No solo somos más los españoles muy españoles mayores de 60 años, sino que nos morimos en más abundante cantidad, aunque -en mi opinión- no tanto como deberíamos antes del 20D. Lo cual quiere decir que los parranderos que le organizan la campaña a Mariano el Filósofo circulan absolutamente imparables y sobre ruedas. Le vamos a votar con fruición, parece, porque nosotros somos viejunos y todavía usamos expresiones como flipar y 'don’t bogart me' cuando queremos que nos pasen el canuto. Además, antes de extinguirnos, queremos elegir a un demócrata orgánico como los de la época en que Tony Leblanc era taxista y pretendía a Conchita Velasco con la plaza de España detrás y ese edificio que le han vendido a un chino junto con la primavera.
Lo confieso, forzada por mi fuerza vieja interior: votaré a Mariano, antes de morir como Edgar G. Robinson en 'Soylent Green', mientras contemplo crecer un cardo borriquero y escucho los balidos de una cabra autobiográfica.
¿Qué otra cosa puedo hacer? Me criaron con la copla, el tango y las rancheras, y me va más un chulo que un cachirulo. Córtame las sienes, bárreme los pulsos, chúpame las venas, cárdame las mechas, arráncame la vida, soy una perra fané y descangallada. Lo peor: dime que me quieres, dímelo por Dios, aunque no lo sientas, aunque sea mentira, pero dímelo. ¿Y quién nos ha mentido mejor, y nos ha incumplido con más ahínco, que este galansote de la Tercera Edad a quien, en otras circunstancias, le acercaríamos un caldito con una pajita? ¿Quién puede convencernos más a fondo de que es nuestro hombre, nuestro gig-o-lo-que sea, sino ese caballero yacente en pie, ese Frégoli del 'sex-appeal', ese segundón hilarantemente protagonista, ese Houdini que escapa de los debates tras encadenarnos a nosotros?
Ríos de lujuria me suben por las exhaustas venas cuando le imagino vestido de Abuela, con su cofia y el mando a distancia entre los pliegues del camisón, relamiéndose de gusto por lo acertado de su idea de mandar al debate, en su lugar, a la Sorayita Azul, quien, se ponga lo que se ponga, siempre luce cara de llevar un picardías, cosa que mola tanto a los viejales.
Después de haber cauterizado en sus electores la insumisión típica del pensionista con una precampaña más anquilosada que las piernas del conde de Montecristo al final de la primera parte, ahora el Candidato alcanza el Nivel Dos de su peligro: convertirse en nuestro canallita o malevo predilecto.
Le ha agarrado tal punto al asunto que prácticamente ya puede chulearnos desde la cama.
Somos un enervante país todavía imaginario, en el que, sin embargo, quedan ganas de sacudir al tronco navideño hasta convertirlo en astillas. Y quedan ánimos, hasta entre los viejos, al menos en unos cuantos.
Lo que pasa es que cuando un chulo así se te planta delante, dime tú. Yo, es que no tengo voluntad ni 'pa' dejar de comprar los ciegos.