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Más ciencia, más conocimiento y menos política

El político ignorante tan solo recurre a la ciencia ante la catástrofe, pero incluso hay casos en que ni aun así.

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Desoír a la ciencia ha sido un disparate, ahora lo comprendemos. Pero todavía es más grave perseverar en el error y, con el desdén y la arrogancia que exhiben algunos desde el atril, seguir desoyéndola.

Está claro que el conocimiento científico no puede imponerse a la gobernanza. Que es necesario atender a muchos otros condicionantes a la hora de regir los asuntos públicos. Pero lo que está ocurriendo aquí y ahora es que las evidencias científicas están siendo desatendidas en beneficio de los intereses políticos de manera tan irresponsable como peligrosa.

Desde Aristóteles a Maquiavelo, desde Bismarck a Churchill, todos han coincidido a lo largo de la historia en presentarnos la política como “el arte de hacer posible lo necesario”. Pero ¿qué ocurre cuando los políticos son incapaces de admitir lo que es necesario?

El nivel de arrogancia de la política ante la ciencia es directamente proporcional a la ignorancia del político. El político ignorante es capaz de despreciar el conocimiento incluso ante las pruebas más abrumadoras y los datos más incontestables cuando dicho conocimiento le resulta incómodo.

El político ignorante tan solo recurre a la ciencia ante la catástrofe, pero incluso hay casos en que ni aun así. La gestión de la crisis de la COVID-19 en nuestro país está ofreciéndonos un magnífico ejemplo de ello. Por eso algunos analistas están empezando a considerar la pandemia que estamos sufriendo como una crisis civilizatoria, es decir, una crisis de la que puede surgir un cambio de civilización.

El ingeniero y filósofo francés Jean Pierre Dupuy, profesor de filosofía política en la Universidad de Stanford (California) sostiene en su polémico libro El catastrofismo ilustrado que hemos llegado a un punto en el que la humanidad solo es capaz de avanzar a golpe de catástrofes.

“El catastrofismo no debe conducirnos necesariamente a la depresión –afirma Dupuy– ni hacia un destino inevitablemente oscuro, sino que por el contrario puede llevarnos a reaccionar como sociedad y empujarnos a un cambio de sistema que puede suponer la verdadera solución a todo”.

En estos momentos en los que el destino del ser humano nos invita a ese catastrofismo se hace más necesario que nunca emprender esa reacción y afrontar esta crisis como lo que es: una crisis que empezó siendo sanitaria y que está convirtiéndose en institucional y de sistema. Solo así lograremos alumbrar un nuevo modelo de gobernanza que anteponga los intereses de la gente, los intereses de especie, a los intereses de partido o de estado.

La crisis sanitaria puede ser civilizatoria en la medida en que vislumbremos hasta qué punto necesitamos un nuevo modelo basado en el poder de la razón, de las evidencias, del conocimiento, un modelo que anteponga el conocimiento científico a los intereses políticos.

Nunca como hasta hoy habíamos tenido acceso a tanto conocimiento científico ni nos habíamos dotado de tanta tecnología para dar respuesta a los dilemas que nos plantea dicho conocimiento. Sin embargo de nada sirven todos esos avances si finalmente sometemos la administración de todo ese conocimiento a la voluntad de quienes desde la gobernanza lo ignoran o lo desdeñan.

Si queremos eludir los peores escenarios hacia los que nos conduce el acelerado deterioro del medio ambiente y el agravamiento de la crisis climática, causas principales de la crisis sanitaria que estamos atravesando y de la que no logramos salir, es necesario que el razonamiento científico prevalezca sobre el favor político.

Solo así evitaremos que los intereses particulares de los partidos o los gobernantes de turno se antepongan al objetivo común y principal de preservar las condiciones que hacen posible nuestra vida en el planeta y que nos han permitido llegar hasta aquí como especie.

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