Admiremos a Cataluña

Los medios de comunicación de alcance estatal, todos ellos radicados en Madrid, crearon durante décadas una conciencia de España que falseó su realidad. En ese falseamiento Cataluña fue ignorada y despachada bajo clichés interesados, así la generalidad de la población española ignora todo de Cataluña y en cambio está llena de prejuicios hacia los catalanes. Nos pintaron una Cataluña provinciana, encerrada, aburrida, fracasada, obsoleta... Pero la Diada de este año marca un punto y aparte, es un desmentido a todo eso y muestra un país lleno de energía. En adelante los españoles mirarán hacia allí con curiosidad unos y con temor y desconfianza otros, pero muchos querrán comprender lo que ha ocurrido. Lo que ha ocurrido se veía venir si uno se acercaba allí y se molestaba en escuchar lo que decían y sentían las personas que allí vivían pero simplemente se lo ocultaron, en cambio la prensa informaba con mayor o menor extensión un mes sí y otro también de que un niño no podía recibir clases en castellano, de que perseguían a las corridas de toros... Todo parecían mezquindades. Y de repente aparecen más de un millón de catalanes pidiendo la independencia. ¿Dónde estaba tanta gente que no nos lo contaron?

Pero aunque parezca increíble el día siguiente a un acto cívico y político tan importante, no sé si tendrá parangón en Europa, pudimos leer titulares que se mofaban e informaciones que lo minusvaloraban alimentando la ceguera de sus lectores. Lo que ha ocurrido en Cataluña hace historia en las luchas democráticas y es ejemplar, como tantas veces Cataluña nos ha dado una lección. Pero las lecciones las aprende quien no tiene prejuicios y quiere aprender. Particularmente reconozco que tengo prejuicios pero también me gusta aprender y de los catalanes aprendí muchas cosas. Aunque esté mal visto en España, no tengo pudor en reconocer que admiro a la sociedad catalana.

Como gallego, soy ciudadano de un país derrotado que no ha sido capaz de sobreponerse a su historia, que no supo detener expolios ni humillaciones, falto de orgullo colectivo y nervio cívico y, como español, vengo de un país fratricida e incívico, marcado por un régimen que lo degradó hasta el extremo, una experiencia histórica traumática y profunda que suele ser despachada interesadamente como “la dictadura”. Y por eso descubrí y envidié las semillas de libertad y civilidad que llegaban desde Cataluña, desde la renovación pedagógica de “Rosa Sensat”, cuando aún interesaba la educación como liberadora, hasta la lucha obrera del PSUC y los libertarios, la firmeza en el exilio de Pau Casals, la “nova cançó” y Lluis Llach “al`Olimpia” y también sus “Campanades a mort” por los obreros asesinados en Vitoria, su lucha por el autogobierno nacional...

En Barcelona reconocí a la ciudad siempre atenta a la cultura que recibía la música de Beethoven y de Wagner en el Palau, donde en Julio de 1937 Schoenberg ensayaba con la orquesta “Moses und Aron” cuando comenzaron los bombardeos fascistas, donde Picasso y Picabia ensayaban su libertad, la ciudad a donde peregrinó el Quijote, y con él su autor, para alabar la industria del libro.

Allí como autor me sentí acogido y respetado sin que importase en que lengua escribía ni de donde venía ni que padrinos tenía, allí conocí a mi mejor editora y a los mejores editores y a la gente más inteligente y aguda de la industria del libro y de las artes. Y me descubro ante obras literarias como el “Quadern Gris” de Josep Pla, que si España considerase que la literatura en catalán también era suya, no es el caso, tendría por una de las cuatro o cinco obras grandes suyas del siglo XX. Naturalmente que también entreví las limitaciones y defectos de la sociedad catalana, los tiene como todas, pero mi admiración por sus virtudes está muy por encima. Sin ser catalán soy catalanista, lo confieso.

Todo lo resumo en que hubo un momento en mi vida en que me vi obligado por primera vez a plantearme marcharme de mi país, Galicia, y no dudé a dónde iría y dónde había un pueblo abierto que me podría acoger. No lo dudaba.

