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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La carga de la Brigada Ligera de Ana Botella

Los gobernantes españoles no se cansan de repetir al presentar sus reiteradas reformas de la educación que buscan la excelencia. Como saben bien quienes conocen los sistemas educativos de otros países, hablar bien en público y manejarse en algún otro idioma suelen ser tareas en las que resulta rentable invertir tiempo y dedicación. Nadie lo diría escuchando a los políticos que aprueban esas mismas leyes.

La presentación de las candidaturas olímpicas ha sido otra buena oportunidad para comprobarlo. La ceremonia no es más que eso, un espectáculo con el que el COI mantiene el interés por una de esas grandes citas internacionales que son los JJOO. Los que saben de esto cuentan que los votos ya están decididos antes del acto y que las presentaciones no se diferencian en mucho.

En lo que hemos visto de la candidatura madrileña, hemos podido reírnos de momentos singulares y asistir a otro penoso espectáculo del presidente del Gobierno, que nunca pensó que la función de comunicar es un activo destacable en política. Sí, sabemos algo más. Rajoy ni siquiera sabe leer el autocue, esas dos pantallas transparentes con las que el orador lee el discurso mientras mira a ambos lados. Sólo sabe leer y mal.

Por momentos, parecía que le habían colado un discurso del debate del estado de la nación o una intervención ante la dirección del PP. Cuando otros oradores vendían promesas e ilusión, como el sonriente primer ministro japonés, él prefería hablar de las exportaciones. Al principio, Shintaro Abe no rehuyó el tema de Fukushima. Rajoy prefirió insistir en el discurso tramposo e irreal según el cual España ha salido del agujero, cuando en realidad lo único que ha hecho es dejar de cavar.

Hasta Ignacio González dio la medida de lo que exigía el acto con una intervención animosa en un político que tiene un aire bastante sombrío cuando habla en público. Y se atrevió con el inglés, con muchos errores de pronunciación, es cierto, pero con un ritmo de lectura ágil. No se puede negar que le echó valor.

Lo de Ana Botella fue algo difícil de describir con palabras sin caer en la burla despiadada. Fue la carga de la brigada ligera que se estrella en un mar de sangre y horror ante el enemigo. Fue Bridget Jones muriéndose de vergüenza pero aguantando el ridículo hasta el final. Fue Mary Poppins leyendo un cuento a los niños después de haberse bebido media botella de whisky. Sin hielo.

Los misterios de la política española –o sólo un simple parentesco oportuno– la llevaron a un puesto para el que no está preparada, porque le resulta muy difícil hablar en público en situaciones complicadas sin que los nervios la machaquen. Se vio en la famosa rueda de prensa sobre el Madrid Arena. Botella sudó tanto que parecía que se iba a deshidratar.

Hagamos todos los chistes que queramos sobre la “relaxing cup of café con leche” o la “romantic dinner”, pero uno se pregunta qué impresión causó entre los miembros del COI. Los Juegos los organiza una ciudad, con el apoyo del Gobierno de su país. Por tanto, el alcalde es el jefe del show. ¿Los confiarían a una persona como Botella?

Samaranch estuvo bien, en el estilo que saben reconocer los directivos del COI. Es decir, estuvo como un vendedor de coches de segunda mano que promete que desde luego que el vehículo aguantará los próximos diez años sin percances. Hay que tener valor para decir que no se puede usar “el dinero de los ciudadanos para grandes inversiones”, supongo que como ejemplo de austeridad. No será por los cerca de 300 millones de euros que costó la Caja Mágica sin que su utilización haya estado ni de lejos a la altura de la inversión.

En ningún sitio está escrito que haya que presentarse como candidato a los JJOO teniéndolo todo construido. La de Madrid nunca ha sido la candidatura de la austeridad, porque cuando comenzó todo el dinero se gastaba como si no hubiera un mañana. Hasta que el mañana llegó.

La mejor nota se la ha llevado el príncipe, con lo que hay que imaginar que en la redacción de ABC han tenido que llamar a los servicios de emergencia para atender todas las lipotimias y desmayos. En pronunciación y ritmo, Felipe de Borbón ha demostrado cómo se habla en inglés en público, además de con la emoción que requería el acto. Y no hablaba así antes, por si alguien piensa que siempre le ha resultado fácil.

¿No ha descrito la auténtica realidad del país? Claro que no. Si lo hubiera hecho, los jerarcas del COI habrían saltado de sus asientos y se habrían inclinado ante los representantes japoneses para que organicen los Juegos sin necesidad de votación. Allí estaban todos como agentes de marketing, abriéndose la chaqueta para enseñar todos los relojes que pueden vender, incluso los que sólo dan la hora dos veces al día.

Cada vez que un político hable de excelencia en la educación en una conferencia de prensa, los periodistas podrían preguntar: ¿por qué los políticos no hablan en público como lo hizo el príncipe en Buenos Aires? ¿Por qué creen que tienen credibilidad para exigir esfuerzo a los estudiantes cuando ellos no dedican nada de tiempo a cosas que son imprescindibles en su oficio?