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Clooney como nuestra metáfora

Maruja Torres

Me domina estos días un pensamiento tan de pecado mortal que debo compartirlo con vosotros para ver si me alivio. Ser atea es una cruz, porque no puedes entregarte libremente a las maldades como hacen los católicos habituales, con la tranquilidad que les da saber que cualquier cura, incluso un pederasta, incluso un abusador que se cree defensor único de la vida, incluso un fascista con sotana, incluso un homófobo repugnante, te puede perdonar los crímenes cometidos, a cambio de un arrepentimiento temporal y de unos rezos. Los ateos pecamos seriamente, sin remedio. Ay, Señor de los Buenillos.

Se me ocurrió viendo las fotos de George Clooney rodando en la Ciudad del Trincar por Amor al Arte valenciana. Primero me dije: qué guapo está y el tiempo no pasa para él, qué pedazo de hombre tan cabal y qué bien cantaba su tía Rosemary, que es lo primero que se me ocurre cuando le tengo ante mis ojos. Luego enriquecí el pensamiento: anda que, como se le caiga encima algún calatravismo y nos lo mate. A continuación vino lo peor. Deseé su muerte, perdonadme por lo que más queráis. Y es que vi los titulares: “La recuperación española, una puta mierda. Muere George Clooney, víctima de los especuladores y corruptos que han puesto de rodillas a la ciudadanía”. Ya lo sé, un poco largo como titular. Pero cuando una se permite pecar mortalmente no para en barras ni en cíceros ni en caracteres. Una peca a lo grande. Por eso, en mi fantasía mortal, el titular es muy largo y aparece en todos los idiomas de la prensa internacional, dada la categoría del extinto.

La cara que se les iba a poner a Obama, el negro que merece ser blanco, y a Lagarde, la pija picuda del FMI, nos compensaría, en parte, por algunas de las muchas infamias que venimos sufriendo y, además, soportando. “Oh, my God”, diría Barack -que sí es creyente, y se le nota-, “Death in the Afternoon, it was at five o'clock, wasn't it?”, añadiría, acreditando haber leído a García Lorca. En cuanto a Lagarde, tendría que salir corriendo a comprarse otro bolso, para reponerse, mientras se mesaría los cabellos teñidos a la fondomondina, exclamando: “Oh, la, la! Sapristi! Merde! Parbleu! Ou est le bicarbonate?”.

Mas la pregunta fundamental sería: ¿Cómo reaccionaría Mariano? Le veo tumbado en el sofá de su despacho (o en la mesa: no creo que la utilice para otra cosa), balbuceando la siguiente orden: “No me paséis llamadas”, mientras decide si le endosa el dar las explicaciones a Wert, que carga a la extrema derecha pero tiene una risa cinematográfica, entre Nosferatu y Amadeus, a Soraya o, qué demonios, a Virita, que siempre fue muy fan de Clooney. Al final se decidiría por Sor Ajete, quien, como siempre, encontraría una frase vicepresidencial relacionada con el mundo real: “Acompañamos en el sentimiento a su familia, pero no sé qué tiene de malo para un artista morir en una Ciudad dedicada a la cultura y diseñada por un arquitecto de fama universal”.

Pasada la conmoción inicial vendría, para nosotros, la parte buena, la que ha motivado este mal pensamiento mío. Gracias al sacrificio de George, el mundo conocería la verdad sobre nosotros y la techumbre asquerosa y averiada que pende sobre nuestras cabezas.

Además, Brad y Angelina empezarían a adoptar niños españoles como posesos.

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