En Catalunya nada es lo que parece
En Catalunya nada es lo que parece. No sufran, no pretendo descubrir ninguna seña de identidad del pueblo catalán. Eso mismo puede afirmarse, en mayor o menor medida, de otras sociedades. Pero, sin ser una característica exclusiva de Catalunya, se ha convertido en una marca, distinción de la casa.
En los últimos años nos hemos hecho adictos a la ficción. Aunque la cosa viene de lejos y tiene raíces profundas. Jordi Pujol aparentó creerse lo de “som un sol poble”, apropiándose del pensamiento de Josep Benet pero no de su concepto de país. Durante décadas alimentó unos imaginarios, algunos muy esencialistas y victimistas, que sembraron muchas semillas de frutos posteriores.
Artur Mas hizo frente a la gran recesión tirando mano de la ficción. Mientras aplicaba de manera entusiasta los recortes en Catalunya, se manifestaba en su contra si venían de España. Cuando se vio acorralado por la reacción social, se convirtió al independentismo, que nunca había sido lo suyo.
Durante años, en el Parlament se han aprobado todo tipo de resoluciones, comenzando por la 1/XI de 9 de noviembre que dio inicio al procés polític, con la clara intención de no tenerlas que aplicar.
Los dirigentes independentistas hicieron creer a sus bases que la independencia estaba muy cerca, que saldríamos de España, manteniéndonos en la UE, que el mundo entero nos reconocería como Estado soberano y que la DUI (Declaración Unilateral de Independencia) era viable. Todos hacían que se lo creían, esperando que fuera otro el que pusiera el freno de mano, les dijera a los suyos que los reyes magos son los padres y cargar con el letrero de traidor.
Después de la aplicación del artículo 155 se escenificó una oposición a cara de perro, pero en realidad los altos cargos de la Generalitat colaboraron eficientemente en su aplicación, como luego se ha comprobado.
La ciudadanía indepe se apuntó a la liturgia revolucionaria, se imponía sacrificios a la ciudadanía, se los exigían a sus dirigentes, pero no estaban dispuestos a arriesgar ni un día de sus ingresos. En Catalunya, durante el procés, se ha inventado la huelga sin riesgos ni descuentos de salarios.
Luego nos dijeron que lo volverían a hacer sin que nunca se supiera muy bien en qué consistía eso. Y frente a ese compromiso que sonaba a advertencia, se levantó airada una derecha política y mediática que aparentó creerse la nueva ficción para así poder mantener alta la tensión.
La atracción por aparentar lo que en realidad no es, no ha sido exclusiva del independentismo. Algunas fuerzas políticas como Ciutadans se lamentan de la quiebra de la sociedad catalana, cuando en realidad la aprovechan y en ocasiones la alimentan para crecer electoralmente. Quizás por eso les sienta fatal la desinflamación del conflicto.
Mientras se hace ver que estamos en la gran guerra, Junts y PSC gobiernan, ellos sí juntos, la diputación de Barcelona. A nivel local se pueden encontrar todo tipo de acuerdos de gobierno entre partidos que simulan que no se soportan.
También en el terreno de la comunicación, algunos medios hacían como que informaban, cuando en realidad agitaban y hasta en ocasiones se convertían en los directores de la orquesta y los que marcaban la hoja de ruta.
Durante los cinco años posteriores al otoño del 2017, ERC y Junts han estado fingiendo que tenían cada uno una estrategia distinta para alcanzar la independencia. Pero también en eso nada es lo que parece, nunca han tenido ninguna.
Sus encontronazos aparentan ser por diferencias sobre las políticas independentistas, cuando en realidad son una pugna insomne por el control del gobierno autonómico, ese por el que se matan políticamente mientras aparentan despreciarlo.
Al final, tanta ficción se les ha escapado de las manos. A la operación “acoso sin derribo” puesta en marcha por Junts contra el presidente Aragonès le ha faltado la finezza de Pujol. A un profesional de la política como Turull nunca le hubieran explotado en las manos los fuegos artificiales, pero no es él quien conduce la nave.
