El 20 de diciembre pasado, Pablo Casado vio en la convocatoria de elecciones anticipadas en Castilla y León una oportunidad de oro para dar un puñetazo de autoridad en el Partido Popular frente a los constantes desafíos de su enemiga íntima Isabel Díaz Ayuso y los desprecios y burlas de Vox. La comunidad castellanoleonesa es uno de los tradicionales bastiones de la formación conservadora, y su presidente, Alfonso Fernández Mañueco, se ha mantenido hasta ahora dentro del círculo de barones leales al líder nacional. Todo parecía discurrir como una balsa sobre aceite: las encuestas vaticinaban que Mañueco revalidaría su cargo con una mayoría holgada para gobernar en solitario, y esa victoria permitiría a Casado exhibir músculo frente a las voces que lo tachan de débil y errático.
Sin embargo, lo que prometía ser un paseo triunfal se ha enredado en los últimos días de campaña. De repente, la candidatura de Mañueco se ha desinflado con respecto a los pronósticos iniciales, mientras que las expectativas de Vox se han disparado. A cuatro días de los comicios, prácticamente todos los sondeos –con la notable excepción de los barómetros del CIS– dan como ganador al PP, pero lejos de la mayoría absoluta, lo que lo obligaría a contar con el partido de Abascal. Y este ya ha avisado de que no está dispuesto a seguir apoyando desde los márgenes. Que solo se entenderá con el PP en Castilla y León si asume su agenda “patriótica”.
¿Significan estos mensajes que Vox exigiría entrar en el Ejecutivo en el caso de confirmarse los vaticinios de las encuestas? La portavoz del partido en el Congreso y posible candidata a las próximas elecciones andaluzas, Macarena Olona, proclamaba en enero pasado que están decididos a asumir funciones de gobierno allí donde sus apoyos sean imprescindibles para la investidura. “Yo creo que es el momento de entrar en los gobiernos y de ejecutar nuestro programa. Tenemos los equipos, tenemos ya cierta experiencia de unos años que llevamos en política”, dijo. Sin embargo, Abascal, al referirse al caso específico de Castilla y León, no fue tan rotundo como su compañera de filas, pues afirmó que su interés es un cambio de orientación en las políticas más que un reparto de cuotas de gobierno.
Una coalición con Vox supondría una estrepitosa derrota política para Casado, ya que la operación con que ha pretendido consolidar su poder en el partido acabaría convertida en el trampolín para la normalización definitiva de la extrema derecha en el país. Y ello después de haberse presentado como el defensor de una derecha moderada frente al radicalismo de Abascal. Al líder del PP le resultaría muy difícil explicar a sus colegas conservadores europeos, sobre todo franceses y alemanes, que, mientras ellos mantienen en sus países un férreo cordón sanitario contra las formaciones ultras, en España ya no solo se les reciben con naturalidad sus apoyos en los órganos legislativos, sino que les han abierto de par en par las puertas de la gobernabilidad.
En una entrevista con El País, Mañueco aseguró que será “autónomo” para decidir los pactos tras las elecciones. Si Vox le exigiera entrar en el Ejecutivo, tendría tres opciones: aceptarlo con resignación –lo que supondría una humillación personal tras las ofensas que lleva mucho tiempo recibiendo desde ese partido– o rechazarlo, en cuyo caso tendría que buscar un improbable acuerdo de investidura con el PSOE o convocar unos nuevos comicios de resultados impredecibles. Sin embargo, es posible que no se llegue a este escenario, pues existen motivos para pensar que a Vox tampoco le interesa, al menos en este momento, formar coaliciones con el PP. A Abascal le está viniendo de perlas su confrontación abierta con Casado, a quien no baja de débil y cobarde, y su autoridad para mantener esa operación de hostigamiento se mermaría si bendijera la participación de Vox en un gobierno territorial capitaneado por uno de los barones afines al líder conservador. Por otra parte, el partido ultra habrá tomado buena nota de lo que sucedió con el reciente gobierno de coalición en Castilla y León, que saltó por los aires a raíz de que el PP diera la patada a su socio Ciudadanos cuando lo consideró oportuno para sus fines políticos.
El escenario más probable –que Vox acceda a apoyar desde afuera el gobierno– tampoco sería prometedor para Mañueco en caso de cumplirse los pronósticos de los sondeos, pues el partido de Abascal se aprovecharía de su debilidad para cobrarle muy caro el apoyo. Está por ver qué recorrido tendría una alianza de ese tipo, pero no es difícil predecir que sería tempestuosa. Si las exigencias de Vox se vuelven tan insoportables como para precipitar unas nuevas elecciones, el principal damnificado será el PP. No solo por la tendencia al alza que está experimentando la formación ultra en la comunidad castellanoleonesa, sino porque Mañueco tendría serias dificultades para explicar a los votantes de derechas que deben volver a las urnas, pese a contar en esta ocasión con el apoyo de un partido ‘amigo’ que ha aceptado permanecer fuera del gobierno para facilitar la investidura.
Salvo que el PP gane el domingo por una mayoría aplastante que le permita gobernar tranquilamente en solitario –hipótesis cada vez más lejana–, las cosas no pintan nada bien para el proyecto de Casado. Y eso sin contar con la posibilidad, bastante remota, de que el PSOE consiga formar gobierno, lo que sería ya la debacle para el líder popular. La situación es tan dramática que Mañueco pidió auxilio a la presidenta madrileña para intentar movilizar a sus votantes en la recta final de la campaña. En un mitin en Valladolid el martes pasado, entre gritos de “¡presidenta!”, Ayuso instruyó al candidato del PP para que pacte con Vox si es necesario. No hay que ser un lince para colegir que esta exhibición de poderío fue un duro golpe para el orgullo de Casado.
Es evidente que la jugada no le ha salido al líder popular como esperaba, menos aún si se habían tomado las últimas elecciones en la Comunidad de Madrid como referencia. Allí la estrategia funcionó casi a la perfección: Ayuso más que duplicó los votos y escaños de 2019, proeza que consiguió deglutiendo a Ciudadanos –que quedó fuera de la asamblea regional–, frenando a Vox –que solo subió un escaño respecto a los 12 que tenía– y movilizando a los electores: la participación aumentó siete puntos porcentuales con respecto a los comicios anteriores. Fue tan arrolladora su victoria que para la investidura no necesitaba los votos favorables de Vox; le bastaba con su abstención.
La situación en Castilla y León es bien distinta. Si bien los sondeos apuntan a un desplome de Ciudadanos –podría perder la práctica totalidad de sus 12 escaños actuales–, Vox se beneficiaría más que el PP de ese descalabro y sus votos serían imprescindibles para sacar adelante la investidura. Hace algo más de un mes, Inés Arrimadas, cuyo partido fue borrado del mapa en las últimas elecciones madrileñas, le espetó una frase premonitoria a Mañueco: “Ni Madrid es Castilla y León ni tú eres Ayuso”. En el cuartel general de Génova están comprobando con inquietud que la líder de Ciudadanos tenía más razón de lo que ellos habían previsto.