A Carme Chacón le hubiera gustado saber cuánto la querían. Sobre todo mucha gente anónima que supo apreciarla. Su valentía y su empeño merecían conocer que su entrega obtuvo resultados. Fueron tantas las zancadillas que sufrió que, al menos, debió quedarle ese reconocimiento. Porque han vuelto a hacerlo. Hay una querencia en España por la parafernalia de la muerte que unida a la hipocresía, o viceversa, resulta escandalosa. Constatemos un hecho: Chacón no estaba en las primeras filas de la política ahora, la habían apartado.
Comparto la valoración que sitúa a Carme Chacón como una política capaz, honesta, luchadora, feminista, de convicciones socialistas reales, y con un deseo sincero de renovar y reconstruir el PSOE. Desde la moderación. “Chacón fue una política coherente y comprometida con sus ideales, pero no una revolucionaria”, escribe Ignacio Escolar en un artículo que aporta muchas claves. De los cambios que impulsó, de su pensamiento y de su enorme discreción. Laica ejerciente, contraria a dar el indulto al banquero Alfredo Sáenz, partidaria de investigar el fiasco de Bankia. Tropezó con el “desahucio exprés” que le salió por la culata al terminar siendo aplicado a los impagos de hipotecas que no formaba parte del diseño. Esto demuestra, por cierto, que no hay ley inocente en manos culpables.
Pues bien, no la dejaron seguir. 25 de Mayo de 2011. Las plazas de España llenas de 15M, dejando claro el “No nos representan” del hartazgo máximo. Chacón prepara incluso su equipo renovador. Y la echan atrás. Aparece, llorosa, para retirar su candidatura a las primarias por el bien del partido y de Zapatero. La intrahistoria la cuenta también el director de eldiario.es: “Una serie de barones, con Patxi López a la cabeza, amenazaron con tumbar a Zapatero si no apoyaba la designación de Alfredro Pérez Rubalcaba como candidato sin primarias”. Chacón era consciente de lo que ocurría en España, el aparato no.
Y la historia se repite en el Congreso de Sevilla de 2012 cuando Carme Chacón lo vuelve a intentar. Hasta Madrid llegaban los ecos de las presiones y zancadillas. Perdió por 22 votos en jornada maratoniana de intercambio de apoyos y favores. “La vencieron los dueños del partido, una alianza de la vieja guardia: Felipe, Guerra, Bono, Chaves… Tras perder, guardó silencio y dejó liderar a Rubalcaba”, sigue escribiendo Ignacio Escolar. Alguno más hubo, los de siempre en realidad. Tenían el PSOE, perdían apoyo electoral. “Venció el cambio tranquilo y la experiencia”, explicaron en prensa. Poco después renunció a su acta de diputada y pasó a la actividad privada. Su carrera política declinó.
Una amiga que me sirve de barómetro popular sentencia que los compañeros que lloran a Chacón lamentan su muerte aunque la hubieran apartado de su vocación. Faltaría más. Pero lo que cuentan son los hechos. Y producen bastante impacto algunos rostros compungidos. Otros han demostrado que realmente la valoraban y querían, mucho más de lo que probablemente ella pensaba.
Sin duda el PSOE hubiera sido distinto dirigido por Carme Chacón, que pudo ser también la primera presidenta de España. Pero es lo más rancio del aparato quien lleva las riendas en defensa de “valores tradicionales”. Del PSOE, dicen. Jesús Cintora cuenta en su nuevo libro cómo Rubalcaba intentó impedir que Pedro Sánchez formara gobierno: “Si Rajoy no da el paso, no des el paso tú”. Basado en lo que, a su entender suponía, “la peligrosa compañía de Podemos y de los nacionalistas”. No hay problema en darle el gobierno a Rajoy, no constituye ningún peligro. Para ellos.
La senda emprendida por el PSOE es un puro dislate, con el golpe interno para echar al secretario general elegido en primarias, y cuanto ha sucedido después actuando como si nada hubiera ocurrido. Susana Díaz encarna esta tosca etapa de aparato y conservadurismo, por más que Chacón la apoyara frente a sus dos competidores.
No trataron bien a Carme Chacón. La prensa tampoco, en particular la conservadora, como es habitual siendo mujer y de izquierdas. Pero España reedita con ella esa pasión por llorar y ensalzar a los muertos, en particular cuando peor se ha portado con ellos.
El domingo de Ramos –como lo llamaba la portavocía mediática del PP en RTVE en estos tiempos de santerío redivivo–, El País publicaba otra de sus encuestas de Metrocospia. Esta vez para concluir que los españoles optan por Adolfo Suárez como el presidente que querrían tener. Paradójico. Desde dentro, la derecha hoy recogida en el PP le dinamitó el partido. El PSOE de Felipe González le presentó una moción de censura y una cuestión de confianza. Le hicieron la vida imposible y sufrió por ello. Mucho.
Hemos sabido recientemente, por casualidad, que Suárez no quiso convocar un referéndum sobre la monarquía porque iba a perderlo. Se lo dijo a la periodista Victoria Prego que calló durante décadas. No se puede decir que, justa o injustamente, nadie le agradeciera el favor a Suárez. Ahora lo tenemos en los altares. Si existe alguna parte de lógica en el hecho será que les parece peor lo que vino después.
Esa exacerbación española de la muerte huele a procesión, incienso y rito, a humo. A hipocresía suma. Es ese sentimentalismo con dolor placentero, de escenario, butaca y kleenex. Y de igual modo enmascara la verdad. En la política que posterga a los ciudadanos y ejerce, con cara de póker, el todo vale para el fin último. En los medios y sectores que juegan la misma partida. Carme Chacón era del sector limpio de la política que también existe y su camino no fue de rosas.
Un consejo: la próxima vez que quieran a alguien como la querían a ella, demuéstrenselo en vida. Y déjenle volar libre.