Catalanizar España (sin Puigdemont)

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Carles Puigdemont ha dicho que regresará a España para el debate de investidura. Es una buena noticia. Sí, han leído bien. De hecho la mala noticia fue que se largara para evitar la acción de la justicia y que su ausencia repleta de promesas incumplidas (la última, que dejaría la política si no era elegido President) haya prolongado la parálisis política catalana durante siete años. Y de paso nos haya privado al resto de los españoles de la normalidad institucional necesaria para apreciar la benéfica influencia de la cultura y la forma de ser de los catalanes, su exquisita misantropía, su anarquismo conservador, su elegante forma de poner distancia, su horror a la estridencia, su maestría a la hora de hacer moderna la tradición. Hasta nos hemos olvidado de lo bien que se les da hacer dinero sin necesidad de que les pongas la etiqueta de entrepreneurs ni recurrir al rentismo más rapaz.

Si con la vuelta de Puigdemont se acaba de una vez por todas con esta perfomance, cerrando el último capítulo que comenzó con la victoria electoral de Salvador Illa, bienvenido sea. Su ciclo ha concluido, aunque él no lo sepa; si lo prolonga, solo habrá más rencor. No hace falta ser un lince para saber que el expresident trata de torpedear un pacto entre ERC y el PSC. Lo hace sin mencionar a los republicanos, como cuando en las películas de época la aristocracia ignora la presencia del servicio hasta que en un momento de crisis asegura que “son como de la familia”. No hay que olvidar que el líder de Junts es ahora más de derechas que cuando cruzó la frontera, y que su partido está lleno de señoritos dolidos con la plebe al estilo de Trias.

Puigdemont ha tratado de poner trabas a un eventual acuerdo jugando la baza del patriotismo, del “españolismo”. Salvador Illa es un señor catalán de los pies a la cabeza, nacido en la Roca del Vallès, casi sociovergente, sin rastro del histrionismo que inunda la política española en los últimos años. Pero ahora es más españolista que José Montilla, que era cordobés y no hablaba catalán ni en la intimidad. Esto solo se entiende si quieres trasladar la idea de que el PSC es una sucursal del PSOE e Illa un mandado de Pedro Sánchez, un discurso calcado del que se da en el resto de la España conservadora, en la que Sánchez es el Ojo de Sauron. 

La posible detención de Puigdemont si cruza la frontera española es la última carta que le queda por jugar y que puede conseguir que ERC, con una grave crisis de liderazgo y una militancia que aún está emocionalmente conectada al procés, reconsidere un pacto con el PSC para investir a Illa que estos días parece más cerca que nunca. El Illa españolista, el Illa del 155, el Illa que se amoldará a la supremacía institucional e ideológica de Madrid, no existe. Salvador Illa es, para los estándares de la política española, aburrido, antifrentista, reformista. Y también un dirigente capaz de cambiar el actual clima catalán, que sabe que lo que más conviene a Cataluña es recuperar normalidad, poder institucional, pujanza económica, efervescencia cultural. El empoderamiento que Cataluña necesita coincide con los intereses de España, que requiere de catalanidad más que nunca. El tradicional equilibrio entre Cataluña y Madrid había impedido, hasta ahora, que el españolismo fuera neoliberal, rancio, hortera y frentista, aun en los años más largos y fecundos de gobiernos conservadores, en Madrid y en Barcelona.

España, no solo Cataluña y no solo por Cataluña, está envuelta en una dinámica tóxica. La solución no es españolizar Cataluña como se entiende en Madrid, es catalanizar España a la vieja usanza, encontrar de nuevo la manera de forjar una alianza que siempre nos ha hecho mejores.