Alguien hizo ver que Puigdemont se había retirado y que Borràs estaba neutralizada, pero en Junts tampoco nada es lo que parece. Quieren que nos creamos que tienen dos sensibilidades distintas cuando en realidad lo que determina las diferencias son intereses personales tan potentes como la situación procesal de Puigdemont y Borrás.
En pocos días hemos visto cosas inimaginables. La mayoría independentista ha explosionado, el procés ha pasado a mejor vida, ERC ha enterrado el mandato democrático del 1-O, ese que nunca existió, a pesar de que simularon que existía y se lo creían. Pero todo sigue igual, en Catalunya nada es lo que parece.
El president Aragonès alardea de una habilidad, que nadie le niega, para hacernos creer que tiene mayoría parlamentaria con la que gobernar en solitario. Junqueras, que es el “cazatalentos” de ERC, ha puesto en funcionamiento sus dotes de Cardenal Mazarino, el de simula y disimula, para que parezca que 33 escaños son el 81% del Parlament.
La aportación de tres notables incorporaciones le va a dar más solvencia a la acción del gobierno, pero no parece que sea un puente para ampliar mayorías. Por mucho que algunos profesionales de la comunicación hayan comprado ese relato, envasado y remitido directamente por el emisor, en el que de nuevo se aparenta lo que en realidad no es.
De todas las incorporaciones, la única que puede tener recorrido político es la de Carles Campuzano ,porque representa a un colectivo de huérfanos convergentes que de momento no ha conseguido articularse políticamente.
En este proceso de aparentar lo que no es, Junqueras le niega interlocución a Salvador Illa y al PSC mientras se la exige a Pedro Sánchez. A los Comuns no se la niega, pero tampoco se la ofrece. Para el nacionalismo catalán las izquierdas buenas siempre han sido las que están lejos, en España. Las de casa, con las que compiten electoralmente, no son de su agrado.
Tampoco eso es tan novedoso como parece. Se trata de una maniobra con rancias raíces pujolistas. El president se pasó todo el tiempo intentando ningunear a Raimon Obiols mientras establecía una solida alianza con Felipe González. Luego, Artur Mas repitió la operación con el Estatut. Consiguió puentear al president Maragall para pactar directamente con Zapatero. Ahora, Junqueras pretende repetir de nuevo la jugada de entenderse con los partidos españoles, mientras ningunea a sus homónimos catalanes.
En esta Catalunya donde nada es lo que parece, nuestro Cardenal Mazarino nos quiere vender que lo hace por la “complicidad represora” del PSC, como si el papel de los socialistas, como el de los Comunes, no hubiera sido clave para la concesión de los indultos.
Con esta jugada, que se ve venir a kilómetros de distancia, Junqueras trata de esconder las verdaderas razones. En su obsesión por la hegemonía política en Catalunya, Junts es un obstáculo para su proyecto de convertir ERC en el Scotish National Party. Pero sus adversarios políticos son el PSC y los Comunes.
Es evidente que esta operación solo funcionará si los dirigentes estatales de las izquierdas se prestan a ello. Esperemos que a Pedro Sánchez no le entre un ataque intenso de tacticismo.
Con Yolanda Díaz, ERC tiene peor la cosa, Rufián ya le confirmó en el debate de la reforma laboral –si fuera por él nunca se hubiera aprobado- que la considera su principal adversaria.
Haría bien la vicepresidenta en explicárselo a Jaume Asens, cuyas memorias seguro nos desvelan las razones de su amor político desinteresado por Puigdemont, el presidente legítimo. Con Pablo Iglesias mejor que ni lo intente, tiene su propia agenda y va a la suya, como se encarga de demostrarnos cada día.
Ya sé que voy a contracorriente de los que avistan un desbloqueo de la situación a la vuelta de la esquina, y un nuevo tripartito a corto plazo -yo también lo deseo- pero tampoco en eso las cosas en Catalunya son lo que parecen.
No creo que ERC haya hecho este largo, complicado y duro trayecto para llegar hasta aquí. Antes, han de pasar muchas cosas. Entre ellas, que la apariencia ceda el paso a la realidad. Eso no se consigue de manera inmediata, hay que desandar mucho camino y lo ha de desandar mucha gente. La cosa sería menos difícil si en Catalunya todos nos empeñáramos en que las cosas parezcan lo que en realidad son.
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