La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Sin cobertura

“Sin servicio” se leía en la esquina superior de nuestras pantallas. No teníamos cobertura, y nadie parecía demasiado preocupado. Es verdad que tampoco se veía a nadie pendiente del móvil. Un pueblo de la Catalunya interior, cerca del nacimiento de uno de sus ríos más emblemáticos. Un río pequeño de un país, una patria, que como cantaba Pere Quart en sus Corrandes d'Exili es “tan petita, que la somio completa” (tan pequeña, que la sueño entera). Un pueblo que vivió un pasado mejor gracias a las fábricas a la vera de ese río, que con su caudal tan limitado, movió la primera industria catalana, fábricas con naves modernistas, y torres para sus propietarios, parques diseñados por Gaudí... Colonias para los obreros... Ahora no quedan más que las ruinas de todo aquello y los últimos trabajadores, ya jubilados, que se sientan a tomar un granizado o una cerveza en los bares que dan a la carretera, que parte el pueblo, y deja al río con sus puentes de piedra al otro lado. 

Final de vacaciones en un pueblo, en el umbral de los Pirineos, con una realidad lejos de los titulares y la tertulias. Veo esteladas, lazos amarillos, pancartas de libertad a los presos políticos. Veo también a mi alrededor gente que se saluda y se para a hablar en castellano y catalán. Aquí más de medio pueblo llegó desde el sur a trabajar en esas fábricas. Se saludan y charlan porque compartían telares y turnos, sus hijos escuela, equipo de fútbol y sesiones dobles en el cine Llobregat, ahora desde hace tiempo cerrado. 

Los jóvenes y los niños se preparan para pasar la noche de acampada en la piscina municipal. Los mayores hablan, con preocupación, del calor y del riesgo de incendio que ha obligado a prohibir barbacoas en las áreas de picnic cercanas. Hablan de la inauguración del santuario recién restaurado o de la única tienda de ropa que queda, que cierra por jubilación. Pasear por el pueblo es hacer arqueología de sus comercios cerrados, un relato a persiana bajada de lo que fue su vida. De la churrería y los queviures (colmados) al cine, o el campo de fútbol abandonado. Ahora quedan los apartamentos turísticos y casas rurales. Quedan los restaurantes, y las tiendas que venden embutidos y pan de leña a los can Fanga, que es como nos llaman a los de Barcelona que vamos allí a pasar las vacaciones. 

Veo pasar la gente, los coches, el río y pienso en que tengo que volver, y eso significa conectar con lo que llamamos actualidad. Me hago el propósito de seguir con la antena puesta en lo que están hablando las yayas del al lado, en los agricultores y ganaderos que están librando batallas que nos llegarán, pero a las que ahora no prestamos atención. El ejemplo es el de los agricultores andaluces, que protestan porque las multinacionales les compran el aceite más barato de lo que les cuesta a ellos recoger la aceituna. Y ese es también nuestro problema, porque nos alcanzará la ola injusta e inhumana. Un día nos lamentaremos de cómo el sistema nos arrolla y será demasiado tarde para cambiarlo, o controlarlo.  Quizás sea todo un problema de cobertura, porque no estamos prestando la atención adecuada los medios de comunicación a cuestiones que importan, incluso antes de que lleguen a los despachos. Un periodista debería quedarse de vez en cuando sin cobertura para escuchar, para cubrir lo que ve y lo que escucha en la calle, en los autobuses, en la vida. El gueto que muchas veces crean las redes sociales, los programas, las tertulias... Nos está alejando de la corriente de la sociedad, aunque a veces no nos guste lo que arrastra.

Ahora me toca ya ponerme a currar de nuevo. A ver si consigo mantener una buena cobertura.