Asociamos el cerebro con el pensamiento razonado y no necesariamente es así. El cerebro humano también tiene un modo instintivo de funcionar, necesario para la supervivencia. En su libro Pensar rápido, pensar despacio, el psicólogo y Premio Nobel de economía Daniel Kahneman analiza esta dicotomía. Entre sus muchos ejemplos propone este sencillo problema para que el lector resuelva de modo intuitivo:
“Un bate y una pelota juntos cuestan 1,10 euros.
El bate cuesta un euro más que la pelota.
¿Cuánto cuesta la pelota?“
Un número nos viene enseguida a la mente y suele ser el equivocado: 10 céntimos. Si el lector ha llegado a la respuesta correcta, seguramente ha sido después de pasar por la solución errónea y rechazarla. Kahneman distingue, más que dos maneras de pensar, dos sistemas, casi dos cerebros. El sistema 1 realizaría evaluaciones básicas y rutinarias; es rápido, automático y emocional. El sistema 2 es más lento, deliberativo, lógico, y requiere esfuerzo y concentración. En la vida hay situaciones que requieren del sistema 2 y otras que sería imposible llevar a cabo sin el sistema 1.
La publicidad, y la política, siempre se han aprovechado de esa respuesta instintiva del sistema 1, pero últimamente la tecnología permite llevar ese aprovechamiento hasta sus últimas consecuencias. Lo hemos visto con las campañas políticas que han utilizado información personalizada de los perfiles de los usuarios de Facebook para insertar anuncios a medida y conseguir de ese modo las respuestas automáticas deseadas. En este terreno de la manipulación psicológica, un partido podría poner un mensaje prometiendo una cosa a un grupo de votantes y otra diferente dirigida a otro grupo. Como afirmaba el presidente de la compañía Cambridge Analytica, especializada en este asunto, “Si conoces la personalidad del elector, puedes ajustar mucho más tus mensajes y multiplicar el impacto”. Desde luego, pero si la democracia consiste en que la gente oiga todas las ideas, debata, y tome sus propias decisiones, nos vamos alejando a pasos agigantados de ella.
La hiperactividad con la que vivimos propicia el modo automático, porque el sistema 2 necesita una pausa, aunque sea mínima, para darle una segunda vuelta a la respuesta errónea. Por ejemplo, el interés del gobierno para justificar el aumento del gasto en defensa pasa por aumentar la sensación de peligro entre la ciudadanía. El foco puesto en la emigración y el terrorismo opera sobre el pensamiento automático sin darle una segunda vuelta a los auténticos problemas con los que nos enfrentamos día a día, segunda vuelta que podría conducirnos a otro tipo de respuesta: Porque ¿y si en lugar de reprimir a los manteros apelando al caos, al delito, a la sensación de alboroto, se les dieran papeles y permisos para que cotizaran contribuyendo al fondo común? ¿A quién conviene que ante el paro una persona que malviva, no sé, de la pensión de su madre, piense sin embargo que los mayores problemas son los gastos de la administración o el nacionalismo catalán?
Una de las principales funciones del cerebro “lento” es observar y controlar los pensamientos sugeridos por el “rápido” en un proceso de corrección esencial. Si nos movemos a impulsos, en modo automático, con una política emocional, con un periodismo emocional, la respuesta siempre será superficial y responderá a la conveniencia de los que puedan manipularlas o a los reflejos aprendidos. Ya no es ninguna novedad enterarse de que las empresas multinacionales se están gastando ingentes cantidades de dinero para amañar el proceso político.
Por todo esto son necesarios momentos de pausa, de inactividad, de reflexión conjunta o solitaria. Me gusta mucho una imagen que utiliza la ensayista Remedios Zafra cuando dice que necesitamos espacios en blanco, como en los puzzles móviles, donde si puedes desplazar las piezas es precisamente porque falta una, porque hay un hueco.