Las máquinas de contar manifestantes están al borde de la rebelión, como Skynet en Terminator. Vamos a tener que jugarnos el bigote para desconectarlas antes de que provoquen el fin del mundo tal y como lo conocíamos. Los mismos que nos dijeron que en el 2014 apenas salieron unos pocos cientos de miles de catalanes nos cuentan ahora que aquella sí que fue una Diada masiva y poderosa, no esta Diada triste y desangelada del 2017. Los mismos que se sintieron secuestrados por los radicales y antisistema cuando se vieron rodeados en el Parlament divisan en los cientos de miles de manifestantes la fuerza de su causa y la prueba definitiva de su acierto.
Hay algo que todavía une a Catalunya y España: aquí y allí, cuando los manifestantes me dan la razón, son el pueblo sano y soberano, lo mejor de la democracia imparable y en acción; cuando no me la dan, se convierten en turbas descontroladas y peligrosas, manipuladas por populistas o pagadas por malversadores.
Unos y otros hablan de diálogo pero en realidad solo lo quieren y solo les vale si es para darles la razón. Ya sólo importa tener razón y ganar, por cualquier medio necesario. Unos quieren demostrar que tienen razón forzando al Estado a parar las decisiones que llegan desde Catalunya, incluso a aplastar a sus promotores si fuera menester. Otros quieren demostrar que tienen razón gracias a las colas de miles de ciudadanos reclamando su derecho a votar y decidir ante urnas y colegios cerrados.
Quienes esperan un escenario nuevo el dos de octubre, se equivocan. Quienes reclamamos un espacio para la política también nos equivocamos. No lo hay. Cuando sólo importa tener razón y ganar y se cree firmemente que todo lo cuanto se hace es legal y legítimo porque se tiene razón, no queda espacio para la política. Sin aceptar que no se trata de tener razón, sino de construir un compromiso entre tu razón y las razones de los demás, la política es imposible porque la política es el arte del compromiso entre ciudadanos que piensan, sienten, quieren y demandan cosas diferentes.
A la ceguera interesada de un Mariano Rajoy consciente de que, si para cerrar esta crisis abriera el debate sobre la soberanía, quien entraría entonces en barrena sería el PP, se opone ahora la ceguera de un President y una mayoría que se empeñan en forzar una solución unilateral, sin contar con un respaldo social claramente mayoritario y negándose a afrontar la realidad de que medio país les puede aplicar la misma medicina que ellos le recetan. Y ya se sabe que no hay peores ciegos que aquellos que no quieren ver.