Y con esta Diada acaban de darnos una nueva lección de civismo y libertad. Para comprender cuán necesaria es esa lección hay que tener presente lo que ocurrió el mismo día en Madrid, un ataque fascista que no es ninguna anécdota. La medida de la libertad y del aire que se respira en la capital del Estado y en el conjunto del Estado la dará el tratamiento que se le dé a ese ataque: ¿se le aplicará la ley antiterrorista? ¿Serán ilegalizados y perseguidas esas organizaciones como hicieron los políticos y la justicia española en Euskadi? Y, cuando aparecen multitud de policías bien pertrechados cada vez que la ciudadanía defiende legítimamente sus derechos, ¿por qué no estaba en esta ocasión en las cercanías del lugar para protegerlo? Qué asco.

Lo que nos ofrecieron a todos los catalanes en su día fue ciudadanía libre y alegre frente a canallas amargados y matones. Al ministro que amenazó con el Ejército le oponen gente de todas edades con bocadillos, camisetas y banderas. No se valorará la dimensión de ese gran acto cívico si no se cae en la cuenta de que no era una manifestación como la que hubo hace unos meses. La Via Catalana fue el resultado de un trabajo organizativo de meses, cada persona se anotó y se dirigió al lugar donde le correspondía en el mapa de la cadena. No fue un calentón de un día o una semana, un momento de enfado que ocupa las calles, sino que cada ciudadano o ciudadana se buscó su camiseta y se apuntó con tiempo para ocupar su lugar correspondiente. No se trataba de una multitud de manifestantes sino de una ciudadanía organizada voluntariamente y desde abajo, hablamos de un pueblo decidido que tiene una decisión tremendamente madurada porque la ha ido elaborando a través de los años y de sucesivas experiencias que le fueron demostrando una tras de otra que el Estado español no reconocía sus demandas y no protegía su lengua ni tampoco sus intereses. No es una ocurrencia repentina.

En los últimos años cada vez que comenté el proceso social y político catalán con políticos de partidos estatales siempre me respondían “es que Mas...”, “realmente lo que quiere Convergencia...”, “...las banderas...”, “...es que la burguesía catalana...”, “es que Esquerra...”. Por más que les insistía repetían sus cómodos prejuicios y lo reducían a una dialéctica de partidos, casi nadie tuvo la humildad de ir desde Madrid a Barcelona y no digamos a otras ciudades catalanas a preguntar y escuchar a la gente. No comprendían que era la gente, no los partidos; Mas sólo se puso al frente de un movimiento social de gran profundidad porque no tuvo más remedio. Lo que hicieron los medios de comunicación madrileños y la política española fue menospreciar a los catalanes, reducirlos a una gente aturdida y conducida astutamente por unos malévolos políticos enemigos de España. Lo que hicieron fue negarle la dignidad personal a esas personas, precisamente a los habitantes de un país que siempre le dió lecciones de civismo a España. Tendrán muchos defectos los catalanes pero son una sociedad con una complejidad y densidad cívica como no conozco otra. Lo que ahora tienen delante es la realidad, los catalanes no eran unos chalanes aprovechados y unas sanguijuelas, como nos contaron, sino que tenían dignidad. Toneladas de dignidad colectiva y personal.

Hoy por hoy, de Cataluña sólo podemos aprender. Paul Celan escribió sobre una Alemania que era maestra de la muerte, Cataluña en cambio es una maestra de civilidad: mucho mejor le hubiese ido a España si la hubiese escuchado y aprendido sus lecciones. No quiero imaginar una España sin Cataluña.

Los franquistas invocarán la sagrada unidad de la patria y el deber del Ejército, aunque no lo hicieron cuando entregaron las provincias españolas del Sahara a la monarquía marroquí por orden de sus amos norteamericanos. Y los nacionalistas españolistas en general invocarán una constitución, dictada por Yahvé y que se bajó Moisés del monte, ya tenían en el Tribunal Constitucional a quienes la interpretaron en su día como les interesaba a ellos y ahora tienen presidiéndolo a Pérez de los Cobos, que ya nos informó de lo que piensa de los catalanes. Pero quienes creemos en la democracia y no somos catalanes tenemos el deber de reconocer que ejercen la democracia y su libertad y sólo podemos esforzarnos en imaginar el modo de que Cataluña sea lo que libremente desee su ciudadanía y que ello no suponga que pasen a ser gente extraña a nosotros. Pues así lo sentimos.