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Carne de cañón

¿Y si lo que ocurrió en los altercados del 22M es que se abandonó conscientemente a esos quince UIP entre un grupo violento sin prestarles apoyo para conseguir la imagen de policías brutalmente agredidos y el titular de antidisturbios heridos, algunos de gravedad? ¿Y si los responsables políticos utilizaron a los policías como carne de cañón, poniendo en riesgo sus vidas, para criminalizar una protesta que fue mayoritariamente pacífica? Es solo una hipótesis pero tanto las circunstancias como las fuentes que he consultado hacen que sea una posibilidad perfectamente plausible la teoría del montaje que sostienen los organizadores de las Marchas. Analicemos los acontecimientos.

Los hechos. Como sabemos, un retén de solo quince antidisturbios se queda aislado a merced de un grupo mucho más numeroso de manifestantes con el que se inicia una tremenda batalla campal. Los policías piden auxilio pero se produce “un silencio en la emisora durante unos minutos. Pasan demasiados minutos sin apoyo”, como ha explicado Miguel Ángel Fernández del Sindicato Unificado de Policía (SUP) y como corroboran el resto de sindicatos policiales.

¿Por qué calla la emisora durante minutos en una situación de altísimo riesgo que requiere una respuesta inmediata? ¿Por qué se quedan aislada una quincena de antidisturbios en un dispositivo de 1.700? Los mandos aseguran que fue un “error humano”, que se tardó en reaccionar y que se envió a los refuerzos a la zona equivocada. Además de que sea muy poco creíble que se equivoquen de posición en un área tan abierta y cercana al núcleo del dispositivo, eso no explica los minutos de silencio en la radio ni por qué avanzan 15 policías solos sin la cobertura habitual de los furgones y de otros compañeros.

Fuentes policiales y observadores independientes que han grabado decenas de manifestaciones, aseguran que los antidisturbios tienen perfectamente localizados los focos de violencia y saben cómo moverse en grupos muy numerosos para acordonarlos. Sin embargo, esta vez ocurrió al revés: fueron rodeados por ellos. Además habían recibido una orden estricta y anormal: no utilizar pelotas de goma, lo que les hace infinitamente más vulnerables. Después la tensión se elevó tanto que las utilizaron sin respetar el rebote reglamentario en el suelo. Se creó el escenario para que ocurrieran desgracias en uno y otro lado, como así ha sido.

La clave está en quién daba las órdenes allí. No fue el jefe de la UIP que no estaba en la calle como es habitual. Su lugar lo ocupaba extraordinariamente el Comisario General de Seguridad Ciudadana, un cargo de confianza del ministro del Interior, nombrado por Jorge Fernández Díaz. Lo normal es que el comisario hubiera estado en su gabinete coordinando el dispositivo, ¿por qué entonces sustituyó en su puesto al jefe de la UIP que desapareció del mapa? ¿A qué se debe este cambio tan inusual? ¿Y a qué se debe que no respondiese a la llamada de auxilio de sus hombres y dejase la emisora en silencio “durante minutos”? Hay silencios que dicen más que mil palabras. Ese silencio podría haberle costado la vida a alguien. Ese silencio solo servía a quienes quieren acallar los gritos en la calle.

Las consecuencias. El resultado es el que venía persiguiendo el PP antes de la manifestación, criminalizarla como había hecho el presidente de la Comunidad de Madrid al compararla con los nazis de Amanecer Dorado. El resultado es que no se ha hablado del éxito de la convocatoria ni de las legítimas demandas ciudadanas solo de los altercados que se han comparado incluso con los de Ucrania. Cifuentes ha llegado a decir que se intentó “matar policías” y que “no había visto nunca una manifestación tan violenta”. El jefe de la policía, Ignacio Cosidó habla de “escalada de violencia”. Y la siempre imprudente Ana Botella pide que se limite el derecho de manifestación a una zona de la ciudad. Qué casualidad que el único que ha secundado semejante insensatez ha sido el ministro del Interior. Ha tenido que venir la vicepresidenta a desautorizarlo. Por ahora. Veremos qué dice si sigue escalando la tensión.

Qué casualidad también que esto ocurre cuando el Gobierno trata de sacar adelante la Ley de Seguridad Ciudadana, puesta en tela de juicio esta misma semana, una vez más, por el poder judicial que advierte al ministro de que contiene muchos elementos inconstitucionales. Luego dice Ignacio González que las Marchas vienen a “subvertir el orden constitucional”. Para qué, si ya lo subvierte su partido. Para superar las trabas judiciales qué mejor que generar en la opinión pública la necesidad imperiosa de una ley que ponga freno a la “escalada de violencia” que quiere “matar policías”.

La escalada la está propiciando el Gobierno con declaraciones incendiarias que criminalizan la protesta sin distinguir entre la mayoría pacífica y la residual minoría violenta, a la que el 22M hace parecer mucho mayor de lo que es. También propician la violencia al agotar todas las vías pacíficas sin ofrecer más respuesta que el silencio y el desprecio a las reivindicaciones sociales. Y lo peor es que están consiguiendo lo que querían: cada vez hay más agresividad en algunos manifestantes y entre los policías, como prueban los 69 antidisturbios heridos, el joven que ha perdido un testículo de un pelotazo y el que ha perdido la visión también por una pelota.

En foros policiales se puede leer estos días frases aterradoras que deberían ser motivo de expediente disciplinario como “los gomazos del cuello para arriba”, “usar la pistola llegará, solo es cuestión de tiempo” o “tendrá que morir alguien para que se tomen cartas en el asunto”. De hecho ya hubo dos policías que desenfundaron sus pistolas. Parece que eso es lo que van buscando los responsables políticos y unos y otros están cayendo en la provocación, lo que solo beneficia al Gobierno. Un muerto sobre la mesa, sea policía o civil, generaría tal alarma social que las manifestaciones quedarían desactivadas o fatalmente estigmatizadas.

Todo esto me lleva a pensar que se ha utilizado a los policías como carne de cañón para disparar de muerte a la protesta. Con un Gobierno instalado en la mentira y tantas circunstancias sospechosas ocurridas en el 22M, me resulta difícil creer que se deban solo a “errores humanos” como sostienen fuentes oficiales. Demasiados errores juntos parecen un acierto premeditado. Los antidisturbios deberían empezar a cuestionar a quienes les utilizan como carnaza por un sueldo de saldo. Muchos ciudadanos hace años que sabemos que nos usan como carne de cañón.