Un motivo recurrente con que los medios rellenan espacio estos días consiste en contarnos aquellas cenas de Nochebuena y comidas de Navidad que son especiales y diferentes por motivos laborales o de desplazamiento. Ya nos las sabemos, porque todos los años son las mismas: bomberos y médicos de guardia, científicos en el Polo Sur, soldados en Afganistán… Todos cuentan ante el micrófono la pena de tener a la familia lejos en fecha tan especial, y cómo se consuelan con algún capricho festivo en el menú.
Pero la verdadera Nochebuena melancólica no está en una base antártica, sino mucho más cerca: entre rejas. Miles de ciudadanos que cenaron ayer y comieron hoy en alguna de las cárceles españolas. No se me ocurre un sitio más duro para pasar unos días como estos en los que, con independencia de las creencias, todo es exaltación de los seres queridos y del espíritu festivo, y tú allí, en el gran comedor rodeado de tipos igual de tristes, comiendo rancho y temprano a la cama.
Así cenó anoche y comerá hoy nuestro preso más ilustre, Gerardo Díaz Ferrán, cuya desgracia antes que conmovernos nos fascina por la altura de la caída: cómo pasa uno de comer en los mejores restaurantes y navegar en yate propio, a dormir en una celda pequeña y dar paseos por el patio. Es evidente el regodeo del que todos participamos por el encarcelamiento del poderoso, y se explica en lo faltos que estamos de justicia, tan furiosos con la impunidad generalizada que apedreamos con ganas a Díaz Ferrán, convertido en icono delictivo de la crisis española como lo fue en su día Madoff en Estados Unidos.
Por si les da curiosidad, sabemos que Díaz Ferrán cenó ayer sopa bullabesa, calamares fritos, gambas rebozadas, entrecot y una chirimoya de postre, todo sin una gota de alcohol, en la que imagino fue la cena más triste de su vida.
Peor suerte corrió anoche otro preso, también célebre pero por motivos diametralmente opuestos a los del anterior: Alfonso Fernández, Alfon, el joven vallecano que lleva casi un mes y medio encarcelado por su participación en la huelga del 14-N, en un episodio de persecución policial que cada vez huele peor. El menú de Nochebuena de Alfon no lo sabemos, y probablemente no lo sabe ni su familia, porque Alfon está sometido al punitivo régimen FIES, como si fuese un preso peligroso, y sus comunicaciones están restringidas y controladas.
Qué diferente, verdad: Alfon está en la cárcel por luchar contra los muchos diazferranes que han hundido este país, y no nos extrañe que acabe pasando más tiempo a la sombra que el propietario de Marsans.
Otro que ha pasado una nueva Nochebuena entre rejas ha sido Arnaldo Otegi, el líder de la izquierda abertzale que ya lleva cuatro navidades encarcelado por liderar un partido considerado brazo político de una banda que dejó las armas hace más de un año. Una situación que muchos no entendemos, ni aquí ni fuera. Como él, otros independentistas vascos siguen siendo todavía hoy llamados a la Audiencia Nacional o arrestados en España o Francia por pertenecer a un partido que continúa ilegalizado pese a no haber ya atentados; del mismo modo que cientos de miembros de ETA siguen sometidos a una política de dispersión que se mantiene como si nada hubiese cambiado.
Otros que amanecerán hoy en un triste día de Navidad, y perdonen que en este repaso mezcle situaciones tan diferentes, son los cientos de mujeres y hombres encarcelados irregularmente en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). Decenas de prisiones que funcionan en un limbo legal, donde pueden encerrarte durante meses sin haber cometido ningún delito, solo por tener caducado tu permiso de residencia. Da igual que lleves años en España, que tengas arraigo demostrado e incluso familia aquí: primero te atrapan en una redada policial racista, después te pasas semanas o meses en centros arbitrarios, a menudo hacinados y con instalaciones precarias, sometidos a un régimen arbitrario y sin derechos; y al final eres expulsado a tu país de origen. Otros tuvieron incluso peor suerte, como Samba Martine, muerta en un CIE hace ahora un año, sin que su caso haya servido para modificar el injusto régimen de los CIE.
No podríamos terminar un artículo sobre navidades entre rejas sin tener unas palabras de recuerdo para tantos otros que anoche cenaron en libertad con sus familias y se concedieron todos los caprichos que pudieran permitirse, y que tendrían más motivos para haber tomado gambas rebozadas y chirimoya que muchos de los hoy encarcelados.
En algunos casos pudieron cenar con los suyos por haber sido indultados gracias a la generosidad con que este gobierno mantiene la tradición del perdón arbitrario, con preferencia siempre por delincuentes de cuello blanco (algo que tal vez alivie un poco a Díaz Ferrán y acompañe sus oraciones) y policías torturadores, como los cuatro mossos recientemente perdonados pese a tener en contra a la Fiscalía y a más de 200 jueces que firmaron una carta de rechazo.
En otros casos, no ha habido necesidad de indulto porque no ha habido condena. Por no haber, ni imputación, ni investigación en muchos casos. Me refiero a los responsables a efectos penales de la crisis española, los estafadores financieros e inmobiliarios, los evasores fiscales, los gobernantes que gestionaron la ruina, los corruptos y corruptores, todos aquellos que hoy tendrán su comida de Navidad sin sobresaltos, mientras tantos ciudadanos seguimos esperando que se haga justicia. Pues que disfruten el vino, no sea que a alguno de ellos el año que viene el reglamento de la cárcel les prohíba beber alcohol. Tampoco Díaz Ferrán se lo imaginaba hace un año.