No se cuántas informaciones más tiene que publicar este diario para que Pablo Casado reconozca lo obvio: ha mentido en su currículum, ha mentido en sus estudios universitarios y le han dado por la cara másteres, convalidaciones y títulos. Es decir, se tiene que ir.
Tiene la élite de la derecha una capacidad inagotable para decirnos de continuo que el poder es suyo y que si no gobierna se lleva el balón y se acaba el partido. Lo hizo de manera vehemente en la legislatura 93-96, la “legislatura de la crispación”, con la repetición machacona de mensajes apocalípticos, amplificados por periodistas que sentían que su objetivo vital se consagraba si echaban a Felipe González; hoy algunos de ellos anti Mariano, otros antiaznaristas, e incluso podemistas.
Volvió a hacerlo el PP, lo de embarrar el campo, en la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, al que no perdonaron que les ganara las elecciones de 2004 y contra el que emplearon, también de manera ruin, el terrorismo y a sus víctimas, esas que ahora le han dicho a Casado que no las manipule.
No importa que Sánchez haya llegado al gobierno después de una moción de censura que, por cierto, si el PP hubiera gestionado mejor –es decir, si hubiera dimitido Rajoy– es probable que aún siguiera en el gobierno, con una presidenta. Se trata de que Sánchez, o el que fuere, les ha quitado algo que sienten que les pertenece, y eso no lo soportan.
Volvemos hoy a los modos y estrategias de la “legislatura de la crispación”, que el PP artilló entre 1993 y 1996 y en la legislatura de 2004. Da igual la verdad, se trata de llegar al poder, de recuperar lo que es nuestro.
Así, vemos a periodistas acostumbrados a trapichear con corruptos, delincuentes habituales, impartiendo clases de ética y rasgado de vestiduras contra el Gobierno. A sujetos prácticamente ágrafos que pretenden hablar como si hubieran escrito ensayos a cuatro manos con Hans Magnus Enzesberger.
El sentido patrimonial del poder esta muy arraigado en el PP, hasta el punto de considerar como una pausa los gobiernos socialistas, un interruptus de la recta vía, cuando en realidad han durado más que los del PP desde junio de 1977, primeras elecciones democráticas tras la recuperación de las libertades.
Fruto de esa estrategia de la crispación vemos ahora cómo Casado exige que Sánchez publique su tesis mientras él sólo deja ver las carátulas de trabajos que si no fueran una filfa, más o menos corta y pega, plagiada, estarían suficientemente publicitados.
Casado cree que decir que ha estado en Harvard, ciudad de Cambridge, estado de Massachusetts, Estados Unidos, sin haber salido en realidad de Aravaca, barrio pijo de Madrid, y ponerlo en el currículum, puede salir gratis. Pretende que nos creamos que se pueden hacer dos carreras a la vez, y no estar loco, dedicar veinte horas a la actividad política y barrer el almacén, y que todo ello, más ir a misa, que también lleva su tiempo, es perfectamente posible en un día en el que, quieras que no, hay un momento en que anochece.
Tiene ahí Casado la herencia y la referencia espiritual de Esperanza Aguirre, que hacía, desde el mismo liberalismo compartido, loa del “espíritu de sacrificio”, del “esfuerzo personal” y que activó algún procedimiento para que el chico en el que Aznar confiaba sacase cuanto antes el engorro de la carrera y tuviera un título como dios manda.
Casado estaría ahora imputado de no ser aforado y hay quien defiende que la propuesta de Sánchez, ojalá que se concrete con resultados, de acabar con algunos aforamientos de políticos, en realidad va dirigida contra Casado. De verdugo de máster a víctima del currículum. Así es la propaganda.
No debería estar mucho más tiempo Casado en la mentira, pero verán como nos hacen sentirnos culpables a todos por no estar ellos en el poder. Si no ganan, se llevan el balón.