Cómo cometer genocidio en tres pasos, por B. Netanyahu

El ministro de Defensa de Israel tiene un plan para encerrar a los palestinos en un campo que levantarán sobre las ruinas de Rafah. El diario israelí Haaretz ha desvelado que lo llamarán “ciudad humanitaria” y se parecerá a un campo de concentración. Al mismo tiempo Benjamin Netanyahu ha propuesto a Trump para el premio Nobel de la Paz. Cierra así el círculo orwelliano: “La guerra es la paz” como el genocidio es humanitario.
Estados Unidos presiona a Netanyahu para que firme un alto el fuego. Y lo hará, antes o después, porque su amigo Trump lleva tiempo pidiéndole que acabe de una vez el exterminio: la opinión pública se solivianta. Lo firmará en cuanto se asegure de que puede encerrar a los palestinos como paso previo a la expulsión.
Primero los alojará en esa “ciudad humanitaria”, que cumple los requisitos de un campo de concentración: Israel prevé encerrar, de momento, a unos 600.000 palestinos que actualmente están desplazados en el área de Al Mawasi. Antes de entrar, se les someterá a un control de seguridad y, una vez dentro, no podrán salir. El perímetro del campo estará vigilado por fuerzas de seguridad israelíes. Aquí entreveo también la pincelada kafkiana. Una mujer palestina preguntará en el control a un agente israelí: pero entonces ¿estamos detenidos? Y él contestará: Sí, pero pueden seguir haciendo su vida normal.
El Gobierno israelí no planea este campo de concentración en el área de Rafah por casualidad. El lugar geográfico que ocupaba la ciudad hoy arrasada se encuentra al sur de la franja, en la frontera con Egipto. O dicho con una metáfora: al borde del precipicio. El objetivo último es encerrar allí a toda la población, según figura en el plan. Con una patada se les expulsará definitivamente de su tierra. Y el precipicio dejará de ser una metáfora.
El gobierno de Israel asegura que el traslado al campo de concentración será voluntario. Y no es un sarcasmo. Resultará fascinante ver cómo ejerce la libertad un ser humano si sigue vivo después de 20 meses de bombardeos, un asedio por hambre y la destrucción de su casa, su familia y su normalidad. Sólo mencionarlo resulta un escarnio.
El plan de Netanyahu para perpetrar un genocidio en tres pasos emerge en todo su esplendor: lo primero, arrasar con la Franja. Tick. Lo segundo, implantar un asedio medieval por hambre y convertir a los palestinos en animales desesperados en busca de comida. Tick. El tercer paso ya está diseñado: ver cómo acuden a enjaularse personas peor tratadas que las ratas de laboratorio. Falta este tick.
Pero no es suficiente con los hechos: un buen genocidio necesita legitimación. Netanyahu está agradecido por el apoyo incondicional de Estados Unidos, por eso propone a Trump como Premio Nobel de la Paz. No, tampoco es un sarcasmo. Se trata de la primera vez que lo propone un Gobierno (si mi memoria y mi rastreo en la web no fallan).
No he podido evitar acordarme que también fue propuesto para el Nobel de la Paz Adolf Hitler. Ya sé que mencionarle suele constituir un abuso argumentativo, la famosa falacia de la reductio ad Hitlerum. En esta ocasión, pido absolución de mi pecado lógico, porque el precedente histórico es relevante.
Sucedió en enero de 1939 y aquello sí fue un sarcasmo. Se había propuesto a Chamberlain y un parlamentario noruego, E. Brandt, quiso llamar la atención sobre el dislate, como diciendo: si de verdad os creéis que Chamberlain va a traer la paz, ¿por qué no Hitler también? Brandt era un militante antifascista. Hoy quizá propondría al propio Netanyahu. A lo mejor se trata de una de esas lecciones de la historia que solemos olvidar: ese año el Nobel de la Paz no se concedió y la invasión de Polonia se produjo en septiembre. Estaremos atentos al fallo noruego.
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