En 1964 el diseñador austríaco Rudi Gernreich inventó el monokini, el primer bañador que dejaba el pecho femenino al descubierto. “El pecho de la mujer se exhibirá en menos de cinco años”, había declarado dos años antes, adelantándose a las décadas doradas del topless, los 70 y los 80. Las francesas fueron las primeras en ponerlo de moda, y las feministas de la segunda ola lo abrazaron como una liberación del cuerpo y de la mente y una expresión de independencia.
El destape y el topless llegaron unidos a España un poco más tarde, con aquellas míticas nórdicas que eran la obsesión de José Luis López Vázquez. El cine y revistas como Interviú normalizaron la exhibición, y la sexualización, del pecho femenino de actrices y folclóricas. Más de la mitad de las europeas se desnudaban de cintura para arriba en playas y piscinas y aunque hasta 1987 no se eliminó del Código Penal español el delito de escándalo público, lo cierto es que el topless llevaba años sin serlo. Hasta hoy.
Sí, las tetas desaparecen de las playas y tomar el sol con los pechos al descubierto está en rápido retroceso. Me lo hizo notar en (lo que antes llamábamos) Twitter Beatriz Gimeno, política, feminista y ex directora del Instituto de la Mujer, que cree que las mujeres reciben cada día en sus pantallas decenas de imágenes de cuerpos perfectos que las acomplejan e inhiben. El Instituto francés de Opinión Pública (IFOP) lo corrobora: el topless ha alcanzado un mínimo histórico y apenas el 19% de las mujeres francesas lo practican, frente al 34% de hace 15 años y el 43% de 1984. Las más jóvenes son las que menos lo hacen, y las razones que dan son muchas y variadas, a saber: el temor a sufrir una agresión sexual (50%), ser objeto de la miradas lascivas o comentarios intimidantes de los hombres (48%) o el miedo de que les hagan una foto y la publiquen en redes sociales (46%).
En qué ha cambiado la mentalidad de las mujeres, nuestra relación con el cuerpo y con el concepto de intimidad, cómo ha aumentado el temor a la mirada ajena, especialmente la de los hombres, para que esto suceda. Es cierto que nuestro cuerpo recibe excesivas opiniones no solicitadas y siempre, desde que somos muy jóvenes, está en tela de juicio. Pero son las redes sociales las que agravan la sensación de estar bajo una gran lupa e imponen cánones estéticos que exigen que las mujeres jóvenes estén delgadas, muy delgadas, y perfectas en cualquier situación. La aceptación de la diversidad corporal es solo un eslogan y no una realidad. La politóloga Camille Froidevaux-Metterie, autora de 'El cuerpo de las mujeres, la batalla de los hombres', advierte de las consecuencias, especialmente para las adolescentes, de la desnaturalización del desnudo y la tiranía y el puritanismo de las redes sociales.
Nos cuesta amar nuestro cuerpo desde tiempos de Platón, que dijo que solo era una prisión donde el alma cumple condena por sus errores, pero es ahora, en pleno siglo XXI, cuando somos conscientes de que puede ser arriesgado poner nuestra intimidad, nuestra desnudez, al alcance de cualquiera, aún a costa de nuestra libertad. Esa renuncia colectiva y muchas veces inconsciente a esa libertad relativa a nuestro cuerpo está relacionada con el miedo a la difusión de imágenes de los pechos en una época en la que el pezón femenino ha sido censurado e hipersexualizado. No hay nada que comentar del retroceso del topless si es solo consecuencia de la decisión libre de las mujeres y fruto de la íntima imposibilidad de reconocer y aceptar el propio cuerpo y la angustia al juicio de miradas ajenas.