Hay historias que se te meten en el cuerpo y no salen jamás. Yo llevo una dentro desde hace muchos años y ahí está, intacta, provocándome la misma fascinación que el primer día que la oí.
Había una casa vieja en un barrio viejo de la ciudad de Cádiz. Un día, arriba el sol, al fondo el mar, se desplomó la casa. Y lo increíble, lo prodigioso, es que había un hombre mayor dentro, pero, justo antes de que el techo se viniera abajo, salió a la calle y se libró de morir enterrado en escombros.
¡Plof! ¡Por los pelos!
Poco después del estruendo, una periodista llegó corriendo al lugar, con el sobresalto aún en el cuerpo. El hombre estaba en la calle, mirando las ruinas de su casa, más tranquilo de lo esperado y lo esperable. La periodista se acercó, con libreta y boli, y le dijo:
—¡Menudo susto, señor! ¡Se ha librado de milagro! ¡Cuénteme qué ha pasado!
Y el señor le contestó:
—No ha sido un milagro. La casa me avisó.
—¡¿Qué?! ¿Cómo que la casa le avisó?
—Me lo dijo. Yo estaba sentado viendo la tele y oí que la casa me decía que saliera de ahí. Entonces me levanté y me fui.
—¿La casa? ¿La casa le habló? ¿Las casas hablan?
—Claro.
Desde entonces, cuando entro a una casa gaditana, pongo la oreja, a ver si suelta prenda. Y la verdad es que nunca he oído nada más allá de un chasquido de madera o un crujido de cañería.
Pero me parece pretencioso pensar que ese hombre estaba loco o que, en plena conmoción, se había puesto literario y había inventado una historia de realismo mágico. Estoy convencida de que las casas de Cádiz no me hablan porque creen que no las entiendo. O quizá porque no hablo su idioma.
Por eso he decidido aprender el habla gaditana y volver a esta ciudad a ver si así, por fin, pego hebra con alguna vivienda. He cogido el fabuloso Diccionario del habla de Cádiz, de Pedro M. Payán Sotomayor, y cada día aprendo una palabra.
Por el momento, ya me sé estas voces y estas expresiones:
Achocáo: Muy muy tonto (“El tonto achocáo ese”).
Babetazo: Golpe (“El babetazo que me ha largao”).
Cagalástima: Por pena, por lástima (“Has aprobado de cagalástima”).
Dura menos que una saliva en una plancha enchufá: Expresión de exageración para decir que algo dura muy poco. Muy utilizada por la gente joven. (“Quillo, que esa llamada dura menos que una saliva en una plancha enchufá”).
Enguachisnáo: Mojado, empapado, con mucho caldo (“Tenía los ojos enguachisnaos”).
Guachimán: Vigilante (viene de la palabra inglesa watchman).
Jambá: Versión gaditana del jazz band.
Lambreáso: Latigazo de vino (“Se tomó un lambreáso que no veas”).
Morazo: Borrachera (“Cogió un morazo de ole”).
Nati mistrati: Nada (es una imitación irónica del idioma italiano. Algo así como nanai de la china).
(A) orsa: Con prisa (“Me lleva a orsa”).
Paganini: El que paga (“¿Quién va a ser el paganini?”).
Palocorpus: Persona delgada y alta (“Ese chiquillo parece un palocorpus”).
Quillo: Forma apocopada de chiquillo (“¡Quillo, no te vayas!”).
Quitar toas las tapaéras der sentío: Hipérbole de lo bueno (“Esto está que quita toas las tapaéras der sentío”).
Reconcomilla: Arrepentimiento (“Me quedé con una reconcomilla…”).
Sanani: Negación con matiz despectivo (“De eso… ¡sanani!”).
Taponaso: Parir (“Ayer dio el taponaso”).
Viejarruco: Viejo (“Con la edad que tienes y ya estás hecho un viejarruco”).
Vislúo: Sorprendido (“Es que… me he quedáo vislúo”).