Una columna prospectiva

31 de julio de 2024 22:45 h

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Predecir es difícil, sobre todo predecir el futuro

El propio presidente del Gobierno, al acabar la rueda de prensa de fin de curso, en la que ha perdido la oportunidad de contestar de verdad a las preguntas de los pocos periodistas a los que se dio este privilegio, deseó a mis colegas felices y reparadoras vacaciones: “Septiembre vendrá movidito”.

No hace falta ser un genio del análisis prospectivo, que es un análisis a futuro, para darse cuenta de que agosto será un paréntesis –si acaso, que no estoy muy segura– no para que “España se olvide de todo en agosto”, como gustaba de decir Carlos Dívar, sino para que España y su Gobierno se den cuenta de que todas las cuestiones siguen ahí, esperándoles a su regreso. Septiembre será movidito y eso no tiene por qué significar que el panorama se aclare sino que puede determinar que termine de embarullarse del todo.

Tenemos el momento catalán. Ese acuerdo difuso con ERC –que precisaría de mucho tiempo para legislar lo necesario y que rasgará muchas costuras– puede no llegar ni siquiera a término. En Catalunya hay quien piensa que se trata de un nuevo trampantojo socialista que acabará en papel mojado por imposibilidad de llevarlo a efecto, una vez sea Illa investido. Lo más relevante es que eso lo piensa incluso una parte de ERC y que otros se están ocupando de calentar los ánimos con lo que consideran un previsible engaño de los socialistas, dado además que el pacto se suscribe con el PSC, que ni siquiera es el mismo partido. Catalunya va a dar mucho que hablar todavía este agosto. Si la militancia avala el pacto y se fija fecha para la investidura de Salvador Illa –probablemente el 7 de agosto–, entrará en acción Puigdemont y los que están dispuestos a calentar las calles a su regreso y ante una segura detención. Los que creen que no vendrá no saben que no sólo quiere sino que ya no puede echarse atrás de nuevo. Vendrá. Y si Illa es investido y él detenido, Sánchez puede despedirse de los votos de Junts en el Congreso. No sólo, porque es seguro que esta vez la escenificación del desacuerdo dentro de las filas socialistas no será tan tímida. El intercambio a distancia mantenido ayer entre Emiliano y Pedro lo demuestra. Nunca Page fue tan lejos.

En septiembre llegará también el desenlace de la tensión judicial. Será entonces cuando el TSJM delibere sobre la admisión a trámite de la querella por prevaricación presentada por el presidente del Gobierno, testigo en una causa, contra el juez que la instruye. Auguro una inadmisión a trámite y no por extraños contubernios sino porque la querella no puede sostenerse. La ley permite que el presidente del Gobierno declare de dos formas, en dos condiciones, el juez ha elegido una y, aunque se trate de un error técnico, el salto a considerar que lo hizo a sabiendas, adrede, queriendo, resulta muy fácil de dar en el relato político pero es muy complejo en el ámbito jurídico. Dado que el objetivo estratégico es claramente apartar a un juez del conocimiento de una causa, la jurisprudencia no respalda tampoco una querella armada de prisa y corriendo por la Abogacía del Estado –solo eso explicaría varios errores de bulto como hablar de acusaciones particulares cuando no las hay– y que es más una estrategia de búsqueda del relato político que una esperanza judicial.

Todo se acabaría si el día 30 la Audiencia Provincial de Madrid ordenara a Peinado sobreseer la causa, al aceptar cualquiera de los motivos alegados tanto por el abogado Camacho como por la fiscalía que no acusa. Todo acabaría, pero el análisis prospectivo nos dice que es difícil que eso suceda. Si tengo que mojarme diré que es más posible que la Sección 23 admita alguna cosa, precise y acote, pero no creo que ordene el archivo de plano. No sé qué me da que si la cosa fuera de archivo, si fuera clamorosa, si fuera escandalosa, a lo mejor lo hubieran deliberado antes, no por petición de la parte, sino por responsabilidad de los magistrados. De nuevo les aviso que no se trata de una conspiración cósmica ni de un golpe de mano ni de togas ni blando ni de ningún tipo. Simplemente es lo que dice la lógica jurídica si uno la aplica fríamente. Y es que de que el juez Peinado esté teniendo fallos o haciendo una instrucción errática a que no haya nada que investigar en las actividades de Begoña Gómez hay un salto que sólo se puede dar con mucha fe. La presencia de la Complutense como acusación –el juez estudia ya admitirla– cambiará el panorama.

En el Supremo espera la exposición razonada elevada por un juez de Madrid, con acusación del Colegio de Abogados, para imputar al fiscal general del Estado por revelación de secretos. La posibilidad de que sea aceptada es muy alta y el terremoto institucional también lo será.

No hay duda de que septiembre será movidito. Por mucho que me interese la reforma de las pensiones presentada ayer o la voluntad de acometer de una vez por todas el gran problema de la vivienda, lo cierto es que gobernar se pone cuesta arriba. Los apoyos parlamentarios van a fallar en muchos casos –por una parte y por otra–, los Presupuestos con Puigdemont apartado van a devenir imposibles y las sesiones parlamentarias se van a convertir en una malla de pinchos. Pareciera que el siguiente paso fuera intentar tirar los dados de nuevo por ver si sale mejor combinación que la actual. Saben que es un peligro con un Sumar descabalado y una ERC que puede bajar si lo del acuerdo se ve como una rendición por parte de sus votantes. Difícil apuesta, arriesgada, pero posible.

Prospeccionar no es desear sino mirar al futuro en busca de respuestas.

Podría equivocarme, y tal vez podría quererlo, mas nada de eso cambiaría la realidad que no es de color de rosa. La apuesta era difícil desde el principio y cada vez se verán más las costuras. Mientras, deseémosles que descansen y que no se vean obligados a volver corriendo en agosto si lo de Catalunya se encrespa. Es lo menos que podemos hacer por ellos y por nosotros.