En las últimas semanas, el partido de Albert Rivera viene mostrando su lado más gayfriendly. En la concentración de los cuarenta y cinco mil que tuvo lugar el pasado domingo en Colón, el líder de Ciudadanos hizo sus declaraciones ante las cámaras con varias banderas arcoíris detrás. Un gesto inesperado entre tanta bandera de España que sentó como una patada en el estómago a uno de los otros dos convocantes, a sus compañeros de viaje desde las elecciones en Andalucía, el partido ultraderechista Vox.
Tampoco gustó ese guiño a un sector del movimiento LGTB que entiende los derechos humanos como algo universal donde la diversidad, las políticas públicas y la multiculturalidad no son para nada un tema secundario en las políticas de Estado, es más, son una clave de convivencia y entendimiento muy alejadas de lo que inspira el discurso españolista que promueve Ciudadanos allá por donde va. La formación naranja en esa defensa que hace por España, no solo aquel día en Madrid sino también en muchos otros momentos, olvida o ignora que lo que dice tiene muy poco que ver con lo que significa la bandera arcoíris.
La bandera LGTB+ (que no gay) es el símbolo de un movimiento civil que pone por delante de cualquier nacionalidad los derechos de las personas (sean españolas o no) a vivir libremente. Algo que, sistemáticamente, niegan desde el partido de Rivera cuando, por ejemplo, defienden las devoluciones en caliente, los CIE o justifican las identificaciones raciales por parte de la Policía. En la sociedad abierta y moderna que defiende Ciudadanos no cabe la migración a no ser que sea ordenada y venga de un país amigo o a servir, es decir, a trabajar renunciando a ejercer sus derechos políticos, civiles, sociales, económicos y culturales. Su propuesta, sin duda, está muy en consonancia con la tendencia neoliberal que Lant Pritchett denomina “neoservilismo”, pero muy alejada con el movimiento LGTB al que representa esa bandera con la que pretendía lavar su imagen y aparentar una diferencia con respecto a Vox que a la hora de gobernar no va a existir.
La defensa de los derechos de las personas homosexuales que hace Ciudadanos tiene trampa y está sesgada, no es universal, tampoco incondicional. Es una defensa en la que prima ser español y por eso, si lo eres, ser gay no representa ningún problema. Otra cosa será cuando siendo LGTB, se es inmigrante, entonces tendrá un primer filtro: cuanto de ordenado, integrado y adaptado está. Esta forma de pensar y de sutil actuar está muy muy cerca del llamado homonacionalismo que tantos votos ha recalado para el partido de ultra derecha y neoliberal Alternativa por Alemania.
Al partido de Rivera le cuesta comprender lo del principio de universalidad de los derechos, les basta con saber que son individuales, el resto da igual. Si son interdependientes, indivisibles e inalienables qué más da. Por eso, a Toni Cantó le cuesta comprender el fondo de la crítica que sus ex colegas de profesión hicieron a Israel en los Premios Goya cuando salieron a recoger el premio al mejor cortometraje que se entregó a “Gaza”.
No cae en la cuenta el diputado que no basta con respetar los derechos de las personas LGTB nacionales, blancas y afines política y religiosamente para afirmar que un país respeta los derechos LGTB. No basta si ese país, por muy buen rollo que tenga con la cultura gay que más dinero y turismo atrae, está vulnerando los derechos de una parte de la población, en este caso la palestina. La crítica tiene razón de ser, porque ser LGTB o gayfriendly no te exime de responsabilidad a la hora de respetar los derechos de los diferentes o disidentes, y mucho menos sirve para blanquear la imagen de un país ante la comunidad internacional. Si se es cruel con la población de Gaza, da igual que se sea respetuoso con un sector afín de la diversidad sexual, se están violando los derechos humanos. Punto. Ese lavado de cara se llama Pinkwashing y a Israel le está viniendo que ni al pelo para dar reformular su imagen de país abierto y moderno mientras refuerza la idea de que sus enemigos viven en ideas anacrónicas que representan una amenaza para Occidente. Muy limitadoes ese análisis, pero lamentablemente efectivo entre quienes tienden a profundizar poco y dejarse llevar por las modas, los estereotipos y los prejuicios. De hecho, basta ver como gran parte de la comunidad LGTB está encantada de que este año se celebre en Israel Eurovisión sin pararse a pensar no ya en sus políticas de exterminio hacia el pueblo palestino sino en la instrumentalización que va a hacer del colectivo LGTB.
La última (o penúltima) de Ciudadanos ha sido su propuesta de que la fiesta del Orgullo sea declarada de interés turístico. Esa es su manera de marcar la diferencia con VOX, puesto que a propuesta de Rocío Monasterio era trasladarlo a la Casa de Campo. Con esa iniciativa desprecia el partido de Rivera el motivo por el cuál salimos a las calles miles de personas homosexuales, bisexuales y trans con nuestras familias y nuestra gente querida. La lucha activista de años y años la reduce a una mera atracción para el turismo como si esto fuera visitar un safari. Celebrar el Orgullo es decir aquí estoy yo, celebrando con la cabeza alta lo que soy y quien soy, porque en todos los países del mundo tratan de que agache la cabeza, me esconda en un armario o sea discreta, porque en todos se me discrimina, juzga, menosprecia y patologiza por ser bollera y porque si viajo a alguno de centenar de países que persiguen penal o administrativamente a la comunidad LGTB no puedo mostrarme cómo soy. El Orgullo no es una fiesta para el turismo, para hacer negocio y mostrar una imagen muy alejada de la realidad de lo que es ser LGTB día a día. El Orgullo no se celebra para seguir alimentando la suerte que tenemos de estar en España, el Orgullo es reclamar nuestro espacio y también provocar, ¿por qué no?, no tenemos nada de lo que avergonzarnos. El Orgullo es reivindicar la diversidad sexual, de género, familiar dentro también de la diversidad cultural y racial. El Orgullo es celebración, no una visita al zoo.