta que a esa que algunos han impuesto en los momentos de miedo y de shock. Si hay un momento para replantearnos muchas cosas es este. Ojalá, a pesar del miedo, del dolor y de la ansiedad que sentimos, sepamos aprovechar esta oportunidad.